Todo para Yoerlis

En lo más intrincado de las orientales montañas de Baracoa, en pleno monte, en La Mesa de Jagüey, hay solamente un niño con edad escolar, pero como tuvo la suerte de nacer en Cuba la Revolución le puso una maestra y, más reciente aún, electricidad, televisión, y video. Muy pronto también computación

Ariel Soler C.

Fotos: Ilbis Lores

Para conocer a Yoerlis y otra de las grandezas de la Revolución, tendrá primero que trasladarse hasta Baracoa, la primera villa de Cuba, (1 084 kilómetros al Este de La Habana), recorrer los ocho que la separan de la desembocadura del río Toa y entonces transitar, por el rocoso camino de montaña, otros 17 kilómetros hasta coronar Quiviján, un poblado enclavado en un paraje digno de ver. Helechos arborescentes, bosques vírgenes donde se esconden valiosísimas especies de la flora y la fauna como la palma azul, el milenario almiquí o el pájaro carpintero real, conforman un paisaje idílico en el mismo umbral de la Vía Mulata, otra de las mentiras, junto con La Farola, que borró la Revolución con tractores y camiones en un peligroso cortar montañas entre farallones para hacer de la incomunicación un mal recuerdo del pasado seudorrepublicano.

La Segunda de Quiviján nombran los campesinos a este punto donde hay que abandonar toda esperanza automotora. En lo adelante el trayecto es a pie, con un prólogo que anuncia al caminante lo que le espera si quiere verdaderamente conocer a Yoerlis: el descenso desde la cúspide de la montaña por donde zigzaguea la carretera, hasta el lecho el río Barbudo, al que conduce, 70 metros más abajo, un trillo oradado por las lluvias entre piedras y lodo que provoca más de una caída al intruso inexperto.

Ya en el cauce se inicia un andar sobre piedras y arena, ora cruzando de una orilla a otra, ora en medio y contra la corriente de aguas cristalinas, acompañados siempre por el canto de los caos o el ocasional repiqueteo de algún porfiado carpintero contra el tronco de una palma.

Yoerlis Silot Concepción es un niño de seis años como cualquier otro cubano que goza de lo inimaginable. Su mundo es la Mesa de Jagüey, a donde se llega tras 40 minutos de ininterrumpido andar por los remansos del Barbudo, como alegoría al querido Comandante, que, como albacea de Martí, materializa aquello de que "para un príncipe enano se hace esta fiesta".

La fiesta es de la cultura para todos por igual, como comprueba el pie mojado al conquistar La Mesa de Jagüey: a unos 15 metros sobre el nivel del río descubre el bohío de tablas de palmas y guano que es la casa de Yoerlis, y a su lado la escuelita, muy modesta y de similar arquitectura, pero con rasgos que la diferencian: a un lado, en la punta de un mástil, ondea libre al viento, en la manigua de estos tiempos, la Bandera cubana y al sus pies se exhibe pulcro el busto de Martí, al que no le faltan flores que el niño busca: mariposas, amapolas y otras no por silvestres, menos bellas.

En el techo de fibrocemento una celda fotovoltaica indica que Yoerlis dispone, como todos, de los últimos medios para la enseñanza: televisor en colores, video y lámparas eléctricas para que allá, desde lo intrincado del monte, aprenda lo que los pioneros de la ciudad, voluntad del Estado cubano que no repara en que él es el único alumno de la comarca.

Cuentan que a lomo de mulo llegaron los equipos que armonizan ahora con la vieja pizarra; con el mural de los héroes de la Patria a quienes el niño identifica sin equívocos; las mesas y rústicas sillas de cedro, las fotos de Elián y el cuadro de Juan Padrón dedicado "A mis bravos pioneros cubanos, con cariño pillo, insurrecto, manigüero y mambí", de Elpidio Valdés.

"La vida cambió repentinamente —cuenta Ana María Concepción Romero, maestra y madre de Yoerlis—, quedó rota la monotonía del paraje, pues llegó la televisión a la zona, la información de lo que ocurre en el mundo, ¡escuche..!".

Prestamos atención, el Noticiero del mediodía, en vivo, presenta a pioneros de cuarto grado que reciben orgullosos, por primera vez, la Sortija Cuba, réplica de la que Doña Leonor, la madre de Martí, regalara a su hijo en Nueva York y que hiciera precisamente con los hierros del grillete que laceraron la piel del Apóstol durante el presidio político en Cuba. Los ojos del niño brillan y buscan en los de mamá una respuesta: "Cuando llegues a cuarto grado lo tendrás.

Yoerlis cursa ahora el preescolar, pero está muy avanzado y lo demuestra escribiendo en su libreta Mamá, papá y todas las vocales con bastante buena caligrafía.

Ana María, oriunda de Maisí, un día de fiestas visitó a los familiares en la zona, sin pensar que el destino le marcaba ya el futuro. Conoció a Antonio Silot Laffita, campesino del lugar y se unieron en la vida, lo que no impidió que entre 1981 y 1984 se graduara como maestra primaria en el Instituto Pedagógico Raúl Gómez García, de Guantánamo. Ambas decisiones hoy le valen de mucho: un hijo, un alumno y un salario mensual de 265 pesos.

"Realmente nunca imaginé esto, aunque el anuncio, el proyecto, lo creí. La Revolución no miente y mucho menos Fidel. El televisor es importantísimo, veo las clases de Universidad para Todos, me preparo cada día mejor, estoy informada... le doy las gracias al Comandante en Jefe por llevar el programa a todo el país. No pensé que con un solo niño, que por demás es mi hijo, nos dieran tal privilegio", declaró emocionada.

Cae la tarde y los tábanos (moscas que pican como mosquitos) se revuelven. Iniciamos el regreso tan sorprendidos e impresionados como Yoerlis y su mamá-maestra: la televisión, el video y muy pronto la computación llegaron a La Mesa de Jagüey, un paraje poco conocido de nuestra rica geografía.
Periódico Venceremos. http://www.venceremos.cubaweb.cu/

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