ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
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Foto: José Manuel Correa

El secuestro de lo negro desde lo blanco no es exclusivo de un solo país de pasado esclavista o esclavizador, más bien es la regla. En Cuba, se puede buscar incluso desde la que a veces se considera nuestra primera obra literaria, Espejo de paciencia, escrita por un canario acriollado.

El relato, al decir de Eduardo Torres-Cuevas, es una recreación estética de una mentira y, a la vez, la creación de un mito. Lo primero, asociado a que la obra pretende esconder el contexto de contrabando que provoca los acontecimientos narrados; lo segundo remite a la intención de realzar la heroicidad del criollo bayamés.

Pero también pueden dársele otras lecturas. En la obra aparece el negro, fundamentalmente en la figura de Salvador Golomón, «etíope digno de alabanza», quien pone fin a la desventurada vida del bucanero Gilberto Girón, secuestrador del obispo Cabezas de Altamirano. Con esta acción de valentía, el negro logra su libertad. La virtud de Salvador, a los ojos de Silvestre de Balboa, autor del poema, es haber servido corajudo a los amos blancos en una batalla por motivos comerciales –por un tráfico del cual él no se beneficiaba en absoluto–, en la que solo era partícipe en su condición de esclavo. El negro era visto a través de los ojos del blanco, en esta ocasión en su función utilitaria.

El racismo, cuya causa histórica está en la búsqueda de la explotación más brutal como modo de enriquecimiento, es también en su esencia y necesariamente un fenómeno cultural. Por eso no se acaba con eliminar las bases económicas que lo sustentan. Perdura en el tiempo más allá de la eliminación de las leyes explícitas o implícitas que lo codifican, más allá de las relaciones económicas que necesitan del racismo. Y no se ataja completamente la discriminación si no se ataja el entramado cultural que le da sustento y que forma parte, en muchos casos, del núcleo estructural de los países.

Naciones como la cubana se fueron configurando desde lo eurocéntrico cristiano con un componente racista importante. Actores significativos en la conformación de esa nacionalidad vieron al negro como un factor de atraso social. Visión justificativa, desde las élites criollas, de propuestas concretas de eugenesia y otras más genocidas.

Tales posturas racistas, ya sea en sus variantes más extremas o en las más paternalistas, eran la norma entre los defensores de la colonia, en anexionistas, en reformistas o autonomistas. Pero también el racismo estaba presente en sectores independentistas, a pesar de nuestros próceres más preclaros y de la raíz profundamente antiesclavista de nuestra gesta. La prédica martiana de pensar una república inclusiva y de pares en toda su diversidad étnica, no significó ni con mucho la aceptación de una postura antirracista por la sociedad frustrada, que emergió de la guerra de independencia.

El poder interventor favoreció actores que compartieran su visión antinegra.  Desde las élites, el progreso de Cuba pasaba por «blanquearla», apelando por igual a procesos de «adelantar la raza» por medio del mestizaje, como a relegar el negro «a su lugar». Tales ideas, proyectadas desde la hegemonía de clases de la burguesía subrogada del poder imperial, se usaron también como mecanismo de miedo para justificar la violencia contra componentes de las masas humildes de blancos, negros y mestizos. Se usaron para justificar crímenes como la matanza de miles de negros durante el alzamiento de 1912. El miedo al negro, agitado como mecanismo de dominación en la colonia, se trasladó con el mismo propósito a la naciente república.

El negro, en el diseño republicano neocolonial que emergió, era símbolo de incivilidad, atraso, rémora al progreso de la nación. Su cultura no era tal, era incultura ignorante, lasciva, perversa e incompetente y en la misma medida que su presencia rebelde en la auténtica cubanía era imparable, se ponía más empeño en crear su variante «blanca», «civilizada», ya fuese en la música, en el teatro o en la literatura. Esa perspectiva todavía está ahí en sectores del imaginario social cubano, aún después de 60 años de esfuerzo sistemático por cambiarlo desde el poder político que la Revolución le dio a los desposeídos, incluyendo en ellos al negro.

