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 El
Día que nació el Socialismo
ROGER
RICARDO LUIS
Aquel
amanecer del 16 de abril de 1961 se tornó plomizo,
lúgubre: la naturaleza se sumaba así al dolor y la ira
de los cubanos. La Habana no había dormido velando a sus
muertos de la víspera, los que cayeron en ataque por
sorpresa al aeropuerto de Ciudad Libertad, como también
había sucedido en el de Santiago y la base aérea de San
Antonio de los Baños. Insomne estaba Cuba, en máxima
alerta, con las armas en la mano. Todas las señales
apuntaban a la inminente agresión militar imperialista.
En
la histórica Colina Universitaria, el día 15 se había
perpetuado más allá de sus 24 horas. Los restos
mortales de los jóvenes combatientes Eduardo García
Delgado, Carlos Manuel Loyarte López, Juan Valdés
López, Adalberto Vidal Valdés, Donatilo Arencibia, Luis
Valdés Rodríguez y Reinerio Vasallo, recibían el
homenaje ininterrumpido, silencioso, de una muchedumbre
que desfilaba ante los féretros cubiertos con la Enseña
Nacional y escoltados con la guardia de honor. Noche y
madrugada acunaron el llanto quedo y conmovedor de los
familiares por la pérdida de los seres queridos desde
entonces héroes de la Patria. Solo las guardias de
milicia quedaron al amparo de talleres, comercios,
fábricas, escuelas. Fueron los trabajadores hasta el
recinto universitario, también los campesinos y
macheteros recién salidos del surco, los estudiantes,
las amas de casa, amigos del mundo que estaban en la
capital y decidían correr la suerte de Cuba y su
Revolución.
A las 10:30
de la mañana, tras la última guardia de honor
encabezada por el presidente Osvaldo Dorticós y miembros
del Consejo de Ministros, comenzaron a bajar las urnas
mortuorias, sobre hombros milicianos, por aquel mar de
pueblo uniformado que colmaba la Escalinata Universitaria
para dar el último saludo a los hermanos fallecidos.
Desde lo alto del rectorado una gran bandera cubana se
desplegaba recogida hacia la punta con un crespón negro.
Cuando el
cortejo dobló por la calle L hacia 23, miles de
capitalinos se sumaron a aquella marcha luctuosa y viril
encabezada por un vehículo del Ejército Rebelde con
pabellón patrio, seguido por la banda de música que
entonaba el Himno Invasor, la Marcha del 26 de Julio y de
las Milicias Nacionales Revolucionarias.
Desfilaban
también las unidades de combatientes que horas después
marcharían al combate. Eran los legendarios rebeldes y
los milicianos curtidos en las interminables jornadas de
entrenamiento, de guardias a toda hora, de cavar
trincheras en las costas, las montañas y que encarnaban
el espíritu de sacrificio y revolucionario del pueblo.
A ambos lados
de la calle se agolpaba también otro río de personas
con rostros contraídos, ojos llorosos, puños crispados.
Mujeres y niños lanzaban flores al paso de la caravana
desde las aceras, balcones y ventanas donde no faltaba el
manto tricolor de la estrella solitaria anudados con
cintas negras. En las azoteas se advertía la presencia
de milicianos armados, en plena alerta, ante la extrema
gravedad de los hechos.
Pasadas las
once y media de la mañana, comenzaron a entrar en la
necrópolis de Colón los autos fúnebres. En el primero
iban los restos de Eduardo García Delgado, el joven
artillero que con su sangre escribió FIDEL en una
muestra de lealtad insuperable y que toda Cuba asumió;
cuando los aguerridos brazos milicianos alzaron el
féretro para llevarlo hasta el panteón, la muchedumbre
comenzó a entonar el Himno Nacional, como canto de
guerra y llamado al combate, seguido de ¡Patria o
Muerte! ¡Venceremos!
No faltaron
unas detonaciones que muchos pensaron fuera un sabotaje,
pero lejos de crearse el pánico, aquella masa
impresionante de pueblo se mantuvo serena, firme,
coreando consignas revolucionarias.
En la esquina
de 23 y 12, hablaría Fidel. Desde la improvisada tribuna
la vista se perdía por aquel mar de verde olivo y boinas
negras. Era la segunda vez que en esa esquina se reunían
los habaneros, en representación de todos los
revolucionarios cubanos, para despedir a hermanos
caídos; la primera vez fue cuando el sepelio de las
víctimas del vapor La Coubre.
Entonces el
Comandante en Jefe diría:
Compañeros
obreros y campesinos esta es la Revolución socialista y
democrática de los humildes, con los humildes y para los
humildes. Y por esta Revolución de los humildes, y por
los humildes y para los humildes, estamos dispuesto a dar
la vida.
Obreros
y campesinos, hombres y mujeres humildes de la Patria
¿juran defender hasta la última gota de sangre esta
Revolución de los humildes, por los humildes y para los
humildes?
Y un grito de
¡Sí!, con los fusiles en alto, se extendió como ola de
mar embravecido.
Poco
después, y para terminar, tras el ¡Patria o Muerte!
¡Venceremos!, Fidel pidió entonar todos el Himno
Nacional. Y así se hizo, con el ímpetu y vigor de
quienes marchan al combate.
Ese día
nació el Socialismo en Cuba amasado con sangre y plomo,
como desafío, promesa, realidad palpitante. Germinó
cual semilla de una Palma Real que crece al infinito, por
los héroes que la defendieron, por el futuro.
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