El 31 de diciembre de 1958 fue la última jornada de un año caótico para la dictadura de Batista. Ese día varias emisoras y diarios del país daban a conocer un parte oficial del ejército de la tiranía en el que se anunciaba la derrota de las fuerzas rebeldes en Las Villas, y su retirada en estampida hacia Oriente. Además de esta «noticia», se informaba que el «Señor Presidente» asumiría el mando de las operaciones militares para el exterminio total del Ejército Rebelde.
Semejantes mentiras no eran más que un show propagandístico y una estratagema política del dictador para atenuar el daño que sufriría su ya deteriorada imagen ante la inminente huida, así como justificar su ausencia del teatro de operaciones, debido a la supuesta presión de «los altos jefes militares», para que renunciase.
Este argumento se refuerza con la entrevista sostenida en la mañana, entre el embajador de Estados Unidos Earl Smith y el primer ministro cubano Gonzalo Güell. Este último le trasladó la decisión final de Fulgencio Batista: abandonaría inmediatamente el país, entregaría el gobierno al presidente del Senado Anselmo Alliegro, y se conformaría una Junta Cívico-Militar. A cambio, solicitaba que Estados Unidos levantara el embargo de las armas y reconociera la Junta.
Bien entrada la noche, el Departamento de Estado respondió que apreciaba con «creciente preocupación el estable deterioro de la posición política y militar del gobierno de Batista y contempla con los más serios recelos cualquier posibilidad de una guerra civil (…) y el resurgimiento de la fortaleza comunista allí».
El Gobierno de Estados Unidos ya no confiaba en las soluciones propuestas por Batista. Después de múltiples advertencias, estas llegaban demasiado tarde. Horas después, «el hombre fuerte de Cuba» abandonaba cobardemente el país.
La primicia le correspondió a Radio Progreso, e inmediatamente se difundió a la velocidad de la luz en todo el país y el continente.
En el otro extremo de la Isla, nadie podía imaginar lo que ocurría en la capital. El Comandante en Jefe había pasado la noche en la casa de Ramón Ruiz, jefe de máquinas del central América, en Palma Soriano. Ajeno a lo ocurrido horas antes, se despertó en la mañana del nuevo año malhumorado, los tiros al aire a modo de celebración de los soldados rebeldes así lo justificaban: «Una celebración más y me quedo sin parque», advirtió.
Aproximadamente a las ocho de la mañana, cuando se disponía a desayunar, le informaron de la noticia que transmitía Radio Progreso, la cual minutos después verificaron a través de una emisora estadounidense. Según los testimonios, el rostro de Fidel transmitía preocupación: había confirmado la traición de Eulogio Cantillo, con quien se había pactado antes todo lo contrario a lo que ahora sucedía. El triunfo de la Revolución estaba en juego, y sabía que detrás de la «Junta Cívico-Militar» se encontraba la Embajada de ee. uu.
Sus primeras órdenes fueron la toma inmediata de Santiago de Cuba, el traslado de las columnas de Camilo y Che hacia La Habana, para tomar el control de la capital, y el llamamiento a la Huelga General en todo el país.
La Revolución siguió luchando después del día del triunfo.
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