La Comunal, Guantánamo.– Rufianes desenmascarados, fugitivos de una página de Bohemia del 15 de abril, de 1972, hace 72 años, Don Juan y el «curandero del Piñi» vienen de súbito a la memoria, en esta comunidad del Realengo 18.
En parajes intrincados como este, y en periodos como aquellos de 1953, de los cuales proceden ellos, la oscuridad de la época les garantizaba una «zafra» sin tiempos muertos al bolsillo de timadores y a quienes por conveniencia los protegían.
Don Juan Rodríguez era de Cienfuegos, y «el curandero del Piñi» de Potrerillo, antigua demarcación de Las Villas; vulgares farsantes con aureola de milagreros. Con su pluma sagaz, Samuel Feijóo los dejó sin máscaras.
Ninguno de los dos personajes tiene nada que ver con Liliana, la doctora que va sonriente por la rural geografía de La Comunal, Realengo 18. La memoria, viendo a la joven, hurga en el pasado y contrasta la realidad aquella sobre la que algunos quisieran pasar el borrador del olvido.
La comparación llegó silenciosa, como traída por el desvelo de Liliana Montoya Bou, guardiana de la salud de las 418 personas que habitan 151 hogares diseminados en la hostil geografía de La Comunal. ¡Ah, si pudiera verla Samuel Feijóo! Tal vez descansaría libre de su indignación por la burla, aquella burla denunciada por él en Bohemia, hace más de 70 años.
OLVIDO, ENGAÑOS, RECETAS RARAS Y UNA DENUNCIA
«Don Juan Rodríguez –dice Feijóo–, ejercía su curanderismo los viernes santos, durante toda la noche». A los enfermos de hernia y a los de asma, según el caso, les colocaba los pies desnudos en la raíz de una ceiba, o le medía la estatura con un cordel; «magia» que, era de suponer, «curaba al enfermo». Pero, «ni un solo caso de curación comprobamos –fustigó el escritor-periodista–. Todos los años volvía un mayor número de asmáticos y de herniados».
Otro episodio atroz involucra «al curandero del Piñi, que, acusado de la muerte de un niño de Potrerillo», negó su culpa. No reconoció que cobraba por su «servicio», ni quiso que le tomaran fotografía. Pero, «retratamos su casa de mampostería, con planta eléctrica, bomba y ¡televisión en medio de la manigua!», relata Samuel.
Después supo que el brujito tenía «más de 80 000 pesos, tres fincas, un hotel, comodidades diversas, y cándidos fanáticos que lo mantienen. Ese dinero le llegó del cielo», ironizó, y hasta a San Juan de los Yeras se fue, en busca de un médico que conocía de lo sucedido.
«Ese vulgar curandero mató al niño -dijo el galeno-, se movieron influencias poderosas para defender al malhechor, porque este puede buscar más de 300 votos entre los enfermos; los políticos lo apañan y protegen». Es la clave embrionaria del mal.
Al amparo de pasiones así de bajas, a la sombra de indiferencias así de crueles, en contubernio con politiqueros y demagogos, una plaga de arpías pudo hacer de la pobreza y de la ignorancia un negocio.
Hieren todavía los «remedios» denunciados por Samuel Feijóo. Son burlas repulsivas de timadores, a multitudes de enfermos, ignorantes y marginados sin acceso a servicio médico. «Recetas bárbaras» le llamó el escritor: «para la pulmonía: estiércol de caballo, hervido con flor de calabaza; para el desgano, cocimiento de estiércol de paloma».
Contra la asfixia, «cataplasma de excremento de puerco, con aceite de comer. Y entraña de tiñosa frita, si el padecimiento es de asma».
El denunciante recorrió campos de la Isla, su pluma insurgente castigó como un látigo aquel estado de cosas, causa frecuente de víctimas mortales no contabilizadas.
DEL ABUSO IMPÚDICO AL HUMANISMO VERÍDICO
De lo que cuenta Feijóo se deduce que, al buscar la opinión del curandero del Piñi, acerca de su presunta autoría de la muerte de un niño, el sujeto dio una respuesta cínicamente sincera: «si los médicos quieren combatir el intrusismo, deben dar consultas gratis a los pobres, sin distinción alguna; verán entonces».
