En 1973 un fisiólogo austríaco, Karl Von Frisch,
ganó el Premio Nobel. Hasta entonces no fueron pocos lo que dudaron de su cordura. Había
dedicado 30 años al estudio de los animales, y aquella obsesión suya por descifrar el
lenguaje de las abejas olía a "locura"...
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RICARDO LOPEZ HEVIA |
Arsenio Castillo, una vida entre
las abejas.
Un buen día Von demostró que las abejas bailan. Una
danza en la que indican a sus compañeras la ubicación del néctar de las flores. Y lo
hacen con una coreografía de extraordinaria precisión, a tal punto que el número de
oscilaciones indica la distancia a recorrer. Mediante ese lenguaje simbólico las abejas
libadoras demuestran una desarrollada facultad de entendimiento.
Antes que Von, otros hombres habían descubierto que
son los insectos más organizados del mundo animal. Viven en una comunidad donde las
obreras son el grupo más numeroso, recorren hasta tres kilómetros, de flor en flor,
juntando diminutos granos de polen y también liban el néctar, esa materia prima que
luego transforman en miel.
Para no perder ni un segundo de viaje, o de baile, las
abejas van recogiendo de la naturaleza una sustancia pegajosa llamada propóleos, que
usarán como pegamento en la construcción del panal. En el interior de este último,
utilizando cera, construyen las celdas donde guardan el polen, la miel y los huevos que un
día se convertirán en abejas.
Las obreras protegen esos huevos y los alimentan con
polen, miel y jalea real, una secreción que producen sus glándulas. En cada panal todas
son hijas de la misma madre: la abeja reina, sustituida cíclicamente de generación en
generación... Admirando ese mundo el hombre descubrió que podría asegurar su provisión
de miel, y se propuso lograr que las abejas trabajaran para él. Así nació la
apicultura.
En Cumanayagua, donde una carretera comienza a
empinarse hasta El Nicho, Granma visitó a dos de los mejores apicultores cubanos,
Andrés la Rosa y Arsenio Castillo. Hombres de velos negros que no conocen la historia del
austríaco Von, pero que no demoran en afirmar que lo que más les gusta de su trabajo es
el baile de las abejas.
Andrés y Arsenio trabajan junto a otros 21 apicultores
en una Cooperativa de Créditos y Servicios. Entre todos, como las abejas, recogieron en
el año 2000 163 toneladas de miel. Una cifra que cabe sobre las alas de millones y
millones de abejas. Esas a las que estos dos hombres no se cansan de obsequiarles
flores...