
«Resulta que, a los cinco años, cinco meses y cinco días del glorioso ataque al Moncada, cumpliendo instrucciones de Fidel, entré por aquí con dos compañeros a hablar con los oficiales de la guarnición de 5 000 hombres que había en la ciudad, para llevarlos a El Escandel, para legalizar la rendición ante Fidel.
«Fue distinto. Me iban dando vítores por aquí, y vine solo con dos compañeros de escolta. Yo creía que era de los primeros en entrar en el cuartel, y aquí me encontré dos oficiales del Tercer Frente, de Almeida, que ya habían entrado, pero yo tenía que hablarles a los oficiales.
«Y les cuento esa anécdota que se conoce poco. Llego al despacho del jefe del regimiento, era Rego Rubido, un coronel el jefe. Allí estaban que parecían unos palomos blancos todos los almirantes de la flota, porque estaban las fragatas aquí, con sus gorras debajo del brazo, los jefes principales de la Policía y, por supuesto, los del ejército.
«Me pidieron que les hablara y digo: “A eso vine”. Empujé contra la pared el buró del despacho del Jefe del Regimiento, en el mismo lugar que me interrogaron cinco años y medio antes. En la pared, hacia donde empujé el buró, había un retrato de Batista y otro del jefe del ejército, Tabernilla.
«Di un salto, me subí en el mismo. En primer lugar, les hablé un discurso breve: “Vengo en nombre del Jefe de la Revolución a conducirlos a El Escandel, donde se encuentran todos los oficiales de la policía, la marina y el ejército, donde se tiene que producir la rendición incondicional; les advertimos a tiempo que los principales culpables iban a huir y ustedes tenían que quedarse aquí con nosotros”. Cuando terminé de hablarles, me aplaudieron, me viré a la pared, arranqué el retrato de Tabernilla y se lo di al Jefe del Regimiento; arranqué el de Batista, lo alcé y grité: “¡Viva la Revolución!”, y se lo estrellé en el suelo a todos ellos.
«El Jefe del Regimiento se queda vacilando, no se atrevía a tirar el retrato del Jefe del Ejército. Le digo: “¿Qué pasa?” Por fin lo tiró y vuelvo a meter otro grito: “¡Viva la Revolución! ¡Viva Fidel!”, etc.
«Ahora viene la parte que quería contarles a ustedes. Me dicen: “hay que hablarle a la masa de soldados, sargentos y al resto de los oficiales”, y les digo “¿Dónde están?” Dicen que en el polígono. Bajamos, y allí, debajo de la bandera del 26 de julio, y desde ese mismo balcón, sin micrófono, a capela, empecé a hablarles, decirle algo parecido a lo que les dije a los oficiales, adaptado en este caso para soldados, sargentos y demás oficiales que constantemente me interrumpían diciendo: ¡Gerolán, Gerolán! Y todos así, armados todos: ¡Gerolán, Gerolán!
«Me viro hacia uno de los oficiales de Batista y le digo: “¿Qué es lo que es Gerolán?” Y dice “no sé”. Me viro a otro, nadie sabe lo que es Gerolán, hasta que agarro a uno por el pecho: “¿Qué es lo que es el Gerolán ese?” Era un teniente, nadie me decía, y se apareció uno: “Mire, Comandante, el Gerolán es el plus que le pagan por estar en campaña”. Creo que eran 25 o 30 pesos, y los jefes se lo roban y no se los han pagado”.
«Digo: “¡Ah! Está bien”. Me vuelvo y les digo: “Mañana tendrán Gerolán todo el mundo”. Era y es muy difícil reflejar esto –¡si yo fuera escritor!–, lo que eso representaba.
Se estaba acabando el mundo, el mundo de ellos, por supuesto. El pueblo en la calle, que a veces ni me dejaba atravesar cuando venía. Yo vine con el Jefe del Ejército de aquí, cuando vine de El Escandel, y el Jefe de la Policía, que más tarde hubo que juzgarlo por asesino, y aquella gente hablando de su Gerolán.
«Y siento entonces, como ustedes los santiagueros entienden, un trueno que precede los temblores ¿No? Y digo: “¿Y eso qué es lo que es?” Y sigue el ruido. Ya los de aquí se han calmado, porque se les va a pagar el Gerolán, y me dicen: “Comandante, esos son los presos, pero no los suelte”, me dice un oficial, y le digo: “¿Por qué, nuestros?” Dice: “no, no, nuestros, pero son delincuentes”. Digo: “mándenles un aviso que cuando acabe aquí arriba voy allá abajo, y así lo hice. Cuando bajé, estaban que no cabían ni acuclillados, ni sentados menos, ¡porque eran tantos los que estaban! Me pidieron que, ya que se cayó Batista, lo pusieran en libertad. Digo: “cuando el cuartel esté en manos nuestras, los pondremos en libertad”.
«Cuando salí de aquí, esos mismos soldados me cargaron. Una multitud me llevó en hombros hasta una casa de un sargento de Batista. Ahí me tuve que quedar, y esperar a que Fidel llegara, y los otros compañeros, con los ómnibus, fueron a El Escandel, bajaron, y es cuando se produce el mitin en el Parque Céspedes.
«Y para concluir, creo que es bueno que volvamos a recordar ¡que Santiago sigue siendo Santiago, la cuna de la Revolución!».
*Fragmento de una conversación con jóvenes santiagueros en la Ciudad Escolar 26 de Julio (antiguo cuartel Moncada), el 28 de enero de 1998. Reproducido por Radio Rebelde, el 30 de diciembre de 2008.
COMENTAR
3G dijo:
1
2 de enero de 2025
09:17:43
Responder comentario