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 Murió la flor PEDRO DE LA HOZ Toda insatisfacción tiene un límite. Por largo tiempo, el espacio de la telenovela cubana ha venido acusando altibajos, y algún que otro producto ha dejado bastante que desear, pero nunca había caído en tan poca estima como ha venido sucediendo con Violetas de agua.
Resulta verdaderamente increíble cómo temas que abordan, en el entorno urbano capitalino, relaciones sociales y conflictos humanos de nuestra difícil, resistente y desafiante contemporaneidad, han sido lanzados por la borda de la improvisación y el desatino.
No hace mucho, conscientes de la quiebra de las expectativas, varios de los protagonistas de la teleserie
—pues, en propiedad, no estamos frente a una telenovela— ofrecieron explicaciones paliativas. Estas, lejos de ser atenuantes, dejaron entrever un estado de cosas en el diseño, concepción y realización de la programación dramática que requiere ser revertido a la mayor urgencia posible.
Falta de tiempo y maduración en la concepción y la escritura de los guiones, escaso trabajo de mesa, premura en la puesta en pantalla son algunos de los desajustes que repercuten en la baja calidad de esta producción. Los factores materiales, no siempre garantizados a tiempo, indudablemente influyen en las presiones bajo las cuales se trabaja en el medio. Mas yo diría que el peor defecto proviene de la disponibilidad de los talentos humanos encargados de llevar adelante la empresa. A fin de cuentas, los resultados en pantalla son los que deciden y Violetas de agua dista considerablemente, en este sentido, de la más mínima aspiración cualitativa.
Hagamos un breve ensayo de visualización de la más reciente entrega:
"Flores sin destino". A cualquier actor le resulta extremadamente difícil interiorizar y hacer creíbles parlamentos donde las expresiones cotidianas se hallan permeadas de un psicologismo a ultranza. Los diálogos entre Violeta y Carlos pecan de inverosimilitud.
Cada historia lineal que se respete debe, por muy primaria que sea, contar con exposición, nudo y desenlace, y esa elemental progresión dramática se olvidó flagrantemente en el capítulo de marras. Los tránsitos de la decepción al suicidio, del ámbito privado al ejercicio profesional, del amor al desamor, de la confrontación a la comprensión fueron bruscos y arbitrarios, en medio de relaciones interpersonales que se muerden la cola.
Como espectador crítico se me hace difícil escribir estas líneas cuando se trata de una obra en la que ha puesto su empeño Maité Vera, con un largo oficio a cuestas, y desfilan actores de probado talento, como Dianelis Brito, Teresita Rúa, Alberto Pujols, Irela Bravo y Amarilys Núñez, que tratan de salvar lo insalvable a base de la experiencia y la vergüenza que llevan dentro. Otras actuaciones realmente lamentables acusan carencias en la selección de reparto y, más que todo, impericia en la dirección. Evidentemente, Raúl Villarreal no ha sabido ponderar el producto entre manos: no solo ha dejado las actuaciones a la buena de Dios, sino que ha rellenado cada capítulo con inoperantes intercortes del paisaje citadino que nada aportan a la trama.
Decididamente Violetas de agua es un aviso: si la producción dramática propia de la Televisión Cubana no cambia, se hará en poco tiempo invisible.
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