 Tras la proclamación de Hannibal el caníbal como el peor de todos Malvados en la memoria ROLANDO PEREZ BETANCOURT Si a usted le pidieran ahora mismo que conformara una lista con aquellos personajes del cine que más lo impresionaron por su bondad, es posible que tuviera que hurgar en el fondo de la memoria y extraer de allí unos pocos ejemplos.
Igual nos sucedería en el caso de los malvados.
Según una fuente que realizó la encuesta, la selección de Anthony Hopkins, intérprete de Hannibal, se debe a la argucia y gusto por la ironía que se le impregna al personaje.
Desde un principio, los hacedores fílmicos descubrieron que los perversos dejaban una huella mayor en la retentiva de un espectador recién bautizado en el mundo de las imágenes. Concurrentes algunos que sin pensarlo dos veces se lanzaban, puños en alto, hacia el telón blanco donde un villano de aceitado bigote y bruscos ademanes pretendía aprovecharse de los encantos de una desprotegida damisela.
Pero no es necesario remitirse a las noches del silente. ¿Quién, con edad para ello, ha olvidado la matiné dominical del cine del barrio, los gritos alertando al muchacho de la película de que su pérfido rival se le acercaba por la espalda, mirada vidriosa, cuchillo en alto, dispuesto a sacarlo del rodaje y provocar así nuestra angustia?
— ¡Vírate y dispara, Durango!
—le salvamos unas cuantas veces la vida al muchacho, rugiendo desde la luneta.
La impresión dejada en el recuerdo por ciertos malos del celuloide, de alguna manera tiene que ver también con nuestra edad, acompañantes, estado de ánimo y principalmente horas de vuelo frente a la pantalla.
Hoy es posible que aquel Drácula de 1931 no le erice los pelos a nadie, pero en sus buenos tiempos provocaba aullidos de pavor en las salas y se convirtió en el gran cómplice de muchos enamorados que, arrimando el cuerpo cual vampiros de nuevo tipo, cruzando el brazo, a veces por primera vez sobre el cuello de la aterrorizada, la hacían sentirse el ser mejor protegido del universo.
Por extraño que parezca, mi primer gran personaje de terror fue Alicia, la del país de las maravillas, a quien durante no pocos años de la niñez creí una muchachita maléfica. Ese dibujo animado, salido de los estudios Disney en 1951, quedó registrado en la memoria como el primer filme visto en un cine.
Había entrado en compañía de unos familiares con la función ya comenzada, no se veía nada en el oscuro pasillo y de pronto, al alzar los ojos hacia la pantalla, aquella niña de cabellera desgreñada, llorando y rodeada de animales, me puso a correr hacia el baño con unos deseos de orinar incontrolables.
Y del baño hacia el vestíbulo del cine, negado en rotundo a retornar a la sala.
De adulto leí el clásico de Lewis Carrolls, pero el filme no estoy seguro si la casualidad lo ha quitado del camino, o por el contrario, nunca he tenido calzados los zapatos precisos para salir a buscarlo.
SE IMPONEN LOS MALOS DE HOY Gradualmente, los malvados de ahora van relegando a un segundo plano a los históricos. Una encuesta realizada por Internet con 17 mil personas acaba de arrojar que Hannibal el caníbal, el personaje interpretado por Anthony Hopkins, es el mayor malvado de la historia del cine. El segundo lugar correspondió a Darth Veder, el bribón de
La Guerra de las galaxias y el tercero a Norman Bates, aquel desquiciado que encarnara Anthony Perkins en
Psicosis. Alan Rickman, el comisario de
Robin Hood, príncipe de las tinieblas (1991) ocupó el cuarto puesto y el quinto fue para la siempre recordada Kathy Bates como la fanática desquiciada de
Misery. El malo de mayor antigüedad que logró clasificar en una selecta lista de 30 filmes fue Max Shereck, intérprete de
Nosferatu, filmada en 1922.
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