
Hostigado por algún dolor de cabeza, fiebres u otro malestar que prefiero no recordar, tuve sin embargo claridad mental para admirar aquella noche las pancartas que mostraban en el policlínico los costos de una consulta, de un tratamiento para hipertensos, de la diabetes y de otras enfermedades crónicas, los de una operación quirúrgica y los de múltiples servicios médicos más. Después me han vuelto a cautivar esos pasquines cada vez que topo con ellos en hospitales, por su excelente diseño, la precisión de cada tasación y la revolución conceptual que implican.
Años antes había fracasado un proyecto que con similar fin emprendió el director de un hospital municipal. Lo intentó para crear conciencia en su comunidad de que los servicios de salud tienen un valor económico, aunque la población no pague un centavo por los mismos. Pero la iniciativa de entregar a cada paciente, solo como información, el costo del servicio tomó por mal camino. Después de décadas de gratuidad se le hizo difícil a la gente ver el experimento sin temer que fuera el primer paso para cobrarles algún día la salud. El innovador tuvo que desistir.
Hoy, sin embargo, son comunes las recetas con cifras propias de factura comercial al dorso y los carteles esperan con igual información a dolientes en hospitales y consultorios del médico de la familia. Ocupan sin traumas espacio en las paredes, junto a otras pancartas con ilustraciones y consejos para inyectar, en lugar de antibióticos, buenos hábitos de nutrición y normas de vida sana. En ambos casos aportan cultura, masa crítica del desarrollo en cualquier dimensión.
Pero los registros contables, ya difíciles en una empresa, se tornan más espinosos en las instituciones de salud, distantes durante décadas de controles y análisis similares. Los expertos en economía o administración de salud coinciden en la enorme dificultad para medir los costos de esta actividad por la complejidad y alta variabilidad de la misma.
La multiplicidad de servicios de un hospital o policlínico se combina con el empleo habitual de equipamientos tecnológicos diversos, en un ámbito que sigue carriles también muy variables en función de enfermedades en evolución permanente y de terapias que se renuevan constantemente.
Los datos de las pancartas corren el riesgo de envejecer más rápido que un medicamento. Los centros de costos creados por el sistema de salud estudian mensualmente cuánto vale una consulta médica, la hospitalización de un paciente en terapia intensiva, cirugías, un trasplante de órganos, el tratamiento de enfermedades crónicas, un parto o la simple sutura de una herida. Las cifras cambian sin cesar.
El calibre humanista de los servicios médicos torna más tensa cualquier medición de costos, por el aura casi pecaminosa que entrañan los conteos monetarios. Pero, por más paradójico que parezca, acentúa la necesidad de esos cálculos.
En Cuba, la salud pública y la asistencia social es la actividad presupuestada que mayor cantidad de recursos absorbe. Este año el Presupuesto del Estado les ha destinado 10 394 millones de pesos, el 27 % de todos los gastos programados. Le sigue la educación, con el 21 %. El dato no expresa la magnitud precisa de los desembolsos. La cifra engloba tanto los gastos internos en pesos cubanos como las divisas invertidas para importar medicamentos, materiales afines y tecnologías, calculadas según la tasa oficial de un dólar igual a un peso cubano. Otro ejemplo de la insuficiente transparencia que implica la dualidad monetaria y cambiaria.
De la eficiencia para contar y administrar cada peso –o dólar- depende el buen funcionamiento de los 151 hospitales, 451 policlínicos, 110 clínicas estomatológicas y más de 10 000 consultorios del médico de la familia con que cuenta el país. Los montos de sus servicios son de cuidado: unas 45 000 camas para ingresos hospitalarios y más de 86 millones de consultas médicas en un año.
La transformación del entorno social complica los gastos. Si en el pasado eran las enfermedades transmisibles la causa principal de muerte y las que más medicinas y recursos exigían, hoy han escalado al temido escaño las enfermedades crónicas no transmisibles. El cáncer, las enfermedades cardíacas, la diabetes, las enfermedades respiratorias crónicas, entre otras, son las que absorben más tiempo, neuronas de especialistas y fármacos. No es la única consecuencia del desarrollo que ha planteado dilemas al sistema cubano de salud.
El incremento de la esperanza de vida en Cuba y otros indicadores de naciones desarrolladas aceleran el envejecimiento de la población. Se prevé que las personas con 60 años o más alcancen el 30,3 % de la sociedad en el año 2030, de 19 % que eran en el 2015.
La reorientación que esa tendencia demográfica impone en el modelo de salud «conllevará a una elevación de los costos de los servicios y la introducción de nuevos procesos tecnológicos, que traerán consigo la necesidad de reorganizar los sistemas y servicios de salud», aseguró el ministro de Salud Pública, Roberto Morales Ojeda.
Los pasos para dar mayor protagonismo a la prevención de salud frente al modelo asistencialista tradicional impactan igualmente sobre los gastos. La sociedad cubana aguantará el aliento para sacar cuentas, pero respirará mejor.
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Miguel Angel dijo:
1
27 de abril de 2018
08:50:57
luis dijo:
2
27 de abril de 2018
12:10:10
Jorge luis dijo:
3
27 de abril de 2018
18:16:12
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