![]() |
FELIX LOPEZ Para Krishna Thompson los ataques de tiburones solo eran posibles en las películas para no dormir. Eso creyó este banquero de Wall Street, de 36 años, hasta este fin de semana, cuando su agradable estancia en una playa de Bahamas terminó en una pesadilla que le costó la pierna izquierda. Todo ocurrió en segundos. Mientras nadaba, Thompson se descubrió luchando con un escualo; y pese a tener la pierna prácticamente desprendida del cuerpo, el hombre logró llegar a la orilla sin ayuda. Un cirujano que presenció el incidente le aplicó un torniquete y contuvo la sangre... En otro trágico accidente ocurrido el pasado 6 de julio, en Pensacola, Florida, el tío del pequeño de ocho años Jessie Arbogast mató al tiburón que poco antes había arrancado el brazo de su sobrino, recuperó la extremidad cercenada y corrió a un hospital, donde luego del reimplante, Jessie continúa en estado crítico. En menos de un mes, dos hombres han tenido que responder al ataque de los tiburones con sus propias manos. Y ocurre en las mismas aguas que frecuentan los inescrupulosos traficantes de seres humanos, en su ruta para trasladar a emigrantes ilegales cubanos hacia las costas de Estados Unidos. Estos dos hechos explican por sí solos la suerte que pueden haber corrido muchos cubanos desaparecidos en las peligrosas aguas del Estrecho. Según las estadísticas, en la Florida tienen lugar dos terceras partes de los percances registrados cada año en aquel país, y un tercio de los producidos en el mundo. El año pasado, el pueblo cubano conoció de la trágica muerte de dos hermanos que fueron devorados por los tiburones, en circunstancias que todavía se desconocen. Esos jóvenes habían salido de la Isla en la lancha sobrecargada por dos traficantes, pero sus cadáveres fueron hallados por un pescador cerca de Cayo Hueso. Por aquellos días, en aguas cercanas a Boca Ciega Bay, junto a Tampa, la norteamericana Anna Kubinski vivió desde la orilla cómo un tiburón se abalanzó sobre su esposo Thadeus Kubinski, de 69 años. Había observado su gran espina dorsal y la lucha del hombre, pero todo fue tan rápido que nada pudo hacerse. Era el ataque número 23 en ocho meses, según comentó entonces George Burgess, director de International Shark Attack File, de Gainesville, en la Florida. Estos ejemplos y los récords estadísticos permiten asegurar que el Estrecho de la Florida es el lugar del planeta con más incidentes. Para los especialistas, la causa principal del incremento de los ataques está en la proliferación mundial de los deportes acuáticos, práctica que obliga a la gente a permanecer cada vez más tiempo en el mar. Según investigadores de la Universidad de la Florida, los tiburones son atraídos por las vibraciones y por las tablas de surf, además de sentirse incitados ante los colores llamativos y los movimientos bruscos como golpes o chapoteos en el agua. En la actualidad la ciencia acepta que hay unas 400 especies de tiburones, pero el número cambia a medida que se descubren otras nuevas. De las conocidas, solamente cuatro atacan a los seres humanos con cierta frecuencia. Y el más asesino de todos es el gran tiburón blanco, una suerte de reliquia prehistórica, el escalón más alto en el ecosistema marino. Sus dientes triangulares son afilados como cuchillas, de perfil irregular y dispuestos en su mandíbula en varias filas que se inclinan ligeramente hacia el interior. Sus mandíbulas pueden ejercer una fuerza de 3 000 kilogramos por centímetro cuadrado (trescientas veces más que en el ser humano). También es muy acusada la sensibilidad de su olfato, capaz de detectar la sangre a grandes distancias. Su vista, aunque está más preparada para actuar en condiciones de escasa luminosidad, presenta como particularidad una membrana llamada tapetum que actúa a modo de pantalla reflectora incrementando notablemente la sensibilidad del ojo. Cuando un animal con estas características sale de la oscuridad y se acerca sin previo aviso, con la segura confianza de ser invencible, el hombre queda como frente a una locomotora acuática con malas intenciones. Peter Klimley, experto en tiburones del Bodega Marine Laboratory, en California, sostiene que el tiburón blanco puede calcular el valor energético de una presa durante un microsegundo del primer mordisco. Si percibe que esta no tiene un valor energético alto como para justificar un ataque a gran escala, la suelta; pero si descubre que la presa es rica en grasas (por ejemplo, una foca o un león marino), repetirá el ataque. Curiosamente, en los últimos 50 años se ha avanzado relativamente poco en el desarrollo de repelentes contra tiburones. Se han probado tinturas, productos químicos y cortinas de burbujas. Utilizar la electricidad ha sido el experimento más reciente. No obstante, hasta la fecha no se ha descubierto nada eficaz para ahuyentar a un tiburón blanco hambriento en pleno ataque. El mejor antídoto sigue siendo la prudencia. Y aunque Peter Benchley, el autor del libro Tiburón (hoy sensibilizado con la ecología y habitual colaborador del National Geographic) siga advirtiendo que son mayores las posibilidades de que un bañista muera alcanzado por un rayo, la lógica indica a los hombres no desafiar al dueño de los mares. Y mientras conocemos de historias atroces como las aquí contadas, más nos damos cuenta de lo poco que conocemos a los tiburones y del peligro que representa una travesía en el Estrecho de la Florida. Una ruta que fue trazada para los emigrantes ilegales cubanos en 1966, cuando comenzó a existir la Ley de Ajuste Cubano, mucho más asesina que un escualo.
|