
Artemisa.–¿Usted sabe lo que es una sala de terapia intensiva? Si alguna vez ha estado ahí, con grado de conciencia o sin él, probablemente no le tenga miedo a ningún huracán. Ni a un huracán ni a nada, porque los miedos son cosa de gente que no ha estado a punto de morir.
Las salas de intensiva resultan sitios de los que se regresa, si se vuelve, recontando las historias con otro tono, como si ya se hubiese pasado por una prueba superior de la vida.
En el Hospital General Docente Ciro Redondo, de Artemisa, uno de los espacios que más sufrió por el huracán Rafael fue la terapia. Podría hablarse, en este caso, de un «metadrama»: por una vez en su existencia, dicho espacio sintió en «carne propia» lo que viven, día tras día, sus pacientes en él.
La vida es un cristal y con el aire se rompe, murmuran los mayores del campo. En la terapia de Artemisa, literalmente, ocurrió un poco de eso, cuando pasó el huracán. Algunas ventanas de vidrio no aguantaron y, al penetrar, los vientos categoría tres se ensañaron con los falsos techos y con otras cosas.
Sin embargo, los y las especialistas de este tipo de espacios, ya están más que duchos en lidiar con los límites: de la vida, del espacio, de la sala... Unos movieron de lugar a los pocos pacientes, otros rescataron los equipos. Era el piso más alto. Nada de lo más importante se perdió.
No solo es la historia del «metadrama», sino también el relato de la «metasupervivencia». ¿Usted sabe lo que es una terapia intensiva con el huracán afuera y adentro?
Por estos días, hay gente que sí sabe y que pronto podrá decirle a quien se cruce, con la voz más viva y pícara del mundo, que el día en que la muerte fue a buscarlo, esta tuvo que pedir refuerzos a un ciclón y, aun así, se quedó en esa.
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Dice Niurka que cansada en realidad no, que la palabra exacta es agotada. Mientras hablamos, corre el mediodía del martes 12 de noviembre de 2024. Ni siquiera ha transcurrido una semana del paso del huracán Rafael. Ella dirige el hospital y es especialista en Siquiatría. «Aquella noche fue difícil», recuerda suave, con los ojos de poco sueño.
Además de la terapia intensiva, cuenta, el espacio más afectado por los vientos fue la sala de cuidados perinatales. Ahora hay brigadas de varios puntos de occidente trabajando en todo «lo que el viento se llevó», pero aquella tarde-noche de los sucesos crudos estaban las pacientes, sus familiares que se quedaron para ayudar en lo que fuese, los médicos, los enfermeros y los técnicos de guardia, además del Consejo de dirección del hospital.
Era una arremetida cantada la del ciclón. Dice Niurka que la llamaban de todas partes y a cualquier hora, para ver cómo iba todo.
Con las gestantes pasaron cosas muy curiosas, recuerda, empezando por el personal de asistencia. El doctor Abelino García, por ejemplo, es el jefe del Servicio de ginecobstetricia. En años anteriores dirigió el centro hospitalario todo.
Dice Niurka que ahora mismo le parece estar viendo a Abelino, con el pijama de la guardia, arremangado hasta las rodillas, como si fuera una bermuda, para que no se le empapara en sus constantes movimientos de un lado a otro. Los pasillos estaban llenos de agua.
Si es un hospital y está pasando un ciclón, ¿usted sabe lo que es estar a punto de parir? ¿Usted sabe lo que es ser responsable de que todo salga bien? Pues Abelino lo sabe, y andaba obsesionado por los corredores, con sus pantorrillas al aire.
En una de esas, sigue Niurka, empujó fuerte la puerta de un cubículo. Las pacientes habían colocado algo detrás para calzarla, y aquello hizo un poco de ruido. Como un bólido entró Abelino y las pacientes se rieron al verlo, pero él no se reía y solo preguntaba: ¿Ustedes están bien? ¿Están bien, verdad? Después siguió por ahí, haciendo lo mismo.
Había una muchacha, embarazada igual, que había ingresado ante un cuadro febril leve, por precaución. Cuenta Niurka que la escuchó hablar un poco y notó que su acento no era artemiseño.
–Yo soy de San Antonio del Sur, en Guantánamo. Hace unos meses que vine para acá.
–Te escapaste de aquel, pero te agarró este, mi niña. Tú estabas destinada, en este 2024, a estar justo bajo un huracán.
EL ELEGIDO
Según Niurka, lo normal es que en el hospital nazcan a diario cinco o seis bebés, a veces ninguno; pero aquel 6 de noviembre llegaron al mundo 11 seres humanos en medio de la borrasca. Casi a las 7:00 p.m. lloró uno, que quedará marcado para toda la vida por la circunstancia.
Quizá, dentro de varios años, alguien le pregunte con impertinencia sobre qué diablos sabe él de la vida. Irremediablemente, tendrá que replicar con base y furia, mientras se presenta:
–Yo soy Dylan Rafael, 2024, noviembre 6, Artemisa, Cuba… y de la barriga de mi mamá tuvo que venir a sacarme un ciclón. ¡Recógete!



















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