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 Lezama universal: raíces visibles ROGELIO RIVERON Cuando en 1937, José Lezama Lima publicó Muerte de Narciso, la poesía cubana recibió una dote de ambiciones cósmicas. Quedaba planteada, en forma de libro, una intención totalizadora: la de ver a la poesía (y no solo al poema) como una de las fuerzas creadoras de vida.
Los sucesivos poemarios de Lezama, Enemigo rumor, aparecido en 1941, Aventuras sigilosas (1945), La fijeza (1949), Dador (1960), así como buena parte de su ensayística y significativos momentos de sus novelas Paradiso y Oppiano Licario, desean dar fe del poder autónomo de la poesía y adelantan una tesis de hermoso riesgo: es la imagen, la imagen poética, la que hace que el mundo gire.
Deseo comentar, a propósito de José Lezama Lima, cuya muerte ocurrió en La Habana (ciudad en la que también nació) el 9 de agosto de 1976, dos selecciones de sus versos, organizadas y prologadas por Enrique Saínz. Son ellas El coche musical y Noche insular: jardines invisibles, publicadas ambas por la Editorial Letras Cubanas en el 2000. Diré, de entrada, que se trata de una hábil condensación de la poesía lezamiana, que, desde las cubiertas de los cuadernos, invita a una lectura que siempre ha estado aguardando por nosotros.
Por supuesto que ni los críticos tienen derecho a decidir por quienes se honran leyendo. Una opera omnia, es decir, la obra total de un creador posee, sin embargo, sus cumbres y, en consecuencia, otros momentos que, misteriosamente se dedican a preparar los ascensos. El crítico, o el compilador, puede entonces proponer, de acuerdo con sus propios gustos
—concedido—, pero también con su experiencia aquello que considera imprescindible de una obra, por los motivos que sean. El coche musical y Noche insular: jardines invisibles toman sus títulos de sendos poemas lezamianos y contienen otros de los que pudiéranse llamar canónicos en su poesía. Me refiero, entre varios más, a
"Rapsodia para el mulo", "Cuerpo, caballos" y el que, obligado a votar, recibiría mi voto:
"San Juan de Patmos ante la puerta latina".
Creo que, por ejemplo, exquisitez sería un calificativo superficial para la obra de José Lezama Lima, quien forma, junto a Nicolás Guillén, Gastón Baquero y Eliseo Diego, la vanguardia poética cubana del siglo XX. Su poesía es resultado del conocimiento agotador y de una especie de expedición al sentido del ser. Abarca, asimismo, toda la tradición hispanoamericana, pero se desborda sabiamente hacia cualquier zona del pensamiento que considere apropiada y es capaz de sacrificar el ritmo y otras maniobras que equilibrarían la estructura del poema, si lo considera necesario. El sistema poético le llamaba Lezama a aquella manera de entender el universo que le proporcionó la suerte
—y, en ocasiones, la desgracia— de no caber en movimiento estético alguno, salvo el que él mismo sugirió y fomentó de varios modos.
El coche musical y Noche insular: jardines invisibles, selecciones de la poesía de José Lezama Lima a cargo de Enrique Saínz, publicadas por Letras Cubanas en el 2000, son de por sí una tentación: la de acercarse con el alma abierta a una obra imprescindible de la cubanía; acercarse con la disposición activada.
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