Lo estábamos esperando el lunes en la sede de la UNEAC
aquí en La Habana, puesto que nadie mejor que él para recibir la estatuilla
conmemorativa del Premio Cervantes a Dulce María Loynaz, pero no llegó, y no lo hará
más. Horas antes, de pronto, ese empujón brutal, ese golpe alado descrito por Miguel
Hernández, nos privó de seguir contando entre nosotros con Aldo Martínez Malo, una de
las más inquietas y constantes figuras intelectuales de Pinar del Río que trascendió el
ámbito local por sus fecundos aportes a la cultura cubana.
Entre las contribuciones del buen Aldo hay que contar
la devoción con que cuidó la papelería de Dulce María Loynaz, de quien era su albacea
literario, y la memoria de Rita Montaner, Pedro Junco y el teatro pinareño Montaner.
Periodista, crítico literario y de cine, Aldo parecía encarnar un infatigable espíritu
renacentista, por los múltiples campos que cultivó y su incesante labor promotora.
Entre sus últimos y más cuajados trabajos se hallan
un examen de la novela El vuelo del gato, de su coterráneo Abel Prieto, y un ensayo
biográfico sobre Pedro Junco, el autor del clásico bolero Nosotros.