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 El caso MTV Una distracción totalitaria PEDRO DE LA HOZ "¿No estás en MTV? Pues es como si no existieras", fue la frase lapidaria que le soltó un colega a un joven realizador de videos musicales ante el afán de este por hacerse de un lugar en el mercado de los clipes. Quizá parezca demasiado tajante la expresión, pero una rápida confrontación con los hechos aporta contundentes razones.
Estos son los protagonistas
de la décima versión
de The Real World, una evidencia de voyeurismo televisual.
A la vuelta de veinte años, la transnacional norteamericana Music Television (MTV) se presenta como el más grande negocio de la comercialización de video clipes del mundo. Parcela sustanciosa del imperio de las comunicaciones Viacom, este canal, que es a la vez muchos otros canales y luego veremos cómo y por qué, se inserta en una audiencia potencial de 340 millones de hogares de 40 países.
Negocio y comercialización no son palabras escogidas al azar. En MTV, como en buena parte de la industria del espectáculo, sobrepasan y subsumen a la cultura y la promoción. Si alguien piensa que estoy ideologizando el tema, debe saber que la agencia de noticias AFP, al reportar esta semana el vigésimo aniversario de MTV, ha utilizado, al reseñar el cumpleaños, términos muy precisos:
"MTV celebra su aniversario convertida en un monstruo del marketing, que se reinventa constantemente para tratar de mantenerse al frente de la cultura pop".
En torno al video clip se ha suscitado más de una polémica. Soy de los que piensa que con su surgimiento en los 70, aparejado a la masificación del uso de ese soporte en la programación televisual, se revolucionaron los códigos audiovisuales. Las estéticas del clip implicaron una forma diferente de hacer y de ver televisión (y también del cine, visiblemente influido por los códigos de aquel): multiplicidad y fragmentación de las tomas, acentuación de los mensajes subliminales, jerarquización de los efectos ópticos especiales al punto que parecen convertirse en un fin en sí mismos, sobrevaloración de la edición, perfeccionamiento del sincronismo, y una definitiva transgresión de las progresiones narrativas lineales. Los clipes
—y he aquí una crítica recurrente que proviene del mundo del cine— se sienten, no se piensan; se devoran, no se mastican.
Es innegable que ha aportado, quizá como ningún otro género audiovisual, un margen de integración de técnicas y lenguajes, como nunca antes había podido concebirse, en un plazo temporal sumamente reducido y sintético. Fueron también los realizadores de video clipes quienes aventuraron el uso de las técnicas digitales y de la computación en función de resultados artísticos.
Pero no hay que olvidar el alfa y el omega que rige esa producción. El clip nació como apéndice y sustento de la industria discográfica. En otras palabras, para vender discos. Y quien vende discos
—y DVD's y toda la amplia gama de producciones acompañantes— en el entorno predominante en la industria del espectáculo, vende mitos, modas, paradigmas...
para vender más y más de lo mismo.
Y esa ha sido y es la filosofía pragmática de MTV, sus filiales y sus epígonos: una sucesión ininterrumpida de imágenes a lo largo de veinticuatro horas, casi siempre a un ritmo alucinante, en el que no existe el más mínimo margen para el respiro. La canonización del sistema de estrellas, con todo lo que conlleva como imposición de una especie de teología del mito, está servida en la pantalla doméstica. Hoy día resulta muy difícil defender, a partir de ese tipo de comercialización del video clip, una contribución a la globalización de la cultura musical. En todo caso habría que hablar de un nuevo totalitarismo de la imagen.
Esa operación se combina, a la perfección, con la atención especializada a diversos segmentos de público. VH1 se dedica al público senior; CMT a los que gustan de la música country; y Nicklodeon se ha aliado a las producciones Disney para potenciar las ventas de las canciones con que suelen aderezar los filmes de la última generación de dinosaurios, pocahontas y reyes leones. Y están los que hacen la competencia con la misma fórmula: para los hispanos, para los negros... hasta en Europa se ha repetido la experiencia de MTV bajo los mismos presupuestos, sin olvidar ese escuálido cipayismo que a veces asoma entre nosotros, léase Colorama.
Todo vale en esta desenfrenada carrera del musical televisado.
El ya citado despacho de AFP nos recuerda que en un momento determinado, ante la abrumadora emulación comercial, MTV lanzó The Real World, el seguimiento las veinticuatro horas del día de un grupo de jóvenes encerrados en una casa, lo cual constituyó el antecedente de los hoy célebres e impúdicos Big Brothers. Y que a la hora de jugar a la política, también la trivializa, como sucedió en 1992 con el entonces candidato presidencial Bill Clinton quien dedicó parte de su alocución a defender el uso de los slips en lugar de los calzoncillos
matapasiones.
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