ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Recorrido de Sam Nujoma, Presidente de Namibia, por la Escuela Secundaria Básica en el Campo (ESBEC) Hendrick Witbooi de estudiantes Namibios en la Isla de la Juventud, Cuba. Foto: Luciano Pinto

Pudiera comenzar evocando esa calle, allá, en el ventrículo de Windhoek, Namibia, con el nombre de Fidel, no por espontánea ocurrencia de alguien, sino por gratitud de todo un pueblo.

Pudiera remitir la memoria a aquel cálido abrazo, de hermano blanco a hermano negro, y viceversa, entre el Comandante en Jefe y Sam Nujoma…

Prefiero, sin embargo, irme al interior del modesto líder africano, para que mucha gente, sobre todo joven, comprenda por qué hoy nuestras banderas ondean a media asta; por qué la muerte de un hombre así genera tristeza; por qué tanto amor, desde tan lejos, por Cuba.

Razones, hay por estibas; momentos y lugares para enumerar, también. Cassinga, al sur de Angola, es uno. Es 4 de mayo de 1978. Abriga a refugiados namibios que huyen de la ocupación a que ha sido sometida su tierra natal. De repente, la aviación sudafricana. El infierno cobra forma concreta. Horripilante masacre que no diferencia niños, mujeres, ancianos, personas desvalidas…

Rápidamente, internacionalistas cubanos impiden el exterminio total, ofrecen asistencia médica. Quizá ninguna de las víctimas es familia filial de Nujoma, pero en esencia todos devienen hijos, hermanos, padres suyos. Por ello, no perderá jamás una tribuna para expresarle al mundo su indescriptible gratitud hacia Cuba.

Isla de la Juventud. Muchos sobrevivientes de la matanza estudiarán en la escuela que ni en sueños imaginaron mientras dormían allá, con un ojo abierto y el otro cerrado, en plena selva. Pero escuche esto: años después, retornarán a su país, graduados ya, aptos para asumir riendas, convertirse incluso en ministros, hacer bien… Y Nujoma ahí, mirándolo todo, con la pupila dichosamente húmeda.

Año 1988. La fiera racista sudafricana se parte definitivamente los colmillos contra cubanos y angolanos en Cuito Cuanavale. La victoria le dará un giro total al eje delantero del continente, al crear bases para expulsar al agresor por el flanco sudoccidental, que se aplique –por fin– la Resolución 435 de 1978 para la independencia de Namibia, e incinerar el oprobioso régimen de segregación racial, conocido como apartheid, dentro del propio territorio sudafricano.

Y Sam Nujoma ahí, acaso lamentando no poder expresarles a Fidel y a millones de cubanos, con palabras exactas, la gratitud que un hombre y una nación pueden llevar en la caja de su pecho.

Recuerdo que por aquellos días coincidí, cerca de la frontera, con un grupo de cubanos y namibios. (Párrafo aparte para subrayar el impecable porte y aspecto de los Swapo: como llamábamos a esos excelentes soldados).

Alguien habló del estoicismo con que tres de ellos rechazaron a fuerzas sudafricanas empeñadas en llevarse el cadáver de un combatiente cubano, como trofeo de guerra. De un lado, los enviados de Petroria. Del otro, los «muchachos» de Nujoma.

Entonces… nadie lo dude: tenemos motivos mutuamente entrañables para el abrazo, para el dolor por la muerte física de ese líder que, como ayer –observando, agradeciendo–, continúa ahí.

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