Más claro no canta un gallo. La salud en Cuba era privilegio de élite, negocio, inalcanzable utopía para la masa humilde, mucho más si vivían en sitios apartados, donde todo empezaba y terminaba en promesas electoreras.
Tal vez ninguna pluma como la de Pablo de la Torriente Brau, en el Realengo 18, retrató mejor esa realidad de los campos cubanos, ni la indiferencia de los poderes: «en cuanto a los «servicios» de la Secretaría de Sanidad –fustigó el autor de Tierra o Sangre– se limitan a autorizar que el buen viento de la montaña purifique el ambiente y a mantener el imperio del tricocéfalo y la nigua de los bohíos de piso de tierra».
Un año y cinco días habían transcurrido desde el golpe de Estado de Fulgencio Batista, cuando Samuel Feijóo denunció el descuido oficial hacia la salud de las mayorías en la Isla. Tres meses y 11 días faltaban para el asalto al Moncada.
«Lo inconcebible es que haya niños que mueran sin asistencia médica», dijo Fidel ante el tribunal que lo juzgó por los hechos del 26 de Julio. Cinco años después, pasados un mes y dos días del triunfo, retomó el asunto frente a una multitud en Guantánamo. «Va usted a los campos, y encuentra por los bohíos inhabitables, que son viveros de parasitismo y de toda clase de enfermedades».
EL REMEDIO
A Fidel lo aguijoneaba esa realidad; empezó a cambiarla. Su primer gran hito vio la luz el 23 de enero de 1960, con el Servicio Médico Rural, convertido en pilar de un sistema de salud citado muchas veces como modélico por organismos internacionales del más alto crédito.
Pioneros de ese programa fueron los 357 profesionales de la Salud desplegados en escenarios geográficos de difícil acceso. Notable fue la expansión y el impacto de ese servicio. Las estadísticas hablan de poco más de un millón de pacientes atendidos por médicos en zonas rurales del país, entre diciembre de 1960 y junio del año siguiente.
Programas de educación sanitaria y vacunación, así como las primeras campañas contra la poliomielitis y el paludismo, figuran entre el saldo primario de esa iniciativa, que incidió también en el aumento de los partos institucionales y de la atención prenatal a las embarazadas, ayudando así a reducir la mortalidad infantil y materna.
Nacieron hospitales rurales para el programa, que desde el principio puso énfasis en la medicina preventiva, y creó las premisas del salto de 1984, con el Programa del médico y la enfermera de la familia. Las campañas de vacunación contra 13 enfermedades, y las de prevención, dan fe de esa experiencia y su utilidad.
El crecimiento cualitativo lo ha sido también numérico. Hoy, de los cerca de 11 550 consultorios diseminados en la geografía de la Isla, más de 3 500 cubren las zonas rurales. Casi un tercio de esta última cifra se localiza en el Plan Turquino.
A uno de ellos, el de La Comunal del Realengo 18, llegó Granma: Allí fue testigo del bojeo de Liliana sobre el estado de Liander, de 18 meses, quien la miraba desde los brazos de Yaniris, su mamá veinteañera y embarazada.
Cuando Yaniris y Liander se fueron, la joven de 27 años, especialista en Medicina General Integral, buscó el caserío. Se detuvo ante Eddy Jesús, de cuatro años, lo examinó, lo mimó. Luego, en el hogar de Raudenia, que vive sola y enferma, le tomó la tensión, y la animó.
Días después, cuando el desastre de octubre en Guantánamo, Liliana vino al recuerdo en San Antonio del Sur, en el esmero de unas avileñas que atendían a un anciano aturdido por la desaparición de una hija arrastrada por la crecida. Fue vista a bordo de un helicóptero, replicada en Tania María, la joven pediatra que salvó vidas en sitios incomunicados de Imías.
En tiempos de cerco, de acoso, de recursos exiguos, se ve ella en su consultorio rural, desbordada de humanidad. Por jóvenes como Liliana, que son miles, decenas de miles, a esta Isla no podrán volver jamás desalmados como Don Juan y el «curandero del Piñi».

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