Bajo la llovizna inestable está Quintín León, jefe de una brigada «eléctrica» del municipio avileño de Majagua. A estas horas del mediodía no hay mucho que decir, porque el ciclón no ha pasado y todo lo que salga por la boca de quien se dedica a corregir «los después» corre el riesgo de caer en la especulación.
Se trata de un mediodía sin sol el de este miércoles en La Habana. La llovizna inestable es un aviso de los vientos y de la lluvia fuerte que vienen; casi se escuchan. El huracán Rafael, para estas alturas recién estrenado en la categoría tres, ya puede olerse.
De Ciego de Ávila y Sancti Spíritus han llegado dos contingentes de linieros. Ambas fuerzas suman poco más de 120 trabajadores sin horario o fecha de retorno.
Son la avanzada. Yoanny Acosta Solenzar, director general de la Empresa Eléctrica en la región del Yayabo, que está aquí, explica que los refuerzos de otras provincias vienen en camino, porque no hay que esperar tanto para saber dónde hay que estar cuando un ojo de huracán va a tocar tierra. No hay nada romántico. Habrá trabajo por hacer.
Pero aún el huracán no pasa cuando roza el mediodía de este miércoles 6 de noviembre de 2024, y los linieros solo esperan a que les llegue el turno para «arremeter», a su manera, contra Occidente. Lo que dicen unos y otros puede ser similar, porque hay certezas compartidas.
Ya se sabe que la familia está adaptada, que tras 23 años trabajando en esto, cayéndole atrás a las desgracias, como quien dice, a Quintín no le tiembla la mano a la hora de enrumbar con su brigada para donde sea. Ya sabe que no se pregunta el día de regresar y que va a ser feo, porque los huracanes de categoría tres no suelen dejar trillos con sombra en el monte ni calles libres de amasijos de cable y madera. Quintín vivió el Matthew, o lo que dejó el Matthew, y hay cosas que Quintín ve y no olvida.
El peligro de los «eléctricos» se agazapa en la resaca del desastre, en lo que quedó. La familia también sabe eso, que cuando otros se ganan la vida a ras de tierra, en la seguridad de lo mundano, ellos tientan demasiadas dichas: el voltaje, la gravedad, la certeza de cada movimiento, los equilibrios, la suerte propia y la ajena…
Dice Quintín que «las malas noticias no las podemos dar nosotros. Hay que cuidarse… yo les prometí a los familiares de mis hombres que como mismo me los llevé se los devuelvo».
Por tanto estar en todas partes, de tanto ser llamados y llegar, podría decirse que tienen un techo y un abrazo amigo en cualquier rincón de Cuba; pero la casa de uno es la casa de uno, y hay abrazos que después de horas y días se precisan más que otros.
Quintín tiene muchos motivos para estar aquí, no hay dudas. Es su trabajo de más de 20 años, algo o bastante tiene que gustarle: hay cosquillas específicamente agradables cuando siempre se está en el sitio de los acontecimientos, cuando se puede decir yo estuve, me dijeron, vi, me sirvieron café y me llamaron para una limonada y un almuerzo en una casa humilde, me dijeron gracias. Ser útil tiene, efectivamente, «su cosa».
No obstante, en la casa de uno también suelen ocurrir cosas, a veces irrepetibles, porque la vida casi nunca se detiene, pocas veces espera.
Algunos procesos no hay cómo pararlos, como un huracán aquí, como un dolor allá, como el padre que envejece. Los linieros hacen falta en todas partes, también en casa, pero ahora más por acá, en la revuelta grande que hoy abarca y afecta, de una forma u otra, todas las pequeñas borrascas que agarran de un pie a cada cual.
–Y a ti, Quintín liniero, ¿qué tormenta se te quedó en Majagua?
–Una mujer linda con la barriga grande, y una niña, más linda todavía, que debe nacer antes de que acabe noviembre.
Por dentro Quintín va tan de prisa que, a partir de este jueves, cuando Rafael no esté, entrará a dar luz vistiéndose despacio, para que todo tenga arreglo.
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