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Eduardo Muñoz Bachs

Adiós al hombre de los 2 000 afiches

TONI PIÑERA

MARIO FERRER    

Eduardo Muñoz Bachs, ese artista que estuvo siempre a la caza de imágenes, que era como un estado de vigilia artística permanente en el que generalmente encontraba lo que buscaba a la hora de crear, falleció ayer en nuestra capital a la edad de 64 años, víctima de un infarto medular.

Diseñador, dibujante, ilustrador y pintor, Muñoz Bachs, el más prolífico de los cartelistas cubanos, dejó un largo y fructífero camino recorrido, en más de 40 años de labor en el ICAIC por el mundo del diseño, desde que estampó su firma en aquel primer cartel del cine cubano, perteneciente al filme Historias de la Revolución, de Tomás Gutiérrez Alea. Este creador de más de 2 000 carteles para largometrajes, documentales y dibujos animados, muestra en su amplio currículum importantes galardones en Festivales de Cine en Cannes, París, Hollywood, La Habana; en concursos de ilustración de libros infantiles (Japón y Cuba), entre otros.

Mirando sus carteles, uno puede hacer un viaje por el cine cubano. Precisamente, uno de los aspectos clave del intenso quehacer gráfico de este clásico de la época dorada del afiche cubano, es que con simples elementos lograba, a veces, un mensaje impactante. Como en aquel cartel de Niños desaparecidos, donde con una sencilla pelota en un campo negro, encontró la idea. Pues, según me comentó en una entrevista, estuvo haciendo bocetos de niños con diversos objetos y juguetes, hasta que se dio cuenta que no podía poner al niño, sino un detalle que lo recordara sin estar presente... Entonces surgió aquella imagen solitaria de la pelota. Con ese trabajo obtuvo el primer premio Coral en el 7mo. Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano.

Todo ello ayudó mucho al artista nacido en Valencia (España) en 1937, a raíz de la Guerra Civil Española, en su labor de los últimos tiempos donde incursionó a fondo en la ilustración de libros infantiles. Sus dibujos-poesías quedaron impresos en muchas obras de esta temática. "La técnica del cartel —dijo— es limitada. En el silk-screen los tonos son planos y limitados, mientras que en los libros es diferente. Aquí tienes que hacer un poco de abstracción a la época de la infancia... aunque en el libro estás limitado por el tema, estoy consciente de que los mejores dibujos infantiles son los que hacen los niños. Por eso trato de llegar a su universo, pintar como ellos lo hacen", dijo Muñoz Bachs.

Según el pintor y crítico, Manuel López Oliva, sus afiches de cine se inscriben en una cartelística fundada como extensión del cine cubano, que desde el inicio se opuso a las visiones estereotipadas de la publicidad neocolonial capitalista, queriendo afirmar así los valores estéticos de las películas, y hacer de cada cartel una especie de "cuadro público"; que colaborara en la acción de transmitir masivamente los estímulos y las expresiones del arte.

Hace algunos años, en coincidencia con el 18 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, tuvo lugar una exposición-homenaje del artista en la Casa Simón Bolívar titulada Un mundo de fantasías, en la que mostró todo su caudal de energías artísticas acumuladas en una amplia colección de las más variadas temáticas y técnicas tocadas por Muñoz Bachs a lo largo de su vida creadora. Allí estuvo también expuesta la faceta menos conocida del destacado autor: su obra pictórica.

Esa iconografía personal donde asoman diversos personajes (animales extraños, arlequines, payasos...) vestidos de aparente calma, y extraídos de su rica imaginación, de las lecturas y del constante ejercicio gráfico. Una figuración cercana al realismo mágico y a los sueños de un creador que cuando en una entrevista le preguntaron una vez: Si te dieran la tarea de hacer un afiche sobre la película de tu vida, ¿cómo sería?, contestó: "En colores, aunque no muy brillantes, tendría bastante blanco y negro. Luego... habría que ver qué texto le pongo. Si yo fuera un color, fuera un gris-violeta, quizá un marrón, un carmelita...".

Por enésima vez

Pedro de la Hoz

Nadie podía suponer que detrás de esa expresión enjuta, de la eterna niebla de los cigarrillos, se escondía un poeta. Sus amigos y su familia —nuestra Haydée, su compañera, y nuestra también en Granma, al igual que su cuñada Nidia; Fabián, su hijo, que garabateó sus trazos adolescentes en estas páginas; su hermana Ana María, una de las mejores editoras literarias cubanas, los dos Wilfredos, Helmo— sí lo sabían. Poeta de las formas más sencillas, que son las más audaces, las más eternas. Rafael Acosta, presidente del Consejo Nacional de las Artes Plásticas, tuvo entera razón, al despedir ayer el duelo, en situar a Eduardo en su justa jerarquía, como uno de los más originales y transparentes creadores de imágenes que Cuba ha tenido.

Estas líneas son apenas un pretexto para reproducir uno de tantos iconos entrañables, quizá el más cercano a su propia sensibilidad. Para el documental de Octavio Cortázar, Por primera vez, donde se capta el descubrimiento del cine por los hombres y las mujeres de la Sierra, gracias a los cine-móviles ideados por la Revolución, se apropió de un Charlot rodeado de flores. Es así como Eduardo estará siempre en el arte cubano, entre nosotros. 

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