
Imías, Guantánamo. – ¿La medicina o la agricultura?...
Idalmis despejó el dilema sin meditar, y, a manera de epílogo, antes de que la entrevista finalizara, ensanchó su respuesta. Abajo habían quedado más de 400 metros desde el nivel del mar, atrás casi 14 kilómetros desde la cabecera municipal de Imías, por un terraplén empinado que solo la tracción triple de un Kamaz y el empuje de los tractores pueden salvar, bordeando casi siempre los precipicios.
En Yacabo Arriba, centro-noroeste de la Sierra de Imías, encontró espacio la plática con la campesina médico general integral y especialista en Anestesiología y Reanimación. Ni ella misma conoce las horas acumuladas junto a quirófanos de Cuba y de Angola, país este último en el que prestó ayuda por más de tres años.
Abultada ha de ser la estadística de dolores aliviados y de existencia arrebatada a la muerte por esta mujer; suavidad y reciedumbre habitan sus manos, hechas para salvar vidas y sacarle fruto a la tierra.
Sus dichos que, como sus hechos, vierten amor filial, osadía, humanidad y deseos de vencer, los comparte con Granma bajo los árboles de un bosque tropical semihúmedo, a la sombra regulada de los plantíos de café y de «guineítos de cafetal». Idalmis Delgado Romero nació y creció en este paraíso. «Ni cuando estuve a miles de kilómetros pude despegarme de él», confiesa.
–Y en estos tiempos muy duros, ¿no ha pensado dejarlo?
–No. Hacer maletas e irse, cualesquiera que sean los motivos, puede ser lo más fácil, pero no lo más justo ni útil, aunque muchos jamás lo entiendan. Respeto a los que piensan de otra manera, pero la solución está en afincarse, no en ablandarse ante el desafío. Al tiempo duro prefiero «ablandarlo» yo con trabajo, y estar aquí con los míos.

–¿Incluso, cuando el «estar aquí» signifique echar a un costado la Medicina y la capacidad de una profesional con dos especialidades y 29 años en ese campo?
–¿Y quién ha dicho que he echado a un lado la Medicina?
–Parece obvio.
–Pues no. Por amor filial, por deber de hija tuve que solicitar una dispensa como médico y hacer una pausa profesional. Mi padre había fallecido, mi mamá estaba enferma y muy sola, la finca desatendida, yo tenía que atenderlas. Esas circunstancias extremas determinaron mi decisión de hace cinco años y medio.
«Desde entonces, no ejerzo con regularidad la profesión que estudié, que es parte de mi vida, pero en materia de superación y actualización procuro mantenerme al día, y cuando el colega a cargo del consultorio no puede estar, por vacaciones u otros motivos, estoy yo. La población aquí arriba no pasa ni un día sin servicio médico».
–¿Cuán difícil ha sido adaptarse a la agricultura después de tantos años en una ocupación tan distinta?
–Nada difícil, aplico lo que desde chiquita aprendí a hacer y a querer, manejo el machete tan bien como el bisturí. La Medicina y la agricultura viven en mí como dos siamesas tres años menores que yo. A esa edad le anuncié a mi mamá lo que quería ser: «méquido» (médico), jaja, y ella me compraba maleticas de la Cruz Roja.
«Al mismo tiempo, mi papá, agricultor ganadero, dio libertad a mis antojos, se levantaba de madrugada para el ordeño, me iba con él. Poco a poco fui descubriendo secretos, llegamos a ordeñar hasta diez vacas antes del amanecer, temprano volvíamos a casa. Después: aseo, uniforme, desayuno y para la escuela.
«Lo acompañaba igual cuando iba a darles comida a Solita, a Carmela… eran cabras y cerdos. Teníamos la costumbre de “inscribir” a los animales en el vocabulario cotidiano de la familia. Cuando los nombrábamos, respondían como ahora lo hacen mi vaca Uberlinda; Margarita, la mula; los gatos Puchungo, Mónica, Petra y Marrueco; y los perros Beltrán, Motica, Pepe y Salchicha.
