Juan Cristóbal Gundlach

Un romántico raro, un feliz diferente

Desbordó su talento en la naturaleza. Imitaba fielmente el canto de las aves, y...

Jorge Luis Valdés Rionda

En una sociedad conquistada por la teología, Juan Cristóbal Gundlach, escogió el camino de la naturaleza y sus ciencias. Desde el día en que por curiosidad infantil espió al hermano mayor, estudioso de la zoología, comenzó a aprender el arte de la disección y la taxidermia.

Un suceso que estuvo a punto de costarle la vida le permitió alcanzar la perfección. Durante una cacería apuntó accidentalmente un pequeño fusil hacia su nariz. La descarga no tuvo consecuencias graves, pero perdió el sentido del olfato.

Desde entonces, no le molestaron ni los más fétidos olores. Podía disecar, macerar y limpiar esqueletos tranquilamente, habilidad que le ganó el mérito de ser solicitado para el cargo de conservador de la cátedra de Zoología de Marburgo, su ciudad natal.

La decisión de quedarse en Cuba —pues su tarea original consistía en surtir de productos de Surinam a la Sociedad de Historia Natural— le trajo divergencias con los accionistas del viaje, no satisfechos con las remesas de anfibios, aves y coleópteros cubanos enviadas por él. Para resarcirlos demoró 20 años.

En torno a su callada y no siempre reconocida labor, escribió: "Los unos gustan de hacer carrera en la guerra, exponer su vida para conseguir una cruz, otros por juntar dinero apenas comen para no gastar, otros hacen fama por maldades, otros por otras cosas. Los naturalistas dedican su vida al conocimiento de la naturaleza y son felices".

Viajes y descubrimientos

Cerca de la ciudad de Cárdenas, en el cafetal San Juan, ocurrió en 1844 un hecho singular: "...Vi delante de una flor de majagua un pajarito mínimo, y conocí que era una especie de la familia zunzún. Yo lo maté, y como lo consideraba una especie no descrita, por más que fuera yo joven, no quise mandarlo a Cassel y lo guardé. Este es, pues, el primer ejemplar de mis colecciones".

Gundlach había descubierto para la literatura científica de la época el ave más pequeña del mundo, joya de la avifauna cubana, el zunzuncito.

A partir de entonces, creció en él la fiebre por los viajes, hecho que resumió en carta a su amigo Francisco de Cárdenas el 25 de septiembre de 1856: "Déjenme pues disfrutar en este viaje que solamente una vez podré hacer. Digo disfrutar, pues efectivamente disfruto, qué alegría cuando cojo una nueva especie, qué alegría cuando veo los distintos puntos de ésta mi segunda patria..."

En julio de 1855 comenzó un gran recorrido de tres años por las provincias centrales y orientales. Como resultado descubrió valiosos especímenes, hasta entonces desconocidos o sin localización exacta.

Pero el viaje que más popularidad le aportó, al menos fuera del mundo científico, fue el que realizó a Francia, como representante cubano en la Exposición Universal de París. Allí mostró su propio museo zoológico, un herbario representativo de la flora cubana, muestras de maderas preciosas y plantas textiles de Francisco Jimeno, una extensa colección de minerales propiedad de Manuel Fernández de Castro y objetos indígenas colectados por Felipe Poey y Manuel Presas, entre otros.

En la exposición contactó zoólogos, casas impresoras y anticuarios vendedores de libros, y logró colocar en el mercado europeo los trabajos de Poey y Arango. El jurado le otorgó diploma y medalla de plata y el gobierno español la Cruz de Carlos III, una de las condecoraciones más valiosas ofrecidas por la metrópoli.

Tales razones hicieron que al constituirse la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, el 19 de mayo de 1861, se propusiera distinguir a Gundlach como académico de mérito, distinción que se hizo valer, además, para el destacado pedagogo José de la Luz y Caballero.

Amistades ejemplares

Gundlach sobresalía entre sus contemporáneos por su figura espigada. Era alto, notablemente delgado. Los largos años bajo el sol del trópico habían oscurecido su piel, por lo que no parecía el teutón que era. No tuvo hijos ni mujer conocida; su familia fueron los cafetaleros, pescadores, carboneros y estudiosos que lo cobijaban y protegían en sus andanzas. Pero, más que todo, se le recuerda por sus bondadosos ojos azules que le agenciaban amigos y cariño en cualquier lugar.

La amistad que mantuvo con Felipe Poey se cuenta entre los momentos más trascendentales de la historia de las ciencias naturales en Cuba y se tiene como símbolo de la cooperación en el trabajo científico.

Del primer encuentro se supo por el propio Gundlach: "En 1852 fui por primera vez a La Habana, alojado aquí con Lembeye, y con él visité a Poey. Lembeye dijo a D. Felipe: Aquí le presento a un amigo que desea conocer a Ud. Poey contestó: ¿Quién es? Entonces dije: Animae dmidia pars tuae, y nos abrazamos.

Hacía tiempo que Poey en sus cartas me escribía esta misma frase, que empleó Horacio a Virgilio (o viceversa), y esa valía a Poey más que mi nombre. En asuntos de zoología nos comunicábamos uno al otro lo que sabíamos. En muchas obras se nos citan, a Poey y Gundlach".

Sus últimos años estuvieron ligados al desarrollo del Instituto de Segunda Enseñanza, uno de los centros educacionales de más importancia del siglo XIX. Gundlach fue escogido para la recolección, organización y clasificación del futuro muestrario para las lecciones de Historia Natural. A partir de entonces ocupó el puesto de conservador del museo zoológico cubano. Fue su último trabajo.

Murió a los 86 años, el 15 de marzo de 1896, como consecuencia de la tuberculosis. Su cadáver fue embalsamado y expuesto en el Salón Plenario de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana. Un día después apareció escrito en un periódico de la época:

"Este hombre extraordinario, de alma buena, de corazón magnífico, de agradables maneras, de profundos estudios, de infatigable constancia en el trabajo, de gran talento; este mortal privilegiado, vive comoquiera y dondequiera entregado de cuerpo y espíritu al dulce amor de la naturaleza. Parece que los reinos vegetal, animal y mineral han dado a su mente en agradecimiento de lo bien que él ha sabido tratarlos, todo su movimiento, toda su animación, toda su solidez, y que no ha habido perfume, ni canto de pájaro que no haya entrado en su pensamiento creador. (...) Este hombre raro es uno de los pocos a quien nada se puede censurar. Su semblante es un cristal diáfano, en el que se reflejan todas las perfecciones morales posibles." Periódico Girón. http://www.giron.co.cu/

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