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 El cuaderno de Méndez ROGELIO RIVERON Las llamadas
"colecciones municipales", un proyecto que comenzó a hacerse concreto en el 2000, han traído al panorama literario nacional una amplitud pertinente, pues se trata
—recuérdese— de la publicación de libros recomendados desde los municipios. Esto abre las puertas a los empeños regionales y descongestiona, de paso, el grueso fondo editorial de cada provincia.
Si un peligro ronda a esta intención es el de que se vea a tales libros como materia literalmente municipal, es decir, de un alcance estético previamente reducido. Por suerte, sin que sea un hecho idílico, las colecciones municipales han sabido encontrar el camino hacia aquello que posee un interés real y han sacado a la luz, no solo cuadernos de ficción, sino, además, trabajos de etnología y de historia local, precisamente ahora cuando se hace impostergable el conocimiento de las culturas regionales.
En un acto armonioso —como su propio libro— el importante poeta Roberto Méndez ha publicado el poemario Cuaderno de Aliosha en la colección Surtidor, dedicada por la editorial Acana de Camagüey a los proyectos municipales. Méndez, un autor prolífico que ganó el año pasado el premio Nicolás Guillén del Instituto Cubano del Libro con otro poemario, ha deseado validar con su gesto un propósito editorial en el que cobra forma mucho de lo que, en otro caso, hubiera permanecido sin nombrar.
Cuaderno de Aliosha es, pienso, una impostergable confesión. Cincuenta poemas en prosa que desean comunicarnos experiencias esenciales, que definen un viaje metafísico y por eso exponen, conceptualizan arriesgadamente, convocan a la humildad, a estar atentos a lo que se oye y a lo que, en apariencia, no se deja oír.
¿Para qué se comparten las vivencias con quien nos lee o con quien nos escucha? ¿Por jactancia? ¿Por solidaridad? Por esas y por otras razones, ya no tan evidentes. Roberto Méndez
—o quienquiera que desde su libro nos hable— se ha empeñado en una sinceridad que parte del propio tono de sus textos, de las imágenes que, aún en la desesperanza, prefieren la calma, el volver a observar.
Concédete tiempo, parecen decir estos poemas moldeados con nobleza, comedidos incluso en la idea de que todo fluye y, por tanto, se hace pasado, que permanece como una constante en el cuaderno. Comienzo a agradecer tantas cosas que no entiendo cada día..., dice un poema a mitad del libro y con ello insiste en una de sus verdades: todo sirve para algo, el simple estar de las cosas merece una atención, una disciplina del espíritu.
Roberto Méndez ha llegado a una región en que lo más elevado se dice en voz baja. Consigue metáforas demoradas, hace rotar en sus poemas, quizás a los mismos elementos de siempre: un perro, una ventana, un ave, una iglesia, pero les suma después lo abstracto de las almas, el saber silencioso, servible o no, y todo ello sobre una voz serena, a la altura de sus semejantes. Con la respiración tranquila, pues ya ha visto la belleza, declama la amistad, la religión y la Cultura.
Cuaderno de Aliosha, confirmándose a sí mismo, confirma el derecho de las colecciones municipales a volar tan alto como cualquiera.
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