Valles de Picadura

En busca de la postal perdida

FELIX LOPEZ

JUVENAL BALAN    

"Ahí abajo están las huellas del período especial y de los hombres que no se dejaron vencer...", advierte Ramón Castro, mientras su vista se pierde en la inmensidad de Valles de Picadura.

Dos décadas atrás, este balcón de piedra fue bautizado como el Mirador de la Postal, por elevarse sobre un paisaje ganadero en el que se mezclaban el verde intenso de las lomas, el de los pastos, las hileras de postes blancos y el rojo de las tejas criollas sobre los techos de las vaquerías. Solo el movimiento del ganado lograba imponer la realidad sobre aquella fotografía casi perfecta.

Ramón Castro explica a los trabajadores de la granja forrajera algunos secretos sobre la siembra del kingrass.

Pero esos valles no siempre fueron así. Mongo Castro, como prefieren llamarlo sus amigos, cierra los ojos y regresa a aquella mañana de 1969 en que trepó en un buldócer a la punta de una loma, y desde allá arriba comenzó a trazar, con la vista y el alma, los más de cien kilómetros de carretera que hoy unen las 68 vaquerías, las líneas eléctricas, las comunidades y los campos de pastoreo...

La productividad del ganado comienza a levantarse.

Había que ser un gran soñador para inventarse en la mente un emporio ganadero sobre la manigua y el diente de perro, con el agua oculta bajo el manto freático, muchas veces hasta cien metros de profundidad. Pero la tierra, repetía Mongo, sirve lo que el hombre. Y aquellos campesinos de Picadura, revividos por la Revolución, terminaron por lograr lo que parecía imposible.

Ahora nadie puede calcular cuántas horas de trabajo voluntario costaron los cimientos de las vaquerías... Como recompensa, Valles de Picadura se convirtió en poco tiempo en orgullo de la ganadería cubana, su producción llegó a alcanzar 40 000 litros de leche diarios, con pastos fertilizados, piensos importados y la ciencia y la técnica puestas en función del mejoramiento del rebaño.

Pero el derrumbe del socialismo en Europa vino a interponerse en esta historia. Cuando comenzó a faltar de todo, no solo bajó la producción de leche y se depauperó el ganado, sino que aquella postal en gran escala fue perdiendo sus colores: los pastos se tornaron amarillos, sobresalió el verde del marabú, se extinguieron las cercas, las vaquerías quedaron abandonadas y los hijos de los vaqueros comenzaron a pensar en otros oficios...

"No saben —confiesa Ramón Castro— cuánto sufrí al ver que se perdía aquello a lo que muchos le dedicamos la mayor parte de nuestras vidas. Por suerte, Valles de Picadura ha comenzado a reanimarse, pero no está bien todavía".

RESTAURANDO EL PAISAJE

Gladimir Soto era una niña cuando su familia se mudó a unos pocos metros de la vaquería 117, donde se convirtió en una experimentada administradora. De su padre, ganadero de pura cepa, aprendió todos los secretos posibles. Lo otro, la autoridad para dirigir, la adquirió con su consagración al trabajo.

Su vaquería, rodeada de frondosos árboles y jardines, es una de las 14 que ya se han recuperado en el orden constructivo. Además de volver a sus antiguos colores, se han reparado los herrajes, los techos, las cercas, los equipos de frío y las áreas de ordeño y maternidad. La productividad comienza a levantarse: sus vacas andan por los nueve litros diarios, pero la meta sigue estando en aquellos 19 litros de los mejores años.

Para Bernaldo Molina, director de la Empresa Pecuaria Genética del Este de La Habana, el objeto social de Valles de Picadura seguirá siendo la producción de leche, y esta —asegura— solo se incrementará mejorando la alimentación por la vía del forraje y del desarrollo de las razas más resistentes, pero antes hay que recuperar las voluntades de los hombres.

Con 30 años en la empresa, Molina sabe que tiene ante sí el mayor reto de vida. El período lluvioso se acorta cada vez más y los fertilizantes y piensos que llegaban "por tubería" ya son historia. Aun así, todas las madrugadas sus vaqueros salen a buscar los 11 500 litros de leche comprometidos con la industria. El plan del 2001 es de 2 millones 950 000 litros, y por esta fecha ya tienen 150 000 más que en igual etapa del 2000.

"Nos preparamos mejor —explica Molina—para el período de seca, hay más forraje y se inseminan a las vacas que deben parir en abril y mayo del año próximo; la mortalidad de los terneros bajó a un 10 por ciento, índice que es necesario mejorar si se tiene en cuenta que en los años más duros del período especial se perdieron dos generaciones de ganado".

En la vaquería 121, nos comentaban que a partir de las acciones de recuperación, los vaqueros y sus familias están más optimistas. Y no es para menos. La comunidad La Peña del León, por ejemplo, renueva sus aires de pueblo pintoresco.

Según Molina, se han invertido unos 9 000 dólares y 65 000 pesos en las vaquerías y la comunidad. Pero no se han sentado a esperar que más dinero caiga del cielo. En las ventas de algunos productos al turismo, no muy lejano de su posición geográfica, la empresa ha encontrado una fuente adicional de ingresos.

DE VUELTA EL VERDE INTENSO

Enmarcada por las vaquerías y la Cordillera del Grillo, la granja forrajera integral de la empresa vuelve a ser uno de sus mayores orgullos. Tal vez porque es el único lugar del país donde quedan 80 caballerías compactas de alimentos para el ganado: soya, kingrass y caña..., la alternativa ante los elevados precios de los piensos en el mercado internacional.

Al frente de ella está Nicolás Echevarría, diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular y una autoridad en el cultivo de la soya. Un hombre que lleva sobre sus hombros el futuro inmediato de la producción lechera de su empresa, tarea que lo obliga a dar el extra, viajar a su casa en la capital solo los fines de semana y bajar al campo a controlar y compartir el sol con sus obreros...

Nicolás nos invitó a visitar la cochiquera de la granja, donde los cerdos se alimentan con soya, miel y kingrass, conformando este último el 30 por ciento de su dieta. Sus resultados, en honor a la verdad, merecerían un reportaje aparte... 

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