 Moa Evocación con olor a níquel ALEXIS ROJAS AGUILERA
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ISMAEL FRANCISCO |
HOLGUIN.—Hace casi 40 años conocí el inconfundible olor del ácido sulfihídrico. Sabía que cuando se me llenaba de saltos el estómago, generalmente de madrugada, estaba soplando el terral. Pero en casa nadie se molestaba. Más bien notaba, desde mis breves años, cierta alegría en los mayores por aquel "perfume". Y razón tenían: era prueba inconfundible de que la niquelífera Comandante Pedro Sotto Alba funcionaba en tiempos de zozobra.
Corrían los primeros años de la década de los 60. Vivíamos de verde olivo y azul miliciano y Juan P. Vázquez y Alexie, mi papá, administrador y subadministrador respectivamente de la jovencísima industria niquelífera, siempre estaban de uniforme y listos para el combate en época también de producción y defensa. Porque muchas veces se trabajaba con la PPCh al hombro y las jornadas se trocaban en movilizaciones urgentes de lucha contra bandidos.
Tiempos del Che, ministro de Industrias, visitando Moa, comprobando in situ el funcionamiento de la fábrica. De ver a Don Demetrio, el querido "Presillón", ajustando acciones con los jóvenes ingenieros que se sumaron como Preval o Israel Pérez.
Para entonces era ya historia fresquecita la epopeya del arranque de la fábrica que Presilla encabezó animado por el Guerrillero Heroico, no mucho tiempo después que otro Demetrio (Montseny-Villa) intervino la Compañía Minera de la Bahía de Moa en nombre de la Revolución. En días en que Alipio Zorrilla fue el primer administrador, a poco de surgir la Empresa Consolidada del Níquel. Justo cuando comenzó a conocerse en el país como la fábrica Pedro Sotto Alba en homenaje al bravo Pedrín y el Cansite fue el reparto Rolando (Rolo) Monterrey, también homenaje merecido.
El 24 de julio de 1961, se acepta, nació la realidad y leyenda de un colectivo que ha sido
—y es— orgullo de la minería cubana. Con el tiempo y esfuerzos la vida se normalizó y cada vez más la trinchera cotidiana fue la producción de sulfuro de níquel más cobalto. Surgieron necesidades y apremios diferentes, otras resultaron las exigencias. Pasaron los años, las décadas. La tecnología de lixiviación ácida a presión demostró eficiencia en manos revolucionarias. Se habló de récords de producción y bajos costos, de trenes de lixiviación a plena marcha, de innovaciones y racionalizaciones trascendentes, de mercado estable, de garantía de suministros...
Hasta que vino el golpe inmenso de la desaparición de la URSS y el campo socialista. El período especial afectó a la Pedro Sotto Alba hasta ponerla en situación límite, pero su colectivo
—como toda Cuba—, resistió la prueba y una posibilidad surgió en el horizonte. Un día, hace varios años, empezó a laborar como empresa mixta, con un nombre corporativo añadido y nuevos retos en busca de cotas productivas y de eficiencia acordes con los tiempos presentes.
Las esperanzas y expectativas han sido superadas con creces hasta ahora. Emociona saber que la producción de diseño fue rebasada, que cada último año ha concluido con un tonelaje de producción inédito y que cada día se rinde tributo fervoroso a Pedro Sotto Alba.
Hoy, cuando desde la distancia y el tiempo evoco el "perfume" inconfundible del ácido que aprendí a querer de niño y a mi padre, ya viejo y aún en Moa, mirando en lontananza con afecto a la fábrica que en época fundacional contribuyó a dirigir, me asombro de la gloria acumulada en la tierra laterítica para bien de la Patria en apenas 40 años.
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