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 Robreño, el placer de la palabra Hoy, a las 10:25 a.m., será inhumado en la Necrópolis de Colón el destacado intelectual cubano Pedro de la Hoz
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JOAQUIN HERNANDEZ |
Era la estampa viva del conversador. Sabía como pocos contar el costado menudo de la historia, ese que se va construyendo en el día a día y que también es parte de la historia. Evocaba con idéntica fruición el encuentro de Casal con Maceo en la Acera del Louvre y la estampida de Caruso ante el petardo que interrumpió la Celeste Aida del enamorado Radamés. Gozaba de la plática entre amigos, sazonada por la espiral azuleante del buen habano, la oscura transparencia del añejo, y el mínimo y concentrado café a nuestro uso. Así era, y seguirá siendo en nuestra memoria, Eduardo Robreño, ese cronista ejemplar que dejó de existir ayer domingo, súbitamente, en su entrañable ciudad de La Habana, a los 89 años de edad.
Eduardo provenía de una familia íntimamente vinculada a la fundación del rostro vernáculo de nuestro teatro. Se dedicó profesionalmente al ejercicio de la abogacía, pero lo suyo era el periodismo
—tanto en la prensa escrita como en la radial dejó sus huellas—, la tertulia, la animación cultural. Siempre, aún en los últimos años cuando su salud se hallaba seriamente resentida, halló tiempo para comunicar sus vivencias en sabrosos espacios de Radio Rebelde y Radio Taíno.
Además de una valiosa Historia del teatro popular cubano (1961), varios de sus libros de crónicas reflejan uno de los anecdotarios más ricos de nuestro siglo XX: Cualquier tiempo pasado fue... (1978), Como me lo contaron, te lo cuento (1981) y Como lo pienso, lo digo (1985).
En este momento de dolor, llegue a sus familiares, y de modo particular a su hijo Gustavo, subdirector de nuestro diario, el más sentido pésame en nombre de todos los que trabajamos en Granma.
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