 Museo Nacional de Bellas Artes Perlas cubanas
Recorren delegados a los Congresos de la UNEAC y la UPEC las salas dedicadas al arte creado en nuestro país PEDRO DE LA HOZ Ese aire familiar, esos lazos sanguíneos con el aire y la luz, esa reveladora cantidad de signos, gestos, texturas y volúmenes que nos hacen ver y estar en el mundo, se expresan con singular relieve en las salas de la Colección de Arte Cubano del Museo Nacional de Bellas Artes.
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JORGE LUIS GONZALEZ |
Entre los maestros
de la primera mitad del siglo XX figura Jorge
Arche. Lectura inteligente y sucesiva—
ayer disfrutada merecidamente como primicia por delegados a los Congresos de la UNEAC y la UPEC, y destacadas personalidades de la cultura, presentes en la noche del jueves en el acto inaugural— es la que nos propone el nuevo diseño museográfico.
Desde el fondo del siglo XIX, aún cuando la mirada europea predominaba en el arte sacro, los retratos de aristócratas y patricios, la disposición del paisaje, las tribulaciones de plazas y mercados, las estampas pintorescas y la pintura de costumbres, se va advirtiendo una transmutación de valores, una cercanía anhelante dentro de los marcos del ejercicio académico.
Los visitantes pudieron observar ayer cómo la obra de los maestros cubanos se exhibe en un ambiente de iluminación impecable y bajo un riguroso criterio museográfico.
Pero solo es a partir de la tercera década del siglo XX que se logra, al fin, una sintonía entre el anclaje insular y el tiempo universal de las artes visuales. Graziella Pogolotti, una de las más lúcidas críticas de arte en nuestro país, recuerda que
"los síntomas del verdadero renacimiento de la pintura se inscribieron en un doble aliento renovador, el del vanguardismo y el de la propia cultura cubana".
Desde ese momento, todos los lenguajes, todas las formas han sido posibles. El visitante, entre el goce y la sorpresa, transita por los espacios perfectamente iluminados de las salas. Se detiene ante la monumental voluntad de los maestros que encarnaron la vanguardia en tiempos desolados; observa abstracciones y figuraciones; penetra en las oquedades de la piedra y recibe las provocaciones del hierro y el bronce; y vive la fulgurante explosión creativa que se fue dando a medida que avanzaba la centuria y que, luego y de manera definitiva, con la revolución tendría la mayor cosecha.
Una buena parte de los exponentes que se exhiben en las salas de la pintura de los 70 y los 80 corresponden, precisamente, a artistas formados por el formidable sistema de enseñanza artística que permite el acceso de los mejores talentos, con independencia del lugar de nacimiento, filiación, pigmentación de la piel, sexo y respaldo económico.
La creación de las últimas hornadas de pintores, grabadores y escultores representadas en el Museo no solo dan testimonio de altísimas y reconocidas calidades, sino también de la más absoluta libertad de expresión garantizada por la política cultural de la Revolución.
Todo aquel que tenga sed de belleza, podrá saciarla al contemplar estas perlas cubanas. Todo aquel que desee y sienta la necesidad de iniciarse en el goce de la contemplación estética y la intelección del lenguaje visual, tendrá aquí una escuela. Esa impresión, compartida por los primeros visitantes a la flamante instalación, es la mejor prueba de que esta obra colosal de conservación y promoción de nuestro patrimonio nos fortalece el espíritu.
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