1951-2001 Asesinato de Carlos Rodríguez

Y Batista absolvió el crimen

PEDRO A. GARCIA

Aquella noche Carlos Rodríguez andaba de prisa. "Sírveme la comida, mamá, que me voy al mitin". El gobierno de Carlos Prío había decretado un arbitrario aumento del pasaje en el transporte urbano y la FEU convocaba a un acto de protesta en la escalinata universitaria. "Hay que demostrar que el pueblo es contrario al aumento del pasaje", le oyeron decir a Carlos cuando se despidió de su madre con un beso.

El acto transcurrió sin incidentes. Al terminar, pequeños grupos de concurrentes transitaron pacíficamente por la calle San Lázaro en busca del tranvía. En la esquina de Marqués González, fueron detenidos por un gran número de carros patrulleros, bajo las órdenes del comandante Rafael Casals. Armados de porras y fustas, los policías comenzaron a golpear salvajemente a los transeúntes.

Según testigos presenciales, el entonces teniente Rafael Salas Cañizares agarró a Carlos Rodríguez "por la camisa, por el pecho, y le dio golpes en la cabeza. Cayó al suelo el muchacho pero cuando lo vieron levantarse, (los policías) le volvieron a dar, acorralándolo contra la pared (...) Todo el mundo echó a correr. En el corre-corre, Carlos también lo hizo, pero medio atontado".

Al día siguiente, 6 de septiembre de 1951, Carlos Rodríguez fallecía en el hospital Calixto García. Tenía solo 25 años.

EL JOVEN OBRERO

José Manuel Novo conoció a Carlos en el taller de pintura donde ambos trabajaban. "Era una gente sencilla, muy humilde. Su madre lo había criado con los billetes de lotería que ella vendía. El era ayudante de pintor, ganaba 20 pesos a la semana. Todo el dinero se lo daba a su madre".

También había sido aprendiz de albañil, "haciendo de todo lo que se presentara", solía decir Flor María Calderín, una vecina. "(Su madre y él) eran demasiado pobres, no tenían más que una cama, una mesita chiquita y un radio viejo. ¡Y qué buen hijo!, a eso de las 6 de la mañana ya le había traído los latones de agua a la madre, había que irla a buscar a la calle".

Quienes le conocieron, dicen que a Carlos no le gustaba el dominó ni ir al estadio del Cerro a ver béisbol, ni siquiera cuando jugaban Habana y Almendares, sino concurrir al Liceo Ortodoxo, en Prado 109, a hablar de política con Fidel Castro y los demás compañeros de la Juventud Ortodoxa.

UN CRIMEN POLITICO

"La gente del taller lo llevamos para la funeraria San Luis, en la calle Zanja, a mitad de la tarde", recuerda Novo. "El viejo mío y yo nos pusimos a pensar, concho, esto es un crimen político... Y fuimos a ver al Presidente de la FEU, un tal Huertas, pero él nos tiró a basura, dijo que eso no era problema de la Universidad".

Cuando Fidel se enteró de esto, solo les dijo: "Espérenme aquí". Regresó en la madrugada con la noticia de que lo iban a velar en el recinto estudiantil. La funeraria no quería prestar un carro fúnebre para el traslado del cadáver al Salón de los Mártires de la FEU. Los patrulleros rondaban el lugar y temían un enfrentamiento. Fidel amenazó con llevarse el féretro en hombros. Apareció el carro fúnebre.

Los estudiantes se declararon de luto. El cortejo hacia el cementerio salió por la calle 23. "Fidel iba por el camino, con una levita deportiva y la corbata de medio lado, debido al fuerte aire, repartiendo un Alma Mater especial donde se acusaba a los asesinos, al comandante Casals y a Salas Cañizares", recordaría años después Mary Pumpido, entonces una alumna de Medicina, participante de la peregrinación.

En nombre de la familia de Carlos Rodríguez, Fidel llevó como acusador privado a juicio a los asesinos. El fiscal pidió para ambos militares, en sus conclusiones provisionales del 4 de marzo de 1952, una sanción de 20 años de reclusión y un pago de 5 mil pesos cada uno a los familiares de la víctima.

Seis días después, Batista encabezó un golpe de Estado junto con Salas Cañizares, uno de los autores del crimen. Como era de suponer, el juicio fue suspendido; la causa, archivada; y al asesino, el tirano lo ascendió de teniente a general.

EPILOGO

Salas Cañizares continuó su carrera criminal y sumó más asesinatos a su historial delictivo. Encontró la muerte en 1956, mientras asaltaba, en franca violación del derecho diplomático, la embajada de Haití, donde se encontraba asilado un grupo de revolucionarios.

El comandante Casals no acompañó a su compinche en su trayectoria criminal durante la tiranía. Tal vez lo detuvo el hecho de que su familia asumió posiciones revolucionarias contra el batistato. Al triunfo de la Revolución enfrentó los Tribunales Revolucionarios. Sancionado a prisión, cumplió parte de su pena y emigró a EE.UU. Su nombre jamás volvió a aparecer en los cintillos de los diarios.

A Carlos Rodríguez no lo olvidaron sus compañeros de la Juventud Ortodoxa. En una peregrinación a la necrópolis de Colón, durante 1952, junto a su tumba se conocieron Fidel y Abel Santamaría. Ambos organizarían al año siguiente el asalto al Cuartel Moncada.

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