 Puentero Mayor Manuel Pérez González, uno de los hombres-símbolo de la provincia espirituana por su entrega al trabajo y entre los que más puentes ha construido en el país IRAIDA CALZADILLA RODRIGUEZ A estas alturas de la vida, dos cosas le rompen el alma a fuerza de nostalgias: irse por los caminos a construir puentes, como un trotamundos curioso y empedernido, y las jabas-oficinas, de nylon grueso, agarrado arriba con un asa de alambre y reforzadas con planchuelas de aluminio. Ahora ni lo uno ni lo otro, al menos que acuda al viejo álbum de fotos, con hojas verdes y amarillas de tiempo, para rememorar correrías por toda Cuba enlazando rutas y dirigiendo hombres; o vaya a algún rincón de la casa y manosee las bolsas cubiertas de polvo, guardianas de libretas con minuciosos apuntes sobre lo que fue cada día de trabajo.
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GILBERTO RABASSA |
Manolo, el Puentero Mayor,
vive de recuerdos y de presente, porque
"lo que uno no puede
es meterse a viejo". Pero si algo bueno tiene Manuel Pérez González es que las añoranzas se las aprieta en el pecho y saca a la cara la sonrisa de ventura para atraer al optimismo. A la vuelta, nadie le quita "lo bailao", que es decir el orgullo del trabajo, de la crianza de los hijos, y de haberse unido a Encarnación Rodríguez, la muchacha más linda del contorno y que no ha dejado de ser "mi novia de siempre: Mire como le brillan los ojos".
En Sancti Spíritus no tiene otro nombre que el de Puentero Mayor, por la cantidad de ellos que construyó desde 1947 hasta 1992 cuando se jubiló. Y es millonario de cariño, tanto, que entre los hombres-símbolo de la provincia por sus aportes en diferentes ramas, él se lleva el reconocimiento en el del trabajo y no hay quien le desplace del respeto de sus conciudadanos, a pesar de los años que lleva en aparente retiro.
"Yo soy un empírico. Es una cuestión de oficio y de intuición certera. En las obras he sido ejecutor, cabillero, albañil, montador, aguador, carpintero, y en todo recibí buenas evaluaciones, aún sin pasar escuelas".
—¿Y cuáles son los puentes que más recuerda? Hay un silencio para reordenar el pensamiento, quizás porque, como los padres justos, no quiere dejar sin alabanzas a los hijos con merecimientos.
"En Sancti Spíritus uno de los más importantes fue el de la carretera de La Sierpe, con 360 metros; pero también están los cuatro de la pata de la autopista, los de la Jíquima de Pelayo, los de Cabaiguán a Jatibonico, los nuevos del río Yayabo y de la cañada de Mataburro y el del aliviadero de la presa Zaza".
—¿Pero alguno le traerá una remembranza especial?
"El que va de la carretera de Cienfuegos a Rancho Luna. Ahí por poco me muero, no dormía nunca, trabajaba día y noche, pues era una obra de más de 375 metros y se hizo en cinco meses. Iban todas las semanas a chequear cómo quedaba, el compromiso era muy grande y yo nunca fallé en una entrega. En ese tiempo vine a la casa muy poco, y me sostenía la promesa de Encarnación cuando era muy joven: "Corre tú, que yo te espero aquí con los muchachos".
—El Comandante en Jefe lo regañó una vez...
"Fue cuando el 26 de Julio que celebramos en la provincia en 1986. Yo cuando trabajaba me subía a dirigir el montaje de los puentes en la pata de la grúa y no en el cesto que se enganchaba. El se lo dijo al pueblo y de ahí pa'lante mis compañeros me cuidaron tanto que más nunca pude hacerlo".
—Manolo, hay una anécdota de que usted estuvo preso. ¿Qué hay de cierto?
Le miro a la cara y veo el rostro más pícaro de la vida. No quiere hablar de pura risa contenida y Carmen, la hija, precisa: "Un día le dijeron que fuera a esperar a una visita al puente de la circunvalación, que allí lo recogería la caravana. Sentado en la punta, al amanecer, estaba con una bicicleta viejísima, la jaba llena de churre y la ropa de trabajo, cuando apareció el patrullero y le preguntó. El hombre debió pensar que era un loco y amablemente lo llevó para la estación de policía".
El Puentero Mayor retoma la palabra: "Como a las dos horas de estar allí y repetir la misma historia, ya la cosa no me estaba gustando y pedí hablar con el primer secretario del Partido. No sé cómo, pero me complacieron y agarré el teléfono. Enseguida dieron la orden de soltarme y de llevarme a la casa, pero yo cogí la bicicleta y me fui a buscar mangos. Por la noche, tomando fresco en la acera, se lo conté a la familia y la risa no la podían parar de imaginarse mi estampa. Menos mal que no me llevaron para el Psiquiátrico".
—Bueno, ¿y qué es eso de que tiene una jicotea de 29 años que se llama Elpidia y anda por la casa como un pariente más?
"La traje de Iraq donde me la encontré debajo de un puente y aquí se convirtió en la mascota. En ese país construí cuatro vías de acceso, y cuando llegué a Cuba, enseguida me mandaron para Nicaragua donde dejé huellas en Río Negro, Hato Grande y Chinandega. Mire usted, yo que siempre dije que de mi país no saldría para nada, me fui a cumplir misión a dos. Así es la cosa".
Ha ejecutado tantos puentes que puede multiplicarlos por
dos años de vida: "Antes se hacía un cronograma y pedíamos 60 000 pies de madera, no era rentable. Ahora las estructuras se hacen en la planta de prefabricado y se montan. Es como de la noche al día".
Manolo anda por los 80 años y todavía no hay quien lo amarre a la casa si antes no ha hecho algún "trabajito" en la agricultura, en el
organopónico, en algo donde sienta el hálito libre de la vida y el dominio del propio rumbo porque, a fin de cuentas, discurre, "el sino de campesino aventurero no se me espanta por más regaños que me echen los hijos y Encarnación".
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