 Más vale oportunidad conocida... FELIX LOPEZ Desde hace poco más de una semana le debo estas líneas a Teresa Cruz, una joven cubana que intentó llegar ilegalmente a las costas de la Florida.
"Aquel —me dijo tras su devolución a la Isla— es el país de las oportunidades". El slogan publicitario, indudablemente, había anulado en su memoria todas las posibilidades que ha tenido a lo largo de sus 19 años.
No es mi intención regodearme en los detalles íntimos de esta historia, pero Teresa, la muchacha que va tras
"nuevos horizontes económicos", es técnica en Contabilidad, carrera que eligió después de abandonar la Licenciatura en Enfermería. Y tan pronto terminó la escuela comenzó a trabajar en una tienda de Cuba Artesanía. Pero ese empleo
—dice— no cubre sus necesidades.
Mientras conversábamos sobre el futuro que intenta descubrir en Miami, Teresa me reveló, tal vez sin querer, una de sus dudas:
"Tengo un hermano allá... Y no quiere que ninguno de la familia siga su camino. No tiene posibilidades de ayudarnos a salir legalmente; y en balsa, no se cansa de advertirnos, es una locura hacer la travesía".
Es lógico que en algunas personas cause cierta perplejidad todo lo que niegue la mitología y las fotos que han venido desde aquella parte hace ya más de cuarenta años. Lo que el hermano de Teresa no ha podido contar, en todos los detalles, es que en
"el país de las oportunidades" seis de cada diez norteamericanos reciben hoy salarios inferiores a los de hace un cuarto de siglo, aunque en estos 25 años la economía de los Estados Unidos ha crecido un 40 por ciento.
¿Qué queda para el emigrante?
Ya sé. Se puede resolver con otra interrogante: ¿y por qué a pesar de esto miles de braceros mexicanos, los espaldas mojadas, siguen atravesando el río de la frontera y arriesgando la vida en busca de otra vida? La respuesta más simple también emerge de las estadísticas: en 20 años se ha duplicado la brecha entre los salarios de los Estados Unidos y los de México.
La diferencia, que era de cuatro veces, ahora es de ocho. Bien dice un colega que en México es el trabajo la única mercancía que cada mes baja de precio. El ha estado más de una vez en esa ruta y ha visto cómo cruzan sobre el puente de la frontera, de arriba abajo, los capitales que van al sur en busca de brazos baratos, mientras miles de brazos baratos suben al norte tras un plato de comida.
Pero ese intenso tráfico no es solo privativo de la frontera mexicana. Desde los años de la gran expansión económica europea y norteamericana, la prosperidad abrió las puertas, como necesidad inevitable, a los brazos foráneos. Hombres que trabajaban mucho y ganaban poco. Tiempo después, con el estancamiento y las crisis, esos mismos hombres se convirtieron en huéspedes repudiables, que huelen mal, roban y quitan empleos.
Aunque no se reconoce con frecuencia, son varias las espadas que penden sobre la cabeza del emigrante: los norteamericanos expulsan mexicanos, dominicanos y nicaragüenses...; en Europa, culta y civilizada, incendian turcos en las calles, y los periódicos hablan de árabes acuchillados y negros baleados. En cualquier parte, los extranjeros pobres realizan las tareas más duras y peor remuneradas, en los campos y en las calles.
Ya es habitual en el mapa de las migraciones que el dinero y la gente se crucen en el camino. El primero viaja sin aduanas ni problemas. En los aeropuertos se les recibe en ceremonias oficiales, con banderas, flores y trompetas. Los trabajadores que emigran, en cambio, emprenden una odisea que a veces termina en las profundidades del Mediterráneo, del mar Caribe o en los desiertos y pedregales del río Bravo.
Pero las fotos venidas de Miami siempre han dicho todo lo contrario. Hay quienes han hablado durante toda la vida de autos del año, casas exclusivas y salarios exorbitantes, cuando en realidad vivían en un modesto remolque, con dos y hasta tres empleos, esclavos de los créditos y de la imagen. También en el país de las oportunidades hay gente de clase media que cae en la pobreza, pobres que caen en la miseria y miserables que se caen de los informes estadísticos.
De esas oportunidades no hablan las emisoras que le vendieron a Teresa el paraíso norteamericano. No le dijeron la verdad: que puede montarse en una balsa, arriesgar la vida, llegar con suerte, pararse en una playa y gritar
"yo soy cubana", salir en los telediarios de la Florida, en una tendenciosa nota de El Herald... Y terminado su papel de carnada política, incorporarse al ejército de los que deben sobrevivir.
Por último, agrego a esta conversación pública con la joven Teresa, que existe una gran diferencia entre los emigrantes ilegales cubanos y los que viajan desde todas las partes del mundo. Los nuestros, alentados por un raro privilegio que es la Ley de Ajuste, pese al riesgo mortal del intento, piensan en la reunificación y mejoras económicas. Los otros van en busca de un plato de comida, simplemente. Los nuestros tienen la oportunidad de volver y vivir. Los otros prefieren la muerte.
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