Todo proceso de gestación de lo nacional, esencialmente simbólico, genera necesariamente una intelectualidad orgánica a ese esfuerzo. La intelectualidad blanca la conocemos, representantes la mayoría de ellos, además, de sectores de la clase poseedora dentro de la población criolla. La memoria de la negra quedó en buena medida perdida, ya sea por la falta de testimonio propio escrito o por un ejercicio que buscó que se olvidara. Pero, aunque recuperarla para el imaginario social sea difícil, tenemos el deber emancipador de seguir haciéndolo. Aún tenemos una deuda con los Aponte de nuestra historia y no lograremos coronar nuestras aspiraciones hasta que no la saldemos.

Esas carencias perduran y ello, a pesar del esfuerzo de años en estudiar las raíces negras del país, y de los intelectuales que hicieron y han hecho de ese estudio razón de sus desvelos científicos. Estudios a los que la Revolución logró incorporar al propio negro desde su empoderamiento alfabetizado, como hurgador de su pasado y conformador de su historia. Ese esfuerzo sistemático de descubrir nuestra historia negra no ha sido acompañado con igual éxito, a pesar de todo lo que se ha avanzado allí también, en su incorporación a los sistemas de enseñanza. Tampoco es suficiente la generación de símbolos tangibles e intangibles de esa memoria.

Más allá de leyes y esfuerzos concretos en eliminar la raíz económica y social del racismo, la Revolución echó a andar procesos de descolonización cultural gigantescos en marcha hasta el día de hoy. Espacios completos de la sociedad adquirieron colores oscuros, en especial en la cultura artística, pero mucho más allá de esta. Nunca antes en la historia de este país se hizo esfuerzo más monumental por incorporar lo negro, no como injerto, sino como parte esencial del tronco de lo cubano. Ello se hizo en paralelo a que se iban conformando las herramientas metodológicas para lograrlo, partiendo de la urgencia de tomar, aquí también, el cielo por asalto. Como todo proceso social emancipador, se avanzó mucho en muy poco tiempo y también se erró como resultado de hacer y, también, de no hacer lo suficiente.

El periodo especial, con los procesos sociales y económicos que desató, dio origen a procesos de remarginalización de zonas tangibles y simbólicas de la sociedad cubana que se unieron a otras que nunca habían dejado de ser marginales, donde es marcada la presencia negra. Ello apuntó a problemas estructurales de desigualdad o vulnerabilidad, asociados al color de la piel, sin resolver en nuestra sociedad. El racismo está aún hoy presente en Cuba, porque subyacía, muchas veces dormido, en la conciencia social de no pocos compatriotas e invisibilizado en no pocos espacios sociales e incluso institucionales.

Hoy, la marginalización simbólica tiene como componente nuevo la influencia de la globalización colonizadora. Es en este contexto que la lucha contra el racismo en Cuba adquiere también connotaciones y alcances aún más perentorios, como parte del frente común cultural contra la embestida a la que nos someten como nación.

Esa marginalización la vemos también en la pérdida de civilidad reflejada en actitudes sociales reprobables, el auge de letras misóginas en canciones y otras manifestaciones. Cuando ese fenómeno ocurre, el racismo subyacente tiende a volver a visualizarlo en términos de raza: el negro es el antisocial, el negro es el mal educado, el negro es el incivilizado... Ese imaginario se refleja en lugares comunes que persisten entre nosotros, como cuando se asocia hacer las cosas bien con «vamos a hacerlo como los blancos» o cuando se reprocha a una persona por comportarse como «un negro».

En nuestra sociedad actual conviven espacios amplios, donde el racismo ha sido derrotado, con otros donde persiste y se amplía. Podemos ver con orgullo avances tremendos en esta lucha contra el racismo: en primer lugar, su destierro como fenómeno consustancial a una sociedad capitalista, pero también tenemos que reconocer su permanencia pertinaz como fenómeno social real.

