Cada día impactan la Tierra entre 50 y 230 meteoritos. Antes de tener redes sociales, no nos enteramos de esto, a no ser que uno muy grande fuera noticia, o que en la noche viéramos caer alguno. Hoy, sin embargo, cualquiera corre a publicar lo que vio y, en el afán de impresionar, puede que se le vaya la mano. Después alguien comparte, y luego otro, y otro, hasta que, finalmente, pareciera que se está acabando el mundo.
Así pasa con todo lo inusitado –o lo que cualquiera supone inusitado–: lo mismo si chocan dos autos en Maisí, o si arrebatan un celular en Mantua. De repente, alguien dice que por su pueblo también se ha volcado un camión, y otro que por su barrio capturaron a cierto ladrón de bicicletas, y, sobre esta base, aparecerán supuestos peritos a explicarnos cuánto ha aumentado la inseguridad vial y social en Cuba.
En mi novela La condición del espejo, cuya trama ocurre a principios del siglo XVII, usé este tipo de percepción sesgada de la realidad para caracterizar a un personaje. Como por esa época habían aumentado muchísimo los viajes interoceánicos, era lógico que se amplificaran relatos de regiones antes desconocidas. Así, considerando lo que siempre ha ocurrido en el mundo, pero que no se divulgaba, mi personaje arribó a la conclusión de que estaba por llegar el Apocalipsis.
Figúrese, por dondequiera había volcanes, terremotos, derrubios, aluviones, tornados, «olas como montañas», «piedras caídas del cielo», «granizos como puños»; y estas eran cosas que no se contaban en libros clásicos como Las maravillas de Marco Polo, Crónica de los Reyes de Bisnaga, o La gran conquista de ultramar.
Pudiera parecer que semejantes «análisis» solo provienen de personas sin adecuada preparación profesional; pero no es así. Por ejemplo, hace unos meses, en cierto artículo publicado en uno de esos medios extranjeros diseñados para la propaganda contra Cuba, un economista afirmó que los campesinos cubanos no podían vender sus frutas a los hoteles. No llegó a esa conclusión mediante el análisis de una muestra representativa de datos u otro procedimiento de base científica, sino a partir de su experiencia durante el desayuno en un hotel de Holguín.
El asunto no es si tendría razón; es que, en economía, como en toda ciencia, hay que demostrar cualquier afirmación nueva o especial que se haga, para que esta sea válida. Pero no solo es improcedente formar conjeturas o arribar a conclusiones desde una base de conocimientos incompleta o insuficiente; también es necesario usar el sentido común.
Lamentablemente, el ejemplo anterior no es un hecho aislado. Con frecuencia vemos a personas supuestamente entendidas, que en redes sociales pretenden influir con opiniones «técnicas» insostenibles. Agarran un dato aislado, y, sobre él, montan un relato de presunta base científica, pero con tal nivel de conjeturas que el resultado se acerca más a la superstición que a la ciencia. No exagero: he visto semejantes cábalas hasta por el mínimo espacio de un tuit. Es una suerte de profesión en ruidos con pocas nueces, donde los datos suelen ser sustituidos por palabras dirigidas a despertar determinadas emociones.
En economía, tras cualquier dato aislado, subyacen numerosas variables discretas que deben ser miradas en su conjunto para poder aproximarse a una verdad. Cada partida financiera siempre genera contrapartidas estrechamente vinculadas a ella: no tener en cuenta ese factor puede conducir a falacias o graves errores de apreciación.
Pondré un sencillo ejemplo. Supongamos que le muestro la cuenta de efectivo en banco de una empresa, y el saldo es 100 000. Usted dice: ¡Qué bien, tienen bastante dinero! Luego le enseño las nóminas por pagar y el monto asciende a 120 000. Oh, están en problemas, tienen un déficit de 20 000. Entonces revelo los cheques no depositados por valor de 50 000. Ah, no, están bien. Sobra dinero. Por último, saco el submayor de cuentas por pagar y se deben 80 000 que vencen en una semana. Vaya, dirá, están en aprietos.
En fin, estimado lector, lo que pretendo con este artículo es ponerle sobre aviso acerca de ciertos «análisis» que, con frecuencia, vemos en redes sociales, y que, con apariencia de informar, en realidad suelen buscar lo contrario. ¿Cómo identificarlos? No es sencillo; quizá cuando usted vea que la intención es, sobre todo, generar ruidos.
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