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El arte de reponer

Amado del Pino

Me inscribo entre los defensores del repertorio. Aunque la fugacidad es parte de las reglas de juego del teatro como arte, no debe llegar al extremo de que un título exitoso sea visto solo por una temporada. Nuestra gran directora Berta Martínez es uno de los raros casos en nuestra práctica escénica en que el creador vuelve sobre sus mejores obras para enriquecerlas y ponerlas en contacto con una nueva generación de espectadores. El regreso de Don Gil de las Calzas Verdes a la sala Hubert de Blanck expresa esa sostenida vocación de Berta y su equipo creador.

Con Don Gil..., Tirso de Molina (1571-1648) llevó a la llamada comedia de enredos a un nivel de exquisitez en cuanto al manejo del verso y la pulcritud del argumento. En este retorno la directora prefirió acentuar el sentido lúdico y la voluntaria teatralidad de las situaciones. Berta se apoya en un virtuoso despliegue de imágenes, donde sobresalen las texturas, la coherencia del vestuario y la formidable capacidad para convertir en escenografía el cuerpo humano. Un apoyo fundamental viene de las luces, otra vez sabias de Saskia Cruz. Lástima que, en la primera parte del espectáculo, la sobreabundancia de la actividad del coro, y sobre todo su tendencia a gritar los comentarios opaque un tanto la presencia de los actores y resulte, a ratos, monocorde.

Una virtud esencial del espectáculo es retomar un elenco extenso en el que coinciden jóvenes figuras y varios teatristas que estuvieron sobre las tablas en el estreno, en la década de los sesenta. Carmen Florián hace alarde de energía y de gracia escénica en su triple rol de Don Gil, Doña Juana y Elvira. A su lado, Faustino Hernández derrocha buen gusto y sentido del límite en su criado gracioso, tan típico del teatro español de la época de Tirso y de Lope de Vega. Elier Amat defiende con rigor su Don Martín, aunque pudo buscar más variedad en los recursos expresivos. Amada Morado, con fresca caracterización de Don Pedro, se ratifica como una de nuestras más completas actrices. Con Amada simultaneó el papel una intérprete que merece ser más conocida y utilizada: Ana Gloria Hernández. El Don Juan, de Pedro Díaz Ramos sostiene el ritmo frenético de la puesta pero se torna muchas veces mecánico en el decir.

Además de la musicalidad —que Martínez conoce muy bien por sus repetidas incursiones en la dramaturgia de García Lorca— el montaje enfatiza lo cantable y hace que algunas escenas más que actuarse se bailen, sin perder la esencia argumental. En ese mundo sonoro resultó clave la participación de la también actriz María Elena Soteras que adaptó a las nuevas circunstancias y enriqueció la preciosa música original de Marta Valdés. Contar con la hermosa voz, en función dramática de Nancy Rodríguez y con la integralidad de Miriam Learra resultó otra de las clave para que estemos hablando de una puesta en escena que es todo una fiesta para los sentidos. Solo por disfrutar de la musicalidad, el sabio decir y la fluidez escénica de Miriam valdría la pena llegarse por la legendaria sala de Calzada y A.

Berta Martínez demuestra que con talento y trabajo es posible reponer grandes títulos, mover muchos actores en escena, apuntar a lo alto, una vocación que no ha abundado en la escena cubana de los últimos años.

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