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Gabo, el memorioso

Una tertulia improvisada ayer en la redacción de Granma Internacional

Pedro de la Hoz

El periodismo es una enfermedad incurable. Se pueden escribir incontables páginas de ficciones, imaginar un pueblo en el paraje más recóndito y caliente de la costa atlántica colombiana, destazar colas de cerdo en la rabadilla de niños recién nacidos, concebir una potra descomunal en la ingle de un sátrapa que es el espejo de todos los sátrapas, recibir en liquiliqui un Premio Nobel de Literatura en Estocolmo... y, a fin de cuentas, regresar a la redacción de una publicación habanera a empacharse de noticias y parlotear sobre los viejos tiempos en que respiraba junto a la angustia rítmica de los teletipos la urgencia de un despacho de última hora.

RICARDO LOPEZ HEVIA     

Testimonio gráfico de la crónica de una visita no anunciada.

Eso hizo ayer Gabriel García Márquez. Sorteando la inclemencia de una tormenta tropical, irrumpió en la redacción de Granma Internacional, para encontrarse con quien fue su colega en Prensa Latina en los albores de los 60, Gabriel Molina, y descubrir que allí también se hallaba el veterano Joaquín Oramas, entonces secretario de redacción de la agencia. "Sabes, Gabo, que siempre devolví tus notas intactas, sin la sombra de una tachadura". "Sería por la prisa, lo demás son babosadas".

Como había muchos colegas jóvenes, Gabo, remiso a las entrevistas hasta la muerte, deslizó, pese a su habitual hermetismo, algunas noticias: la entrega veinticuatro horas atrás de las pruebas finales a su casa editora de las mil páginas escritas del primer tomo de sus memorias, que recrean desde su primera visión del mundo en Aracataca hasta la publicación de la novela La hojarasca, y la intención de conformar tres tomos de estas remembranzas.

Tan metido ha estado en estos trajines del recuerdo que no supo —y ayer se enteró en Granma Internacional, por intermedio de Gustavo Robreño— que la Ministra de Cultura de Colombia, ante el magro presupuesto de esa dependencia, había hecho un llamado para las fuerzas vivas de la sociedad civil de ese país compraran las galeradas corregidas por él de Cien años de soledad, puestas a subasta. García Márquez le había dado esas hoy valiosas páginas a un entrañable amigo suyo español, exiliado en México, quien las conservó hasta su muerte. Ahora, alguien que recibió en herencia parte de la papelería del amigo descubrió un filón de oro en un documento que debería formar parte del patrimonio cultural colombiano.

Gabo evocó en su conversación vespertina la memoria de Jorge Ricardo Massetti, fundador de Prensa Latina, y habló de su eterna e incorruptible conexión cubana, antes de insistir en que odiaba las entrevistas y lo mejor que hacía era ir con su música a otra parte antes de que violara su compromiso acosado por los reporteros.

Y marchó con la música a casa del "viejo" Angel Augier, amigo también de los tiempos de la agencia. Lo que no sabe García Márquez es que Augier es colaborador de Granma. De modo que en cualquier momento sus infidencias de estos días habaneros pudieran ver la luz.

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