 El faro de Cayo Cruz aún da luz para el extraviado PEDRO MORA
En oscuras o claras noches del Caribe es fiel amigo del navegante. Ni los 130 años que lleva a cuestas, ni el paso de ciclones y terremotos, impiden esa virtud.
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LUIS CARLOS PALACIO |
Sin hacer caso a su vejez, el faro de Cabo Cruz sigue cumpliendo su misión cada día.
Cuentan que un sismo lo hizo oscilar sin dañarlo y que las aguas del mar le escalaron algunos metros cuando el huracán de 1980, mientras casas de los alrededores eran devoradas. Sin embargo, allí está desafiando el tiempo, el faro de Cabo Cruz.
Con su característica arquitectónica en forma de cono recto de 32 metros de altura y su luz blanca como llave del perdido, ha ido penetrando durante décadas en el medio hasta convertirse en parte inseparable de moradores que lo sienten como suyo.
El bello litoral donde está enclavado, los tupidos bosques con una gama de colores, fueron admirados por Colón en mayo de 1494 durante su segundo viaje. Aquí la loca carrera colonizadora extinguió aborígenes y tuvieron refugio, bucaneros, corsarios y piratas con los ojos puestos en el tránsito hacia la vecina Jamaica.
La construcción del faro comenzó el 31 de enero de 1859, en terrenos de José Francisco Céspedes y Luque, tío del Padre de la Patria. Durante los 12 años que duró su ejecución laboraron en este lugar muchas personas, entre ellas el poeta Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, El Cucalambé, como pagador y guarda de almacén.
Aunque la obra finalizó oficialmente el 5 de mayo de 1871, varios años antes comenzó a brindar el servicio de luz provisional. En la actualidad, lo realiza con una óptica que gira por un sistema de cuerdas y emite destellos de luz blanca cada cinco segundos, con un alcance lumínico de 36 millas náuticas y 17 geográficas. Su ubicación cubre toda la costa sur oriental junto a sus similares de Santiago de Cuba y Maisí, para la orientación marítima y aérea.
UNA NUEVA LUZ EN EL CABO
Cabo Cruz es una comunidad del oeste granmense que sufrió en toda su magnitud el abandono de la etapa anterior al 1959. Ahora es testigo de las transformaciones llegadas con la Revolución, pues sus casi 500 habitantes poseen sala de video, club de computación, bodega, farmacia, mercado, cafetería, un centro pesquero, carretera y las atenciones del médico de la familia.
De la memoria de sus moradores emergen los nombres de muchos que residieron allí como Wilfredo Barcárcel Portales (Willy), el primer maestro después del triunfo revolucionario de enero de 1959, y de operarios de faro como Jesús Miranda y Pedro Hernández, los de mayor tiempo en esa función, Pablo Rodríguez Ortega, el actual farero arribó hace 34 años, muy jovencito, y allí ha formado una familia con siete hijos. Uno de ellos, Julio Rodríguez Rodríguez, también siguió la tradición del padre y junto a un vecino del lugar nombrado Vladimir Alcara Quiñones, forman el personal que atiende la instalación en turnos de 24 horas.
"Yo había cumplido seis años en la Marina de Guerra Revolucionaria como telegrafista. Estuve destacado en varios cayos y en 1967 me propusieron venir aquí y lo hice junto a mi esposa y tres hijos", nos dice Pablo.
Por estar el municipio de Niquero cercano a Pilón, zona sísmica muy activa, ha sido testigo del efecto de muchos de esos fenómenos.
No olvida que hace unos años lo sorprendió un sismo en lo alto del faro y pensaba que aquella mole iría al suelo, hasta se derramó el mercurio de la cubeta óptica y tuvo que sujetarse fuertemente para no caer al piso:
"Me dio hasta mareo, allí resistí dos sacudidas''.
Si alguna vez ha desobedecido fue cuando el ciclón de 1980, no admitió dejar aquella instalación sola.
Pablo reside en una confortable vivienda de esta comunidad construida por la Revolución, rodeado del cariño de los vecinos que admiran su importante labor de mantener funcionando el faro día y noche, porque como él dice ''la luz la encendemos cuando se pone el sol, pero si durante el día oscurece y hay menos de cinco millas de visibilidad, subimos y la ponemos''.
Si el faro es parte de los habitantes de Cabo Cruz, más lo ha sido para Pablo, quien lo ha cuidado con esmero y ha cumplido su deber a pesar de todo.
Muchas veces al vencer los 150 escalones que atraviesan la torre por el centro, ha pensado en la función que realiza y hasta ha repetido el pensamiento martiano que aparece escrito en lo alto de la puerta:
"Difícil la misión del que olvidado por la penosa ruta de la mar sabe ser el timón del embarcado."
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