Ahora que el país se apresta a elegir, el 27 de noviembre próximo, a los delegados de las asambleas municipales del Poder Popular para un nuevo mandato, el tema sobre el papel de estos se adueña de escenarios en barrios y comunidades.
Lo cierto es que, desde el surgimiento mismo de los órganos locales de gobierno, hace más de cuatro décadas, las funciones del representante elegido por el pueblo quedaron claramente definidas en los documentos fundacionales, en los cuales se subraya, con especial énfasis, que su trabajo es político y estatal, no administrativo.
¿Qué significa tal aseveración? Simple y llanamente que al delegado, en tanto líder natural en su entorno de residencia, le compete ejercer un papel fiscalizador y controlador para que las cosas funcionen bien, y en ello involucra, de manera activa, a sus electores, como elemento clave de la institucionalidad de la nación.
Prácticas erróneas, conceptos trastocados y desconocimiento conformaron una imagen equivocada del delegado, como si su rol se circunscribiera apenas a gestionar y distribuir recursos, llámese materiales de la construcción, teléfonos o enseres domésticos, es decir, una especie de mago siempre presto a resolver problemas.
Es por ello que, por ignorancia, confusión o algún que otro criterio malintencionado, no pocas veces se le tilda de ineficiente sin razón, cuando no tiene una respuesta efectiva ante determinado reclamo, cuya solución exige el empleo de medios materiales que no están a la mano o de una inversión no planificada.
El delegado traslada a los órganos competentes las necesidades, dificultades, preocupaciones y quejas que le transmiten los habitantes de la circunscripción, gestiona la solución de los problemas y promueve iniciativas para que las masas participen.
Solo puede triunfar en su labor si logra encauzar la acción colectiva, a través del funcionamiento real del grupo de trabajo comunitario, lo cual significa convertirse en ente organizador y movilizador de sus electores para transformar el entorno y ejercer el imprescindible control popular sobre las administraciones. Dicho sea a propósito, corresponde a estas no olvidar que el delegado es la máxima autoridad política de su localidad, electo por el pueblo y, por tanto, merece todo el respeto, por lo que resultan inadmisibles el peloteo, las evasivas por respuestas y las promesas incumplidas.
Eso sí, quien asume tal responsabilidad debe armarse de tenacidad para superar disímiles obstáculos y enfrentar adversidades, a sabiendas de que como recompensa mayor tendrá el reconocimiento popular.
- El socialismo es, hasta hoy, la única vía al desarrollo con justicia social. Una apuesta innegable a la inteligencia, la voluntad y la vocación solidaria de hombres y mujeres conscientes de que hacen «camino al andar»
- Tener un solo Partido no nos convierte en dictadura; sí nos libra de las pugnas y de la corrupción política que tanto daño hacen a naciones pequeñas y pobres, donde el acceso a los cargos está permeado por los compromisos con las élites empresariales, que financian las campañas políticas a través de organizaciones que les permiten limpiar la ruta de sus transacciones.
- Esa es nuestra visión, pero no cuestionamos lo que hacen otros soberanamente. La experiencia política acumulada es la de un Partido que nació de la unidad de todas las fuerzas patrióticas y no de la fractura y la pelea por el poder.
(Miguel Díaz-Canel Bermúdez, 17 de diciembre de 2021)
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