 Las cartas de Neruda AMADO DEL PINO Asumir títulos del repertorio internacional ha sido una presencia poco común en la escena cubana contemporánea. Ahora El cartero de Neruda, del importante escritor chileno Antonio Skármeta, llega a la sala Hubert de Blanck de la mano de Orietta Medina, desde varios años directora general de la legendaria compañía que labora en la sala de Calzada y A.
A Skármeta se le conoció en Cuba por un Premio Casa de las Américas, para su novela Desnudo en el tejado. Su salto a la notoriedad se produce precisamente con Ardiente paciencia, ingeniosa narración
—y después obra teatral y origen de dos películas— donde pone a convivir al inmenso poeta Pablo Neruda con su humilde cartero de Isla Negra.
Orietta asumió la esencia de la historia y las situaciones del chileno y versionó elementos argumentales, subrayando aquí y allá buscando (según las notas al programa de Mercy Páez) acercar la obra especialmente a los jóvenes. Se agradece la síntesis, aunque pudo ser todavía más concentrado el texto del espectáculo que nos ocupa. Junto a situaciones muy ricas y diálogos ingeniosos, se localizan momentos descriptivos que obligó al espectáculo a un uso excesivo de las voces en off. Ahí se debilita el juego escénico y el tono se acerca a lo radial.
A pesar de la mencionada vocación enumerativa, dinamizan la puesta en escena el diseño de luces de Saskia Cruz, un vestuario bien pensado de Elsa Vives y el uso inteligente del giratorio de la sala Hubert de Blanck.
Sobresale en el amplio reparto el rigor con que René de la Cruz (hijo) asume el difícil personaje de Neruda. Se trata de un intérprete con una carrera basada en el carisma y donde las caracterizaciones han resultado escasas. Ahora
—a pesar de momentos en que exagera casi hasta la caricatura el típico hablar del poeta— De la Cruz demuestra que también es capaz de alcanzar emotividad sobre las tablas. El cartero de Ariel Díaz constituye toda una revelación. Este intérprete de veinte años, y una carrera que comienza, derrocha vitalidad y gracia durante las casi dos horas del montaje. Juditn Carreño, otra debutante, aporta también frescura y desenfado.
A Mayelín Barquinero le correspondió asumir la sombra de Matilde Urrutia, el gran amor del autor de Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Aunque la joven actriz lucha por llenar de matices y tareas escénicas al personaje, la escasez de situaciones y costados dramáticos da, por momentos, la sensación de algo artificial o sobrante. Mucho contribuye Faustino Pérez a que las escenas más sociales
—resueltas con menor plasticidad que las que apuntan a lo privado— alcancen un ritmo aceptable. También apoya la dinámica de la puesta la lección de buen gusto que vuelve a ofrecer Miriam Learra.
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