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![]() Acuse de c@riño FÉLIX LÓPEZ
Pero lo más asombroso del mensaje es que ha llegado por correo electrónico, con todo el desenfado con que los niños suelen echar sus cartas al buzón de una oficina de Correos. Un e-mail desde la Sierra Maestra. Un artilugio de la era moderna que ha subido a las montañas de la Isla, de la mano de un revolucionario proyecto conocido como Joven Club de Computación. Una noticia así no podría contarse sin cierto regocijo, pero nada sustituye el placer de abrir el correo y encontrar, todavía "calientes", las palabras que fueron tecleadas hace muy poco tiempo por esos pequeños que hoy disfrutan de esa fiesta innombrable a la que los invita la tecnología. "El Libro de Mamá", nacido de las manos de CITMATEL, que es una empresa cubana, les llegará en breve. Un mensaje así, en la época del hemeródromo griego(infatigable corredor que llevaba cartas de un lugar a otro), hubiese demorado quién sabe cuánto tiempo en llegar a su destino. Ahora, el correo electrónico permite sortear distancias, acorta el tiempo y burla hasta el más feroz fenómeno meteorológico. Las noticias vuelan y los hombres, (¿quién lo duda?) están cada vez más cerca. Esta misma semana, después de publicar una información sobre el Congreso de Informática en la Cultura, recibí un mensaje instantáneo del periodista y escritor Enrique Núñez Rodríguez, donde me hacía saber su satisfacción por las referencias hechas a su relación personal con la computadora. Y culminaba: "El correo electrónico me parece realmente un aporte de la nueva tecnología a la convivencia amable en este convulsionado planeta". Ese mismo día, como confirmación de sus sabias palabras, habían "caído" a mi buzón mensajes de lugares tan distantes, que de unir un punto con otro, hubiese servido para dar la vuelta al mundo. El más cercano, proveniente de Miami, era el de un joven cubano que no logra reconciliarse con la nostalgia y ha encontrado en esta vía una suerte de cordón umbilical con todo lo que perdió y dejó atrás el día que decidió saltar el Estrecho de la Florida. Desde Inglaterra el amigo Christopher Hull, insaciable investigador de temas que relacionan la historia de nuestras dos naciones, anuncia que traerá una ponencia al evento de historiadores que está por comenzar en abril. Y desde la cálida Uberaba, en el corazón del estado brasileño de Bello Horizonte, la colega Marcia Ribeiro agradece el gesto cubano de proponer ayuda para combatir la epidemia de dengue que hoy entristece a Rio de Janeiro. Así es el correo, con noticias buenas y malas, agradables —como la que me acaba de enviar mi compañera, con un amoroso saludo virtual y una lista de indicaciones para que adelante el trabajo hogareño, porque ella llegará más tarde del trabajo—, o tristes, como las que me llegan de la familia Molodezky, en el lejano Chaco argentino, cada vez más asfixiado por la situación económica del país. Con todo y sus malas noticias (o la falta de privacidad que se le atribuye por todo el mundo) nadie puede negar que el correo electrónico ha provocado un salto cualitativo en el concepto de proximidad entre personas, incorpora incesantemente nuevos códigos culturales, nuevos hábitos y prestaciones, entre los que se encuentran mandar un mismo mensaje a muchas personas; incluir texto, voz, video o gráficos; conectar con un usuario fuera de Internet y enviar mensajes de forma automática. Ahora mismo, luego de que los niños de la Sierra Maestra me provocaran estas líneas, un aguacero impertinente, arrastrado sobre la ciudad por un frente frío, me imposibilita llegar a tiempo a la redacción. Pero me salva el correo, ese maravilloso invento que te permite llegar antes de la hora del cierre, incluso sin estar presente en cuerpo y alm@. |
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