
El miércoles 12 de octubre de 2022, lejos de su patria, Andy Granda salió al tatami con la misma parsimonia de siempre y con la seguridad de que estaba en condiciones de lograr algo muy grande, una actuación de excelencia, relevante, sin precedentes.
No lo soñó la noche antes porque, según afirma, durmió sin preocupaciones. La única premonición que tenía era que estaba en condiciones de ser campeón mundial de judo. Repasó en la mente algunos combates anteriores y dedicó el último pensamiento a Cuba, a su patria chica de Jovellanos, en Matanzas, y a su familia.
Ya en el World Championships Open 2017, en Marruecos, Granda había plantado el corazón. A poco más de un minuto del final del combate, perdió frente al gigantón francés Teddy Riner, el mejor judoca del mundo, con tres oros olímpicos y diez campeonatos del orbe en su haber, y una cadena de victorias que llegó a 154.
«De las derrotas uno solo saca enseñanzas», se limitó a decir cuando hace unos días le pregunté por el memorable combate.
En Taskent, Uzbekistán, el camino hacia el podio inició con un difícil pleito ante el húngaro Richard Sipocz, a quien venció por waza-ri, en regla de oro; después waza-ri al austríaco Daniel Allerstorfer, en el primer minuto, e ippon a los 3.18. En cuartos de final se impuso por ippon, en 20 segundos, al georgiano Guram
Tushishvili, segundo del ranking universal y campeón del mundo en Bakú-2018.
El neerlandés Roy Meyer se plantó fuerte y logró sacarle dos shidos (amonestación) por pasividad al cubano, quien al borde del hansoku-make (descalificación) se redimió y sacó el extra para vencerle por dos waza-ri (waza-ari-awasete-ippon).
Fue así como llegó a la discusión de la medalla de oro frente al japonés Tatsuro Saito, hijo de la leyenda Hitoshi Saito, doble campeón olímpico, en Los Ángeles-1984 y en Seúl-1988.
Aquel miércoles memorable, Granda subió al tatami con la pasión que domina a los elegidos. «Él es japonés. Yo soy cubano, pero los principios del judo son los mismos. Así que a batirse», nos había comentado. «El entrenador y yo trazamos la estrategia que consideramos la más adecuada: no quedarme parado delante del rival y todo salió. Tenía asegurado el segundo lugar del mundo, pero a esa hora uno no se conforma. Fueron seis minutos y 24 segundos de lucha constante, porque ser el mejor del mundo no cae del cielo.
«Creo que también me ayudó el físico. Un grupo de nosotros veníamos preparándonos bien, con base de entrenamiento en Francia. En lo particular obtuve el quinto lugar en el Grand Slam de Tel Aviv, Israel; bronce en el de Turquía, y bronce en el Abierto de Austria, además del oro en el Campeonato Panamericano y el subcampeonato panamericano por equipos. Llegué en excelente forma al Mundial».
—¿Difícil resultó dominar a un judoca tan corpulento, fuerte y con un excelente dominio de la técnica, como Saito?
—El trabajo de agarre lo obligó a tener que esforzarse al máximo de sus posibilidades; yo estaba al máximo de las mías, y en los minutos finales arrecié las entradas, por un lado y por el otro, y por ahí salió el resultado.
—¿Ya eres campeón mundial, pero falta la gloria olímpica?
—París-2024 será más fuerte. Anhelo esa medalla, aunque, además de los que enfrenté en Taskent, estará la leyenda Teddy Riner, en su propio país. Veremos qué pasa. Quiero ser campeón olímpico.
Y aunque el judo es como un baile, una danza peligrosa en la que hay que ceder para vencer, es difícil encontrar en ese deporte a un bailador como Andy Granda, pésimo en todas sus salidas a la pista de danza, «pero si tengo que bailar casino, dar las vueltas y cuidar los brazos de mi pareja, ahí estoy».

















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