El silencio y el escaso tránsito de personas que caracteriza por estos días de aislamiento obligatorio a la vecindad de Calzada de Buenos Aires, número 103, más conocida como El Capulí, es interrumpido a diario por el ir y venir de aquellos que realizan el servicio de mensajería, el personal médico, y algún que otro fotorreportero ávido por conocer más sobre la realidad circundante.
Al pasar por el caserío descubro rostros que se escabullen entre las ventanas, recelosos ante la cámara, prefieren mantenerse ocultos.
Otras personas, sin embargo, parecen adivinar lo que quiero saber y me cuentan del pi al pa sus vivencias, y hablan de las medidas de prevención, y de las estrategias positivas que el Consejo de Defensa de la Zona 0-3 realiza para hacer menos difícil el momento actual.
Detrás de una puerta, asomada a la reja, me detiene la mirada de Dalia, una niña de nueve años que con tiernas palabras roba mi atención. «Yo estuve enferma de coronavirus», me dice esta pequeña con nombre de flor que formó parte de los contactos de una cadena de contagio familiar en su lugar de residencia. Cinco miembros de su familia estuvieron enfermos.
Su papá, Carlos Ernesto, fue el primero en resultar positivo a la prueba para detectar la COVID-19. Se entristece al narrar lo ocurrido, es evidente que recordar cuando todos en casa fueron diagnosticados con el nuevo SARS-CoV-2 tiene un sabor amargo…
Prefiere hablar sobre la importancia del distanciamiento social, de la higiene, del uso del nasobuco, de la esmerada atención que recibió y que continúa teniendo por parte de los médicos, de la satisfacción que siente al donar su plasma para ayudar a curar a otros enfermos, y de cómo prefiere revivir el instante aquel cuando fueron dados de alta y su enorme regocijo por las vidas ganadas.







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Sheila dijo:
1
18 de mayo de 2020
00:37:38
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