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pequeña pantalla

Un domingo con la Lupe

PEDRO DE LA HOZ

La obra musical de Juan Almeida se defiende por sí misma. Desde su canción a la Lupe, que habla de manera elocuente de la sensibilidad de un hombre común que a la vez comienza a ser y hacer historia, a esos sabrosos sones, desenfadados e ingeniosos que reflejan una entrañable sintonía popular, este compositor cubano cuenta y pesa, con méritos propios, independientes al de su trayectoria política, en el repertorio de la cancionística y la música bailable del último medio siglo.

ALBERTO BORREGO    

El compositor en versión de cámara: una posibilidad para tener en cuenta.

De ahí que dedicarle un espectáculo a repasar esa obra fue un acto justo y necesario, por parte del Instituto Cubano de Radio y Televisión, con el apoyo del Instituto Cubano de la Música y del Teatro Nacional, en medio de la actual programación de verano. Y que se transmitiera en vivo y en directo por la TV Cubana, el último domingo, nos pareciera no solo pertinente sino parte de una línea que está por explotar en los vínculos entre nuestros escenarios y la proyección televisual. 

Este, desde luego, no es la primera —ni será, por suerte la última — retrospectiva de la obra de Almeida, pero sí la que comienza a dar la medida de una renovación en el espectro interpretativo: ver rostros y escuchar voces frescas, que desde sus perspectivas, asumen antiguos y nuevos temas —porque, por suerte también, el caudal creativo se mantiene intacto— representó para los que presenciaron la gala en el teatro o por la pequeña pantalla la posibilidad de asistir a una especie de redescubrimiento del autor.

Para probarlo, bastarían tres ejemplos. Escuchar Si hay alguien, por Osdalgia, permitió entrever, en correspondencia con el singular temperamento de la cantante, una de las puntas del ovillo por donde puede y debe renovarse el bolero. La versión de Dan Den de Por teléfono no —más aún que O Lola o Loli, muy bien ejecutada por Elito Revé y su Charangón, pero con un montuno de mediano vuelo— está en condiciones de inscribirse, por su ingeniosidad melódica, su vigoroso ritmo y hasta un oportuno toque de hip hop, como uno de los temas peleadores del momento en el ámbito bailable. Y el trío de cámara Almeida-Moreno, en el que me hubiera gustado una participación más activa de la percusión, demostró, a más del talento de estas jóvenes promesas, cuánto Almeida podría aportar, con un trabajo de producción consecuente, a una zona tan huérfana de realizaciones entre nosotros como lo es la música instrumental pop. 

Antes mencionaba el uso del teatro como set de televisión para la transmisión de telespectáculos. Desde hace tiempo sé que esta idea, más allá de festivales y concursos, la ha ido madurando Víctor Torres. Aplaudamos la idea, no la realización: en pantalla todavía, por lo que vimos en casa, no se ha podido explotar ni visual ni estructuralmente. La Lupe en concierto no pasó de ser una puesta televisiva de un espectáculo musical en un teatro. A ello contribuyó la poca integración —y el convencionalismo— de los discursos danzarios. Y una animación en la que dos buenos profesionales —Rosalía Arnáez y Joaquín Mulén— se las vieron grises con un libreto plagado de artificios apologéticos, dichos entre risas nerviosas e injustificados raptos de entusiasmo, que nada aportaron a una obra que, como decíamos al principio, se defiende sola.

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