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Libros

Trece poetas en la Casa de Heredia

LUIS SUARDIAZ

Sin dejarse ganar por las supersticiones, Ediciones Atenas acaba de lanzar el título: 13 poetas en la Casa de Heredia, auspiciado por la Oficina del Conservador de la Ciudad de Santiago de Cuba y la Casa Museo del autor del Niágara, cuyos bien escogidos versos escoltan a sus lejanos continuadores: Profética esperanza me asegura/que han de salir mil genios de la nada/a inundar la tierra despertada en luz intelectual...

El Taller comenzó sus labores en 1973 y Roberto Leliebre, compilador y prologuista, considera su primer lustro como la etapa dorada. Ya en 1983 comenzó la dispersión, lo cual es comprensible, porque si bien más de un centenar de literatos concurrió alguna vez al Taller, la veintena de fieles que se encontraban cada semana tomaron su propio camino.

Ahora, como parte del programa por el bicentenario de nuestro primer cantor nacional, existe la voluntad de reanimar el Taller con la participación de una nueva promoción. Y es bueno que así sea, porque en literatura, en las artes, un taller no debe ser ancla sino tránsito. Así lo concebimos en los años iniciales en el país. Los que una vez fueron bisoños es deseable que retornen una que otra vez para que transmitan sus experiencias, para el necesario diálogo, y nada más.

Solo dos autoras figuran aquí, Soleida Ríos con dos de sus mejores piezas, en especial Agua de otoño, y Ana María de Agüero, poetisa, dramaturga y actriz a cuya hija Saskia, también poetisa y actriz, le regala un acertado retrato en verso. Dos son los fallecidos, Ignacio Vázquez, hace diez años, y Alberto Serret, recientemente en Quito, Ecuador. Los otros son: Carlos Valerino, Pedro López Cerviño, Néstor y Roberto Leliebre, Andrés Castellanos, Oscar Ruiz Miyares, Alcibiades Poveda, Marino Wilson Jay y Efraín Nadereau.

Algunos apenas sobrepasan el medio siglo, pero la mayoría de los jóvenes de 1973 son ya abuelos y no faltan los que ven el mundo desde el mirador del jubilado. Soleida, Nadereau, Wilson, Serret y en los últimos años los Leliebre se han dado a conocer dentro y fuera del país. Otros únicamente han publicado un cuaderno o en revistas y antologías. Absorbidos por faenas distantes del verso —los hay ingenieros electrónicos, profesores de ciencia y de lenguas extranjeras, dirigentes estatales, abogados...— o entregados a la narrativa, el ensayo, la investigación, el teatro, la composición musical, unos se verán en el espejo de su pasado, otros, como diría Boti, siguen tallando su diamante.

No es posible en esta reseña, comentar cada autor y menos aún cada pieza lírica, ahora bien el conjunto mantiene una sostenida calidad. Por eso no consideramos estos poemas como exponentes del tiempo ido sino como el rescate de textos que de otro modo no hubieran trascendido más allá del debate íntimo y ese es un mérito de sus compiladores y editores.

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