Lo primero que se ve al entrar es la piscina seca, que quiebra de facto el estereotipo de lo que anuncian. Una piscina… Dice María Luisa que antes no estaba, que la hicieron años después, pero uno igual se queda con la imagen de la piscina en la cabeza, con lo que significa.
Es una casona con estilo arquitectónico de los 50, que hace esquina, como cualquier casona de acá: Macul, Santiago de Chile.
Tiene una higuera al fondo; un balcón que domina la calle en el segundo nivel; un baño pequeño abajo, con una ventanita redonda que, cuando se abre, da a la higuera; en la pared, un afiche de los años de la Unidad Popular, que anuncia que la felicidad del ser humano ha de inventarse desde que se es niño.
Nada del otro lunes: una sala espaciosa abajo y par de habitaciones pequeñas, otras cuatro arriba, un ropero vacío en esta, otro en aquella con unos sacos oscuros y botones raros… y un sótano pequeño casi acogedor, recubierto en madera, al que se accede no levantando una puerta secreta en el suelo, sino por una escalera abierta por la que debe entrar algo de luz en determinado instante del día.
Lo único raro en toda la casa es el maldito bloque de vidrio que se ve subiendo o bajando la escalera. Quinta columna a la izquierda, segunda fila para abajo.
Son bloques gruesos. La fractura es demasiado leve; la oquedad, fina y profunda… lo atraviesa. Según el peritaje fue una bala, porque las piedras contra los bloques de vidrio no hacen eso.
Cada una de estas cosas, asegura María Luisa Flores, es patrimonial. Nuestras ciudades, con el pecado de cierta nostalgia por siglos pasados, suelen llamar patrimonio a las estatuas y a las piedras viejas, pero aquí no es tan así. En esta casa, lo patrimonial tiene poco más de 50 años, en determinados casos poco menos.
Lo patrimonial acá es lo que los supervivientes recuerdan. Mejor decir «las», porque los hombres que salieron vivos no han querido decir mucho. «Venda sexy» le decían al sitio.
Son las mujeres quienes han hablado, quienes han reconocido la higuera que podían ver desde la ventana redonda del baño diminuto, donde único lograban quitarse la venda de los ojos.
La ventana redonda, por la cual se asomaba rabiosa «la bestia Bolodia», un pastor alemán que estaría luego en el sótano, siendo parte de lo que María Luisa califica de tortura político-sexual.
Qué va a suponer uno, cuando ve esta casona que hace esquina, que en el ropero del cuarto de arriba encerraban a gente que no sabe decir hoy si estuvo dentro minutos, horas, o días; que afuera del ropero, sobre una camilla metálica, se metía corriente, que en una de las habitaciones de abajo los gendarmes dejaron, por alguna razón, el afiche de cuando la Unidad Popular, que aludía a la felicidad de los niños y que luego devino chiste macabro y sádico.
Qué va a suponer uno… Los botones raros de los sacos que dejó el último dueño de la casa se parecen bastante a los que usan los militares en Argentina; que, junto al sótano, en los años 90, montaron como negocio un jardín infantil, y que María Luisa se niega a bajar la dichosa escalera, por respeto a sus compañeras.
En dictadura entraron acá entre 200 y 300 personas. De al menos 30 jamás volvió a saberse. El sótano no es acogedor nada, mete un frío raro y punzante que te descalabra el alma.
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Reinaldo Santiesteban dijo:
1
28 de abril de 2025
04:51:03
Cristina dijo:
2
28 de abril de 2025
09:07:52
Renato Peña dijo:
3
28 de abril de 2025
10:23:24
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