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El sencillo orgullo de ser cubanos

Alfonso Nacianceno
Enviado especial

OSAKA, Japón.—La mayoría de las selecciones que participan en la actual Liga Mundial de voli han tenido a sus hombres jugando en sus torneos nacionales o en diferentes certámenes en Europa. Estas confrontaciones transcurren entre los meses de octubre y abril, tiempo en el cual la Federación Internacional de este deporte no organiza ninguna competencia oficial, para no entorpecer las lides a domicilio.

Entonces no extraña que a la escuadra cubana le resultara imposible —pese a los esfuerzos realizados— concertar algún que otro tope de preparación. El tiempo debió emplearlo en desarrollar un fuerte trabajo de recuperación de la forma física de sus jóvenes y, aunque se hubiera hecho el mejor trabajo del mundo, siempre quedaba la duda de cuál sería el rendimiento de los caribeños en la Liga.

Los resultados del equipo, hasta hoy, confirman la validez de aquella estrategia: si no estaban disponibles los contrarios para medir fuerzas antes de iniciar la temporada, pues a ejercitarse al máximo en casa. Los nuevos tiempos imponen un cambio de mentalidad a la hora de concebir la preparación del seleccionado antillano.

Años atrás, cuando existía el campo socialista, los entrenadores pedían jugar unos 40 partidos internacionales antes de encarar la competencia fundamental. En una misma gira tal vez un cuadro visitaba la desaparecida URSS, Polonia y Checoslovaquia, incluso algún que otro elenco de esas naciones europeas venía a La Habana, porque competir con Cuba, a partir de mediados de la década de los 70, era garantía de encontrar un rival de calidad, lo mismo en la clasificación masculina que femenina.

Hoy esa posibilidad se ha esfumado. Viajar a Europa o Asia para visitar un solo país, no es negocio alguno, mientras los grandes equipos del Viejo Continente, muy cercanos entre sí, tienen oportunidades de intercambiar. Por ejemplo, los voleibolistas participantes en la liga italiana, al mismo tiempo intervienen en otras copas como la de los clubes campeones.

Para el plantel cubano la realidad ha sido bien diferente. Al entrar en la Liga Mundial lo hizo con cero desafío en su haber, por ello tiene un grandísimo mérito la actuación que hasta ahora archiva. Y en lo que resta del año, solo contará como juegos de preparación los señalados en los venideros certámenes oficiales: Campeonato NORCECA de la Habana, a finales de julio, clasificatorio para el Mundial del 2002 en Argentina; la Copa de las Américas y un segundo NORCECA calificatorio hacia la Copa de Campeones, en noviembre. Es decir, solo al concluir el año, podría sumar cerca de 40 salidas al taraflex, todas en torneos de reconocida clase, en los cuales fallar le costaría caro. Y esa era la cifra con la que antes empezaba una temporada.

El equipo Cuba se ha nutrido de jóvenes valores provenientes de las filas juveniles, quienes tampoco archivan una cantidad considerable de juegos, de ahí que los entrenadores del cuadro nacional tengan que desarrollar un intenso trabajo, incluso para corregir deficiencias técnicas. Y hablo de voleibolistas como Leonel Marshall, Jorge Luis Hernández, Ihosvany Chambert, en fin, muchachos sin apenas experiencia internacional cuando figuraban en las nóminas de las categorías cadete y juvenil.

Por eso cuando usted escucha al director del cuadro, Gilberto Herrera, decir que necesitará al menos dos años para poner al tope de sus posibilidades a este elenco, es perfectamente comprensible. La sangre nueva que ha entrado en la formación requiere de un fogueo que no ha tenido, y según los entendidos en este deporte, un hombre para madurar dentro de la cancha precisa de cinco a ocho años.

Después de reconocer las realidades aquí comentadas, pienso que el equipo antillano merece el respeto de nuestra afición. Porque hasta aquí ha demostrado lograr mucho con poco. Eso solo se alcanza cuando convergen una alta moral, el tesón, la disciplina y el sencillo orgullo de ser cubanos

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