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Dos Pinochos al tiro

Rolando Pérez Betancourt

A ciento veinte años de ver la luz en la Florencia de los elegidos, el muñeco con corazón humano que tras decir una mentira veía crecer su nariz, vuelve a cobrar vida de la mano de dos probados artistas: Steven Spielberg y Roberto Benigni.

Satisface ese toque de humanidad que sin duda resulta la vuelta a Pinocho. Y más aún en tiempos en que el cine se torna por día un criadero de historias insulsas y comerciales.

Pinocho fue creado en 1881 por el periodista italiano Carlo Collodi, un hombre que tras forjar espíritu y voluntad en las tropas de Giuseppe Garibaldi se sentó a la luz de una bujía a escribir historias para niños, según él "en busca de un fin educativo y patriótico".

En 1940, el muñeco de palo de Collodi cayó en manos de Disney y este, apoyado en el color y en un diseño de dibujos en movimiento impresionantes para la época, dio a conocer uno de sus grandes triunfos cinematográficos de todos los tiempos. Sin embargo, a los literatos italianos y a otros conocedores de la humanidad toda que albergaba aquel muñeco capaz de ir aprendiendo de sus errores, no les gustó que Disney se apartara bastante de la historia original concebida por Collodi.

Mientras Roberto Benigni inició ayer el rodaje de su Pinocho, filme que estuvo madurando tras el gran triunfo de La vida es bella, Spielberg acaba de terminar en el mayor secreto un proyecto heredado del desaparecido Stanley Kubrick y que durante años este mantuvo en una gaveta, a la espera de "mejores tiempos" que nunca llegaron.

Aún no se sabe cuánto hay de Kubrick y cuánto de Spielberg en la historia original que el primero denominó Pinocchio 2001. El filme, que se estrenará el 29 de este mes, lleva por título Inteligencia Artificial y en él se narra la historia de un niño robot capaz de amar y que al igual que el alegre y a la vez tristón Pinocho, busca convertirse en un muchacho de verdad.

La versión de Benigni parece que será más convencional, pero no por ello menos ingeniosa. El mismo interpretará a Pinocho y su esposa, Nicoletta Braschi, brillante en La vida es bella, dará vida a un hada.

Ahora solo queda esperar que los efectos especiales con trascendencias de humanidad, tan caros a Spielberg, o esa sensibilidad de hilillos de oro demostrada por Benigni, sean capaces, en estos tiempos de grandes recursos creativos, de estar a la altura del periodista-soldado que un día, a tinta y candil, fue capaz de poner a caminar hacia nosotros un corazón dentro de un muñeco de palo.

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