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 Artistas contra la globalización Manu Chao, permiso para la esperanza Pedro de la Hoz Dicen que lo de Manu Chao, el viernes último en Milán, fue sencillamente espectacular. Junto a él, decenas de miles de personas, a una sola voz: no a la globalización neoliberal, no a la globalización del hambre, no a la globalización del olvido. Ha sido el concierto más sonado de la temporada estival italiana, solo comparable con el que inundó, este mismo fin de semana, el Circo Máximo, de Roma, con motivo de la conquista del galardón futbolístico por la escuadra local. Con la diferencia que los que rodearon a Manu y entonaron sus canciones en Milán lo hicieron a partir de una toma de conciencia que se está multiplicando: la necesidad de luchar contra la mundialización predominante. Se trata de una comunidad internacional inédita a la que alguien ha llamado pueblo de Seattle, por haber sido en esa ciudad norteamericana donde se hizo visible ese sentimiento colectivo. Manu Chao, bañado de multitud en sus conciertos del año pasado.
Lo que está sucediendo en Italia es únicamente el preludio de lo que se avecina con motivo de la reunión del llamado G-7
—las naciones más industrializadas del mundo, con los Estados Unidos a la
cabeza— programada para el próximo julio en Génova. Un cable de Prensa Latina da cuenta de que alrededor de 30 cineastas, entre los que se hallan Gillio Pontecorvo y Ettore Scola, registrarán con sus cámaras las marchas contra la globalización neoliberal, de manera que se pueda realizar un filme colectivo. Al respecto, Cito Masselli dijo que persiguen el propósito de recordar al mundo los miles de millones de hombres que nadie
representa en los círculos donde se rige el destino de la humanidad. Volviendo a Manu Chao, hay que recordar la consecuencia de este artista francés, de origen español, con su compromiso social. A poco de cumplir cuarenta años de edad ha devenido en una de las voces alternativas en el mercado discográfico mundial, por sus propuestas irreverentes, multiculturales y auténticamente innovadoras. Aquí le recordamos en los tempranos 90 compartiendo con su hermano Antoine el liderazgo de la banda Mano Negra, cuya manera de asumir el rock étnico los colocó en la cercanía del modo de hacer de Síntesis, aunque con características propias.
Tanto Manu como Antoine, desde pequeños, habían bebido de las más genuinas fuentes de los fenómenos pluriculturales. Incluso tenían un conocimiento bastante acertado de la música cubana. El padre de los músicos, Ramón Chao, por muchos años responsable de las transmisiones en español de Radio Francia Internacional y gran amigo de nuestro Alejo Carpentier, recuerda que Manu y Antoine solían disfrutar de los bongoes y claves que desde la Isla les habían llevado de regalo el autor de El siglo de las luces. En 1998, Mano Negra dejó de existir, quizá por el poco éxito de su último disco Café Babylon, en el que parecían morderse la cola estilísticamente. Manu, con su espíritu transhumante, se hizo de un estudio portátil y recorrió medio mundo inventándose nuevos temas, que reunió en el disco con el que estrenó su carrera en solitario: Clandestino. Este ha sido uno de los éxitos más sonados contra corriente en la industria cultural contemporánea. Este Manu Chao, que ahora promueve su nuevo disco, Próxima estación, esperanza, en el que apela a los sentimientos humanos más recónditos y a las irrenunciables libertades, es el que prometió estar en Génova, como un ciudadano rebelde más.
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