Nuestra vestimenta formal, simbólicamente legitimada para actos protocolares y oficiales, la reconocemos en la guayabera muy cubana, pero también en el saco y la corbata importada desde la Europa blanca y simbólicamente excluyente, y ninguna más. No incorporamos a las prendas aceptadas como formales las vestimentas bellísimas de nuestra herencia africana. Sirva de ejemplo sencillo e «inocente» de todas esas dimensiones simbólicas del racismo que pasan inadvertidas entre nosotros.

Algunos monumentos erigidos en la república neocolonial burguesa, no han sido adecuadamente intervenidos para resignificarlos a luz de una visión anticolonial y revolucionaria de nuestra historia.

Arrastramos las consecuencias de esos siglos en que el negro, culturalmente hablando, fue insertado a la fuerza en una sociedad conformada desde el blanco y sus códigos. Su cultura, como actitud cotidiana, sigue siendo vista por muchos como periférica, otredad no incorporada a una pretendida raíz blanca; se percibe como cultura del folclor. Persiste en segregarse determinados comportamientos sociales, como comportamientos de negros. La reacción más explícita por parte de los agredidos a esa agresión simbólica es entonces reducida por algunos a una supuesta amenaza a la convivencia social.

Hay que librar una lucha sin tregua, en el plano real de lo económico, lo social y lo cultural, contra el racismo, que no solo persiste, sino que amenaza con avanzar. Hay que librarla desde las herramientas que, a golpe de hacer, hemos ido y estamos conformando en todos estos años de inmensos esfuerzos insuficientes. Tenemos un tremendísimo arsenal de ideas que antes no teníamos, fruto también de lo que desde la Revolución se ha hecho, que podemos y tenemos que incorporar a esta batalla, esa que les debemos a todos los Salvador Golomón de nuestra historia, que no lucharon por reproducir patrones de explotación, sino por abrir caminos para buscar en lo humano, lo pleno. Nos lo debemos, sin importar color, todos los hijos por igual de Martí y Maceo, de Camilo y de Almeida.

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Esteban morales dijo:

1

6 de julio de 2020

08:22:08


Esta bien para romper el silencio de ganma. Publiquen a otros .

Alberto N Jones dijo:

2

6 de julio de 2020

09:21:58


Gracias profesofr por valiente llamado a Cuba, a su pueblo, para que reconozca sus males, para enfrentarlo y erradicarlo de nuestro suelo, a la peor pandemia que ha sufrido el pais, antes que esta nos devore.

DAZ dijo:

3

6 de julio de 2020

12:45:11


Excelente y oportuna llamado de alerta. Gracias

Negracubana dijo:

4

7 de julio de 2020

01:03:59


Que lleguen más y más textos sobre este asunto. Qué se visibilicen las voces de les propies intelectuales negres. Gracias

Danycelle dijo:

5

7 de julio de 2020

18:07:15


Hacia tiempo no leia algo tan lucido y oportuno. Un texto valoroso que necesita ser leido masivamente. Felicidades! Q vengan otros asi!

humbertóm dijo:

6

9 de julio de 2020

18:32:11


excelente comentario. a los negros en Cuba no nos mata la policía en la calle, el racismo aquí quizás sea más difícil de combatir porque es más sutil, pero duele tanto como una paliza. usted ponía ejemplos de frases que se usan a diario por los blancos, yo agrego otra que es dicha con el ánimo de "alabar" a un negro por su buena educación, comportamiento, inteligencia, etc, "fulano es un negro blanco", me lleno de rabia cuando me dicen eso y se lo hago saber al que me lo expresa

Nelson P Valdes dijo:

7

23 de julio de 2020

00:29:20


Positivo y necesario. Hay que ir a la historia y tambien analizar el presente. Y hay que proporcionar datos empiricos de la situacion. Las estructuras de la desigualdad heredada se reproducen si no se toman medidas sociales, economicas, etc. Y es necesario la "accion afirmativa" como se hace en algunos paises.