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![]() Perenne vigencia de Baraguá JORGE RISQUET VALDÉS
En el año quinto de la República en Armas, la Revolución sufrió dos grandes e irreparables pérdidas. En mayo 11, en Jimaguayú, Camagüey, una bala enemiga segó la vida del Mayor General Ignacio Agramonte. Seis meses después, la Cámara de Representantes destituyó a Céspedes como Presidente. En febrero 27 del siguiente año 1874, el Padre de la Patria caería en San Lorenzo, Sierra Maestra, combatiendo solo frente a una fuerza española. Al iniciarse el año décimo de aquella lucha heroica y desigual que habría de costar a la nación que se forjaba en las llamas de la guerra la vida de cien mil de sus hijos, la causa mambisa entró en una crisis interna profunda. A la errónea concepción original de un gobierno civil y parlamentario como poder supremo para dirigir la acción militar, se sumaron, a lo largo de los años, los problemas de regionalismo, racismo y ambiciones personales, expresiones de la herencia de más de tres siglos de opresión colonial y trabajo esclavo. La existencia de logias secretas en el seno del Ejército Libertador, el estallido de varias sediciones y pronunciamientos de fuerzas militares, no cortadas de raíz por el vacilante gobierno unicameral, minaron la disciplina en las filas cubanas y debilitaron su capacidad combativa. Todo ello condujo al desaliento en las huestes mambisas y la pérdida de fe en el triunfo de no pocos jefes militares y líderes civiles, circunstancias aprovechadas con habilidad por el jefe español, General Martínez Campos, para ofrecerles a los insurrectos transacciones de paz. Los colonialistas proponían el fin de la contienda, ofreciendo el indulto para los alzados, la libertad de los esclavos emancipados y otras concesiones menores, pero Cuba seguiría siendo colonia de España y se mantendría la institución de la esclavitud. Disueltos la Cámara de Representantes y el Gobierno, por decisión propia, fórmula vergonzante para abrogar sus leyes fundacionales y decretos que estipulaban como traición y condenaban con la pena capital cualquier negociación con el enemigo sobre bases de paz sin independencia, el 10 de febrero se firmó el Pacto del Zanjón, entre el alto representante de la Corona española y una representación de oficiales del Departamento Central de la Isla, algunos de ellos ex legisladores; capitulación a la cual se fueron sumando u ofrecieron hacerlo, fuerzas de Las Villas y de las regiones occidentales del Oriente. Fue en ese momento aciago de la nación cubana que se erigió como el adalid de la causa de la independencia, el Mayor General Antonio Maceo. Martínez Campos acudió a una entrevista con Antonio Maceo, único Jefe de Departamento militar mambí que no había aceptado negociación alguna con el enemigo. La zona de operaciones de Maceo, se extendía hasta la cuarta parte del territorio insurrecto y sus tropas eran las más aguerridas, disciplinadas y victoriosas de todo el Ejército. El encuentro se efectuó en Los Mangos de Baraguá. Allí el Titán de Bronce expresó con palabra definitiva al más encumbrado General de España que sus fuerzas no aceptaban acuerdo alguno que no tuviera como base la independencia de Cuba y la abolición de la esclavitud. "—¿Entonces, no nos entendemos?". "—¡No nos entendemos!" Ocho días después de aquel 15 de marzo de 1878, terminaba la tregua y se reiniciaban las hostilidades, se rompía el corojo. Baraguá salvó el honor de la nación que vio la luz en La Demajagua. Frente al claudicante Pacto del Zanjón, la inmortal Protesta de Baraguá. La capitulación del Zanjón significaba el abandono de la lucha, la renuncia al ideal de la independencia, el pacto sin principios, la entrega de la espada de la liberación a un enemigo que no había sido capaz de arrebatarla en el campo de batalla. La Protesta de Baraguá representaba la confianza inconmovible en las fuerzas del pueblo combatiente, en la justeza de la Revolución y su victoria final, la firmeza inquebrantable frente al enemigo, el esfuerzo supremo e inteligente por unir a todas las fuerzas cubanas que aún no habían capitulado, para proseguir la lucha. Baraguá es también la afirmación de un principio ético de la Revolución cubana, que se expresa en la sentencia de Maceo en aquellos días: "No quiero la libertad si unido a ella va la deshonra". Baraguá, es, por último, el símbolo de la más grande hazaña militar que conoció el mundo en la última década del siglo XIX: la invasión de Oriente a Occidente. De aquel sagrado lugar, 17 años después de la histórica protesta inició su marcha hacia el poniente la Columna invasora, bajo el mando del General Antonio. El Generalísimo Máximo Gómez la esperaba al oeste de la trocha de Júcaro a Morón. Juntas las fuerzas y el talento militar de los dos más grandes jefes mambises, derrotaron a su paso arrollador, una y otra vez, al Pacificador del Zanjón, Martínez Campos. Para decirlo con las palabras que José Martí escribió en carta a Maceo en 1893: "..."La protesta de Baraguá", que es de lo más glorioso de nuestra historia". Si se nos obligara a expresar con una sola palabra todo el heroísmo y tenacidad del pueblo cubano en el último tercio del siglo XIX en la pelea por la independencia, la solidez inexpugnable de su decisión de ser libre, independiente y dueño de su propio destino, ayer, hoy y mañana, frente a cualquier enemigo, no importa cuán poderoso pueda ser, esa palabra, que encierra la suprema virtud de nuestra identidad nacional, es: Baraguá. Ningún sitio más simbólico para nuestro pueblo que los centenarios Mangos, "ante la gloria inmortal de Maceo", junto a Fidel, para prestar el Juramento de Baraguá, que recoge la actual plataforma de lucha de masas y de ideas frente a la guerra económica genocida y las agresiones de todo tipo que Estados Unidos libra contra Cuba desde hace más de 40 años de infamia y terrorismo imperialistas. |
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