¿Se podía o no se podía hablar de crisis global?

Fue allí -y esto debo aclararlo- donde se discutió la cuestión del contenido del mensaje; estaban solos los jefes de Estado. Fue una excelentísima reunión, de las mejores que he visto, en que los platos no estorbaron para nada; algunos consumieron más; otros, menos. Yo, en el interés de preguntar muchas cosas a los más experimentados colegas que estaban abordando el tema, ni siquiera toqué el almuerzo; además, tenía la tensión del trabajo de la tarde y el de esta intervención.

Allí, en nuestra soledad, con la sola compañía de los problemas que cada uno de nosotros tiene encima y los que todos juntos llevamos sobre nuestras espaldas, se logró definir bien el contenido del mensaje. Había consenso; pero, a la vez, se observó que había un concepto sobre el cual las opiniones eran divergentes: si se podía hablar en estos instantes de crisis económica mundial o de crisis económica global.

Se señalaba que la economía norteamericana gozaba de buena salud, lo cual es muy cierto, que la economía norteamericana goza todavía -este todavía lo añado yo- de buena salud -y deseamos que siga gozando de buena salud, desde luego-; que la economía europea también goza de buena salud, y se espera que siga gozando de buena salud, apoyada por la creciente integración, y especialmente por la puesta en práctica del euro, al que ya se le augura más éxitos que peligros, aunque quienes leen a los analistas de determinados órganos de prensa, pueden apreciar esperanzas de que el euro fracase. ¿Se podía o no se podía hablar de crisis global?

Nosotros, los cubanos, teníamos un dilema serio, y era sobre la cuestión del tema para la cumbre en Cuba.

Ya habíamos elaborado la idea de un tema asociado precisamente al problema de la crisis, a partir del hecho de que la misma está desarrollándose, de que hay una infinidad de incógnitas y de que tendríamos que hacer un examen de lo que había ocurrido, de lo que estaba ocurriendo y de todas las medidas que se iban tomando.

Estamos viviendo una situación en que los acontecimientos se suceden rápidamente, y muchas veces son sorprendentes; nadie sabe qué va a ocurrir de aquí a enero de 1999, cuando tendremos en nuestro país una conferencia de economistas de las diversas escuelas y de distintos países del mundo para discutir teóricamente estas cuestiones. Es posible que para esa fecha, para el 21 de enero, ya algunos de los que estaban pensando de otra forma hayan cambiado de opiniones, porque hemos visto cambios de opiniones en muy importantes personalidades en el brevísimo tiempo de dos semanas. Para nosotros era decisivo definir esto: qué hacer con el tema que habíamos elaborado. Un título breve, ¿no?, que siempre abarca muchas cosas y tiene que ser explicado.

Nosotros partíamos de determinados hechos -y no les voy a robar mucho tiempo con esto. En la página 23 de esa colección de discursos, encabezada por el informe de las Naciones Unidas, el informe de Kofi Annan en septiembre, está el discurso del presidente Clinton el 14 de septiembre de 1998, pronunciado en el Consejo de Relaciones Exteriores de Estados Unidos, que es clave. Lo primero que expresa Clinton al comenzar el discurso es la siguiente frase: "Este es el mayor desafío financiero que encara el mundo en medio siglo." Bastante fuerte la afirmación.

Más adelante añade: "Constituye una gran ironía que estemos en un momento de poderío económico insuperable cuando existe un trastorno tal en la economía mundial."

Habla después de que durante 30 años Estados Unidos y el resto del mundo han estado preocupados por la inflación. Y luego añade: "Pero es evidente que el tipo de riesgo ha cambiado, pues la cuarta parte de la población mundial vive en países en que disminuye el crecimiento económico o en que este es negativo. Por lo tanto, creo que la principal prioridad del mundo industrializado de hoy es impulsar el crecimiento." Nos viene bien esta frase, porque es lo que estamos solicitando, demandando del mundo industrializado.

Al finalizar ese discurso bien elaborado, cuidadoso, porque igual que aquí se analizó el contenido del mensaje a Europa y que no debía haber una palabra pesimista sino un discurso realista, él se animó a concluir con insólita y humilde franqueza: "No creo que sea fácil que, en esta sala, sepamos lo que hay que hacer."

Ese discurso fue pronunciado en el Consejo de Relaciones Exteriores, institución prestigiosa y muy conocida, sobre asuntos de política exterior en Estados Unidos. Bien, esto lo dijo Clinton.

En la página 49 -de memoria lo sé porque todo esto me interesó mucho-, el 6 de octubre de 1998, ¿quién habla?: elPresidente del Fondo Monetario Internacional que, como ustedes saben, no se caracteriza por frases pesimistas, sino todo lo contrario. Frente a las críticas de que no había suficiente transparencia acerca de lo que estaba ocurriendo en el sudeste asiático y sobre otras muchas cosas, y de la forma ligera en que se distribuían los préstamos sin análisis pertinentes, el favoritismo y lo demás que no tengo que repetir, que ustedes han leído veinte veces en los últimos meses, y sobre lo cual no se había pronunciado antes una sola palabra, y donde emergió de nuevo la palabra transparencia, que nace de los días de la perestroika, transparencia en información y en los datos, transparencia en los bancos, que todo el mundo estaba reclamando, él se defendió planteando que sí, que ellos sabían lo que debía ocurrir, que lo advirtieron a determinados gobiernos, pero que no lo divulgaron porque hacerlo podía crear pánico y acelerar la crisis.

