pixelb.gif (34 bytes)

pixelb.gif (34 bytes)

pixelb.gif (34 bytes)

pixelb.gif (34 bytes)

pequeña pantalla

El elegido del tiempo

PEDRO DE LA HOZ

En uno de los tantos cuentos memorables de Julio Cortázar, el protagonista, que vive un día cualquiera de su vida, sufre un accidente, y al ser sometido a una operación de urgencia, comienza a desplazarse en el tiempo, de tal manera que al final, lo que parece un sueño, su percepción de la piedra de sacrificio en la noche perdida de Teotihuacán, se convierte en realidad. Y es entonces un hombre de la edad remota quien sueña con su futuro en una ciudad extraña, en la que sufre un accidente un día cualquiera de esa otra vida.

Traigo a colación el extraordinario relato del gran narrador argentino porque el tema del paso de una a otra dimensión temporal siempre me ha parecido fascinante... aunque no siempre se traduzca en arte. Los mundos paralelos que han motivado la especulación de los seres humanos desde los tiempos de Giordano Bruno hasta la ruda fantasía de The Matrix, nos ha puesto a jugar con la metafísica del deseo de ver nuestro reverso, de coexistir con esa otra parte de nosotros que supuestamente se instala en la cáscara cóncava del tiempo, la que transcurre al margen de lo que somos. Pero, repito, la formulación puede ser interesante e ingeniosa —tema de la filosofía o de la ciencia— pero necesita drama, pasión, poesía para trascender en el arte.

Justamente la carencia de tales ingredientes es la que ha faltado en la cocción de la serie El elegido del tiempo, que acaba de ser transmitida por Tele Rebelde en el espacio Aventuras y que tanta controversia ha originado en una audiencia que llegó a preferir —increíble pero cierto— la competencia de Spelbinder (martes y jueves), un producto carente de conflictividad y estéticamente desvaído, ante la muralla de la incomunicación insalvable en la opción cubana.

El elegido... se movió en los términos de la llamada fantaciencia, pero sin la eficacia requerida. La historia que nos trató de contar (y de actuar) Cristina Rebull hizo agua por tres bocas: el desconocimiento de las reglas del género, la desconsideración hacia el auditorio preferencial y la indefinición dramática.

La experimentación, la transgresión, la innovación no solo son válidas sino necesarias, pero para experimentar, transgredir e innovar hay que conocer primero las convenciones, tomar un punto de partida y nunca dar un salto al vacío, como sucedió en esta serie de aventuras.

El género exige una compensación de acción y búsqueda, un balance sumamente perceptible entre la dinámica de los hechos y la caracterización de los héroes y ese equilibrio se alteró por muy serias perturbaciones que desorientaron hasta al más lúcido degustador de la fantaciencia.

Ciertamente no hay por qué insistir en el maniqueísmo como regla de oro para definir el contenido dramático de una serie juvenil —la clásica división de buenos y malos— pero la complejidad de los caracteres y de las acciones no pueden desembocar en la evidente crisis de identidad de los personajes protagónicos.

Si Shiralad hace algunos años había sido un intento serio por abordar la especulación fantástica en función de un público adolescente (y de toda la familia, pues Aventuras, más que cualquier otro, es un espacio para todas las edades). El elegido del tiempo marcó un retroceso, al que no escapó el esfuerzo de su director, Julio Cordero, por articular una imaginativa escenografía y una desbordante fotografía que, en este caso, no hicieron más que hacer brillante la nada.

pixelb.gif (34 bytes)

Subirtop.gif (129 bytes)