«También aprendí a desyerbar con azada y machete, a sembrar maíz, frijoles y plátanos, a abrir huecos con pico, y a “santiguar” la tierra con la materia fecal del ganado.
«Conservo el hábito de sembrar en menguante, preferiblemente los martes y viernes. El mejor hogar para la semilla es la tierra. Llevarla allí tiene su momento, al igual que los humanos, requiere de nutrientes y clima adecuados para desarrollarse y dar buenos frutos».
Esa costumbre de niña enraizó tan honda como el hábito de jugar a ser «méquido». Por las tardes, después de la escuela, «abría mi maletica de la Cruz Roja, medía la tensión arterial y auscultaba, las amiguitas del barrio hacían de pacientes, y yo de doctora».

–Pero, el ambiente citadino, la universidad y el ejercicio profesional, ¿no hicieron mella en sus hábitos y saberes del campo?
–Jamás. Lo que prende y se aprende bien no se olvida. La prueba está en estas manos mías que, con alguna esporádica ayuda, mantienen una finca de 13 hectáreas de loma de suelos entre esqueléticos, pedregosos, carbonatados y pardos, los cuales dan buen café, frutales, cultivos varios, cientos de animales domésticos, entre aves, cerdos, cabras y ovejos. No tengo quejas.
–¿A qué hora entra Idalmis al campo?
–Antes de las siete de la mañana siempre, aprovecho la fresca. La tarde la distribuyo entre la propia tierra, las labores del hogar y otras responsabilidades sociales.
–¿Cómo ha impactado el trabajo agrícola en la profesional de la Medicina? ¿Hay nostalgia?
–Como profesional, estoy apta y acta. Extraño los momentos en que veía la esperanza de vuelta en los rostros de las madres, los padres, hijos, esposas y hermanos después de una intervención quirúrgica; echo de menos a colegas, amigos, amigas, extraño mi bata de médico. Con esa nostalgia me interno en la finca todos los días.
«Me alienta la certeza de que este país ha formado suficientes médicos y especialistas del más alto rango, capaces de sostener hasta en las circunstancias más duras el servicio a la población, y la ayuda a otras naciones necesitadas. Me alivia sentirme útil haciendo que la tierra produzca, tener de vez en cuando delante a un elector, a un vecino en calidad de paciente, en mi interior vive la doctora».
–Habla también de electores, ¿por qué ese término ahora?
–Soy delegada a la Asamblea Municipal del Poder Popular. Represento a 322 personas que viven en 146 hogares distribuidos en cuatro comunidades: El Fotuto, El Jigüe, La María y Yacabo Arriba. Tenemos siete menores de un año, y la mortalidad infantil y materna en cero.
«Es una responsabilidad mayúscula. Estos tiempos requieren ser más sensibles que nunca al escuchar y atender a los pobladores, actuar con ellos y para ellos. A veces mi jornada se adelanta al amanecer, a veces se extiende más allá de la puesta del sol, son los deberes. Me reconforta el ánimo con que me acompaña mi gente humilde y agradecida».
–Definitivamente no queda claro si hay un adiós suyo a la Medicina.
–Definitivamente yo tengo claro que tal adiós nunca llegará.
–¿Entonces, cuándo y cómo será el regreso?
–Todavía no lo sé. Pero, cuando ocurra echaré de menos a la agricultura.
–Como agricultora y profesional de la Medicina, ¿por cuál de las dos ocupaciones preferiría que la identifiquen?
–Por ambas, sin prevalencia de una sobre la otra, viven a partes iguales aquí –dice, tocándose la cabeza–, laten igual de intensas acá –señala el corazón–, y circulan vitales por estas –desplazando el índice sobre la piel que cubre las venas del antebrazo.
–Si volviera a nacer, ¿se dedicaría…?
–A la Medicina y a la Agricultura. Pensándolo bien, las dos salvan.
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Odalis dijo:
1
17 de septiembre de 2024
09:34:56
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