Hoy nadie sabe qué sería mejor, si aunque solo fuese un poquito de transparencia y de advertencia que frenara la gravedad de aquella explosión súbita, de aquella crisis inesperada que tanto sorprendió al mundo. Es decir, no es un hombre que se caracterice -repito- por frases pesimistas, lo dijo allí paladinamente: "Señores Gobernadores, este año nuestra reunión se celebra en plena crisis; una crisis que ya ha costado cientos de miles de millones de dólares." Si hubiese sido más exacto, habría podido utilizar un dato que se conoce: a nivel mundial las bolsas habían perdido ya entre tres y cuatro trillones de dólares. Aquello lo dijo Michel Camdessus, el 6 de octubre, hace unos días, en la reunión de la Junta de Gobernadores del Fondo Monetario Internacional y el grupo del Banco Mundial. De inmediato añadió que había costado también "millones de puestos de trabajo". No dijo decenas de millones.

Si se leen los informes sobre la situación en Indonesia, solo allí el desempleo se ha elevado al 40%. Terminó el párrafo con las siguientes palabras: "Y la tragedia incalculable que significa la pérdida de oportunidades y esperanzas para tantas personas, especialmente entre los más pobres."

Dijo mucho más, dos o tres cosas más: "Ni siquiera los países con economías correctamente administradas han quedado a salvo. No llegamos a prever la gravedad de este virus" -casi casi lo comparó con el SIDA- "que se ha propagado a lo largo y ancho del mundo, atacando, por ejemplo, a América Latina porque Rusia tuvo dificultades."

"Ahora, tras este segundo embate de la crisis, la mayoría de los países en desarrollo se enfrentan a un entorno mucho más frágil, una afluencia de capitales mucho menor y un descenso de los precios de los productos básicos."

Se menciona este fenómeno por primera vez, muy asociado en la historia a lo que ocurrió en el año 1929 y en los meses que lo precedieron: aumento incontenible de los precios de las acciones y la baja de los productos básicos.

Por último, dijo Camdessus -creo que fue lo último sobre la gravedad de la crisis-: "Hablemos claramente: no se trata de países en crisis, sino de un sistema en crisis; un sistema que aún no está suficientemente adaptado a las oportunidades y a los riesgos de la globalización."

Me llaman especialmente la atención las palabras del Presidente del Fondo Monetario Internacional en torno a la cuestión de si se podía hablar o no de crisis económica globalizada o crisis económica internacional. Hay evidentes elementos que pueden producir cierta confusión.

Hoy mismo, en la segunda reunión, el presidente Cardoso dijo -yo lo anoté-: "Estamos viviendo un momento extremadamente grave." Y lo está diciendo el Presidente de Brasil, cuya experiencia y cuyos conocimientos conocemos todos.

Estos elementos se estaban discutiendo, y para nosotros eran vitales -repito- con relación al tema de la cumbre de La Habana.

Yo les pedí a los colegas -no los llamo compañeros porque no quiero aparecer tan extremista de izquierda como el presidente del Banco Mundial, el Sr. Wolfenshon; ya quisiera yo encontrarme algunos programas de izquierda con el texto del discurso con que clausuró las reuniones de Washington, el 8 de octubre de 1998- que nos ayudaran, por favor, y que si como norma los países que iban a ser sede proponían y decidían el tema, realmente quería consultarlo con todos los demás. Y llegué a la conclusión de que había que ser más bien prudentes que exagerados. Decir que no hay crisis y que no hay una situación muy seria o sumamente grave, como lo expresó Cardoso, sería ignorar la dura realidad; afirmar que hay ya una crisis económica globalizada puede parecer exagerado, y puede incluso serlo.

Cuando nosotros elaboramos un párrafo sobre el tema, tratábamos de plantear, en esencia, una idea: ¿Qué había hecho Iberoamérica? O más bien, ¿cómo ha enfrentado Iberoamérica -suponiendo que para esa fecha ya haya enfrentado bastante, sin esperar un año para hacerlo, porque nadie puede esperar ni un minuto- la crisis económica globalizada? Era largo y lo cambiamos por otra frase: Iberoamérica y la crisis económica globalizada. Después de las fructíferas discusiones sostenidas al mediodía, fuimos absolutamente persuadidos de que había que modificar la frase original para ser más realistas, más objetivos y más exactos: Iberoamérica y los graves riesgos de una crisis económica globalizada. Fueron las palabras que nos parecieron más exactas, y por fortuna encontramos la total aceptación, el pleno consenso de todos los que estábamos allí reunidos en aquel almuerzo. Y ese quedó como tema de la próxima cumbre.

Ahora, ¿cómo vemos la situación estratégica?, les advierto que me voy acercando al final de las palabras; me voy acercando (Risas). Así: apreciamos un papel decisivo para América Latina. Aquí se decide si se frena y se revierte la crisis económica y se evita su globalización total. Tengo la convicción más profunda de que, si esa crisis penetrara en Brasil, repercutiría en toda Suramérica, recurvaría inevitablemente hacia México y afectaría ya de manera absolutamente irreversible en las bolsas de Estados Unidos. Y si una crisis en Rusia, con el 2% de peso en la economía mundial -y creo que es exagerado este del 2%, porque su Producto Interno Bruto es hoy de 450000 millones, la mitad del de Brasil y por debajo de Francia, España y otros muchos países- hizo bajar 512 puntos en un día al más fuerte índice de la bolsa de Nueva York, ¿qué sería una crisis en Brasil y extendida a Suramérica?

(continuación)