Por estos días, hombres y mujeres que llevan años –algunos de ellos toda una vida– sudando ropa en la industria azucarera, se empeñan en preparar centrales, con vista a una zafra que puede tornarse tan difícil, en el orden financiero, técnico y material, como imprescindible para la nación, desde los puntos de vista económico, social… e incluso familiar.
En los más desahogados años 80 del pasado siglo –por escoger un momento– nadie hubiera imaginado que el país se vería obligado a hacer pininos para poner en las bodegas, al menos, el azúcar de una canasta familiar normada que en las circunstancias de hoy se torna insuficiente.
Es un reto, por tanto, nada fácil el que tienen quienes laboran en la legendaria industria, sobre todo si se considera el acumulado monto y efecto de escaseces que atentan de forma directa y brutal contra la amplitud, profundidad, rigor y calidad de esas reparaciones que, previas a toda nueva contienda, requieren nuestros ingenios.
Con más ánimo de meditar serenamente que de polemizar, llevo algún tiempo haciéndome una pregunta: ¿Es exclusiva de esos hombres y mujeres o de quienes dirigen el sector, la cada vez más compleja tarea de producir azúcar? En lo personal, no me parece.
Si estamos hablando de un producto de primerísima necesidad en todos los hogares, sectores, entidades, organismos, instituciones… ¿por qué tienen que ser los azucareros los «únicos» que se fajen con el monstruo?
Pondré un ejemplo. Sin caña no hay zafra, y sin ella no hay azúcar. Fenómenos como el éxodo del campo a la ciudad, escollos en sistemas de pago, limitaciones de recursos, falta de motivación e incentivos… han traído como consecuencia una sensible ausencia de fuerza de trabajo a pie de surco y de plantaciones.
En varias provincias se han organizado jornadas de trabajo productivo con fuerzas de la ciudad, para plantar áreas de la gramínea.
Aun cuando ese aporte no cubra los niveles que el deterioro de años ha trazado, al menos es una forma digna de aporte obrero, institucional, popular.
La vieja praxis del pichón boquiabierto, esperando a que le echen –en este caso la cucharadita de azúcar– en el pico, me sabe a ingratitud, a indiferencia, a desidia… y ningún bien reporta en el empeño por salir del amargo bache en que llevamos algún tiempo ya metidos, patinando.
Con el perdón de quienes discrepen, pienso que debe llegar (tal vez volver) el momento en que cada territorio responda –de verdad– por su caña, por su industria, por su azúcar, sobre la base de sus potencialidades, de su infraestructura, de su tierra, de la integración de sus fuerzas internas y, por supuesto, de su gente.
Si en todas las provincias de este país –posiblemente con la excepción de la capital– al menos un central muele (las hay con más de uno), ¿por qué cada una no puede autogarantizarse, al menos, el volumen de azúcar que ella demanda?
Que un territorio le envíe o le aporte ese necesario producto a otro es expresión de un balance que realiza o que planifica la economía nacional. Es incluso hasta solidario. Eso todos lo entenderíamos. Pienso, para volver a citar un ejemplo, en el estable central Melanio Hernández, de Sancti Spíritus.
Ahora bien, que sea preciso enviarle azúcar a quienes pudiendo haber producido la suya, o haber ayudado más al país, no lo hicieron, no me parece del todo lógico, ni justo, y me deja un sabor ligeramente distinto.
Si hablamos de autonomía territorial, si los conceptos de guerra de todo el pueblo conciben la indispensable capacidad de asegurar internamente, en cada lugar, lo indispensable para resistir, continuar adelante y vencer, pienso que la mejor reverencia ante una de las industrias más antiguas de la nación, patrimonio de ricos valores culturales, sería salvarla, darle vida, robustecerla y mantenerla entre todos, con todos, para el bien de todos, y no solo con el concurso –a veces desgastante o desgastado– de quienes integran una nómina agrocañera o agroindustrial.
Nada de lo dicho ignora que el objetivo debe ser ir más allá del –digamos– autoabastecimiento, y retornar incluso a niveles importantes de exportación.
Siempre lo hicimos. ¿Acaso vamos a renunciar a lograrlo otra vez?



















COMENTAR
Lazaro dijo:
1
14 de octubre de 2024
15:18:57
yoyo Respondió:
16 de octubre de 2024
09:03:58
Pastor Batista dijo:
2
16 de octubre de 2024
11:03:36
Responder comentario