Ya se sabe que los ideales de belleza suelen
transformarse con los años y que la Cleopatra que sedujo a Julio César y Marco Antonio,
hundiéndolos entre los tules de un lecho atornillado por conveniencias políticas, a lo
mejor en nuestros días no pudiera entrampar un compañero de baile para un sábado por la
noche.
Así es la vida.
Ante la imagen desnuda de esa maja hecha historia por
Goya, un esteticista regidor de lo que debe gustar en nuestros días no vacilaría en
alarmarse: ¡Horror, desaparezcan a la gorda!
Los videos musicales made in allende
los mares, y por suerte muy pocos de producción nacional, dejan testimonios de un nuevo
tipo de mujer de laboratorio cultivada por la anorexia y sometida a los dictámenes
tiránicos de una cosmetología, cuyo verdadero arte parece ser más el disfraz que el
embellecimiento.
Y si bien es cierto que cuidar la figura y mantener el
peso adecuado es una regla de oro para estirar los años por rieles de felicidad, detrás
del nuevo ideal de venustidad se encuentra una poderosa industria, apoyada en los más
diversos medios de propaganda, para poner en tarima lo que pareciera ser la verdad más
absoluta: salvo excepciones, solo las "afiladas", con una cintura tan consumida
que dijérase está regida en exclusivo por el ombligo, piel rosada, nariz bien recta,
pelo lacio y ojos claros, pueden triunfar.
Algunas de las proposiciones femeninas de esos
musicales tienden a parecerse a diseños computadorizados vistos en los video juegos. Un
golpe de modernidad anatómica mediante el cual la vida comienza a copiar a la
electrónica.
En esto de la transformación somática "a lo que
cueste" hay verdaderos retos a la imaginación detectivesca.
En ocasiones, viendo uno de esos musicales, recabo la
opinión de mi hijo, que como pintor, se supone sepa bastante de la morfología humana.
¿Dime? le inquiero señalando a la
cantante que se mueve en la pantalla mientras le grita al mundo que ella quiere to
love me.
Era una negra lindísima que estaba durísima
afirma él con los aires de un sabio fatigado.
Estás equivocado le restriego la clásica
convicción de sabiduría paterna.
Tengo una revista ahí con una foto de cuando era
ella misma me dice y echa a caminar, a todas luces en busca de la evidencia.
¡No puede ser, chico! le contradigo una
vez más y vuelvo a mirar a la cantante de finísimos labios, ojos azules, piel sonrosada,
cabellera platinada, famélica y con las mejillas hundidas como una Dama de las Camelias
en sus minutos finales:
I love you...