Maceo y la Campaña de Occidente
Nos bastamos solos para
conquistar la libertad
PEDRO A. GARCIA
El General Antonio se convirtió en la obsesión de
Weyler. Mientras no tuviera resuelto el problema de Maceo, solía decir, "no me
ocuparé de Camagüey ni de Santiago de Cuba". Para batir al Héroe de Baraguá,
envió en abril de 1896 a las lomas pinareñas a uno de sus generales más capaces,
Suárez Inclán, al frente de unos 3 000 hombres, con apoyo de artillería de montaña.
Los mambises acantonados en Tapia no pasaban de
250 y estaban escasos de municiones. El 14 de abril comenzó la primera de las ocho
embestidas ibéricas, que terminó en un repliegue de los integristas al caer la noche.
Para el quinto ataque (20 de abril), Weyler despachó un refuerzo de cañones e
infantería. Para oponérsele, Maceo solo disponía de 150 escopeteros protegidos de
riscos y manigua.
En la última embestida (26 de abril de 1896), tres
columnas españolas no pudieron doblegar a los independentistas tras tres horas
consecutivas de un feroz combate. Miles de soldados conducidos por un jefe intrépido y
tenaz, apuntó el cronista mambí Miró Argenter, no han podido expulsar de aquellas lomas
al Titán. Ante tanto valor demostrado por ambas partes, Maceo bautizaría estas acciones
con un neologismo: Peleadero de Tapia.
WEYLER AL DESQUITE
La paliza recibida en Tapia reclamaba un desquite.
Weyler destinó a otros dos militares capaces, los generales Serrano y Bernal, para ayudar
a Suárez Inclán en su misión. El plan inicial de los integristas era capturar el
campamento mambí de Cacarajícara. Para ello contaban con más de 1 500 efectivos.
El 30 de abril comenzó la batalla. Escalonados en el
camino hacia el campamento, cuatro emboscadas detuvieron el avance integrista. A los 170
cubanos les escaseaba el parque, pero en una expedición organizada por el Partido
Revolucionario Cubano desde la emigración les llegaron unos 150 rifles y 10 000 tiros.
Maceo cambió su estrategia y apostó efectivos a la
entrada del campamento para envolver al enemigo entre dos fuegos. Cayeron los soldados
españoles como espigas segadas por la hoz, describiría Miró Argenter, embistieron con
intrepidez a pecho descubierto, pero con igual resolución les cayó la tropa cubana.
Tras Cacarajícara sucedieron otras palizas: en Vega
Morales (mayo 5), al general Serrano; en la loma de San Martín (al día siguiente), a
Suárez Inclán. Weyler ordenó el repliegue y comenzó a reclutar soldados de todas sus
guarniciones en Cuba para reforzar la Trocha pues esperaba un inminente ataque del Titán.
CONFIANZA EN LA VICTORIA
Maceo aprovecha los días del repliegue español para
dedicarse a la correspondencia. A su hermano José, escribiría el 9 de mayo: "Por lo
que veo, el resto de la Isla no causa inquietud a Weyler y me alegraría que eso no
continuase así". Insistiría en el tema en carta a Juan Bruno Zayas, fechada ese
mismo día: "Interesa, no obstante, que todos nos movamos para batir mejor ese
enemigo, que todavía parece abrigar alguna esperanza nacida de la tranquilidad de la
Isla".
Ante disputas estériles y ambiciones mezquinas de
quienes usan la Patria como pedestal, las cuales amenazaban resquebrajar la unidad entre
los cubanos, Maceo alertaba a Castillo Duany, el 13 de mayo: "Impidan que el mal que
empieza a asomar tome cuerpo; de no hacerlo así muy pronto vendría, con nuestro completo
descrédito, el fracaso de la Revolución. ¡Cuán sensible no sería esto, después de
conseguido lo más difícil y teniendo tan cercano el triunfo!".
Siempre confió el Titán en la victoria y en el propio
esfuerzo de los cubanos para conseguirla. A la delegada de Vuelta Abajo, Magdalena
Peñarredonda, confesaría en una misiva por aquellos días: "Ojalá termine el mes
de mayo como ha empezado; si así sucede y lo espero, no tardaremos en celebrar la
victoria definitiva".
En su alocución a los pinareños, diría: "A la
victoria vamos con pasos definitivos". Añadiría en otro párrafo: "La aurora
de la victoria luce ya, ¿no véis a España aturdida por sus repetidos descalabros desde
Maisí hasta Mantua? Ni pudo apagar el primer chispazo ni contener a nuestro ejército
invasor en su arrolladora marcha, a la que opuso a veces más de 30 000 soldados, ni
dominar en fin la Revolución triunfante".
Y para que no quedara duda de la capacidad de los
cubanos, declararía al periódico estadounidense The World: "No quisiera que
nuestros vecinos tuvieran que derramar su sangre por nuestra libertad, nos bastamos solos
si dentro del derecho de gentes podemos conseguir todos los elementos que necesitamos para
arrojar de Cuba el derruido poder de España en América".
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