ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Unas 30 veces por día repite Francisca el ritual. Foto: LEONEL ESCALONA

GUANTÁNAMO.–Por más que la persiguiera la muerte, no se la habría llevado ni con mil intentos de sorprenderla en Confluentes, perimetral barrio del norte de esta ciudad, donde vive, o en el extremo opuesto, en la Empresa Procesadora de Café Asdrúbal López, su nido laboral desde hace poco menos de cuatro décadas.

Fatigada en cualquier caso habrá acabado la parca, si es que algún día, como en el cuento de Onelio Jorge Cardoso, se planteó la ilusoria meta de atrapar a esta guantanamera que es, como su historia, real, y por algo –por mucho–, Heroína del Trabajo de la Republica.

Buscando a la que ahora tiene 77 años, la señora de la guadaña hubiera «hervido» en su rabia. Pudo ser un día cualquiera de la semana de un mes de los últimos 60 años; nada habría importado la hora; me parece ver a la tenebrosa arrancarse los pelos después de cada pregunta; «¿dónde está Francisca?».

 

INALCANZABLE

De haberle dicho que la entonces muchacha de 15 años estaba en la primera campaña de vacunación antipolio y que, un trienio después, a los 18, andaba alfabetizando, si hubiera ido por ella a lo largo de 60 kilómetros de sube y baja entre la ciudad del Guaso y Yateras, la truncavidas habría perdido su tiempo. 

«Está con los guajiros, enseñándoles a leer, a escribir, a sacar cuentas», hubiera escuchado decir cualquier noche en la comunidad del Cilindro. De día, otras explicaciones: «Recorre a caballo los cafetales en compañía de» un sabio que le ayuda a desentrañar los secretos del prodigioso grano, o «fue a donar sangre para los heridos del ciclón Flora». Uno a uno, fiasco tras fiasco de «la pelona» frente a esta mujer-historia.

Supongamos que, terca, otros días de años posteriores la muerte haya insistido en llevársela. ¡Dónde está…? Y de nuevo la bofetada: «en El Salvador, con la fmc, allá siembra café caturra y duerme en campaña en medio del monte». O «con otras muchachas en una brigada, haciendo frontiles para yuntas de bueyes». 

Después, de manera casual, de alumna en un curso para catadores en Santiago de Cuba. Sabia fue la casualidad entonces. De una matrícula de 16, Francisca Holder Ges fue la única mujer entre los cuatro finalmente aprobados. 

La santiaguera Empresa Cubana del Café la acogió, y allí estuvo 12 años la joven, se abrió paso a prueba de olfato felino, de paladar impecable, de tacto, vista y oídos en modo red sensorial milagrosa en la detección de acidez, aromas, texturas, sabores… hasta diez atributos organolépticos del grano, que lo diferencian y le otorgan categoría, valor y rango comercial y exportable.

 

AL GUASO LA QUE ES DEL GUASO, DESPUÉS AL MUNDO

Quince años antes del inicio del actual siglo retornó Francisca a Guantánamo, a su raíz. Es, desde entonces, el «filtro», el «somatón», «escáner humano» por donde pasa el café de la mayor procesadora del cerezo en Cuba, la Asdrúbal López, donde su palabra es cuño y certifico confiable de la calidad del café que comercializa la Empresa. Como catadora, Francisca es la única mujer cubana con rango internacional en su rigurosa especialidad.

El buen catador es hijo «del entrenamiento y la disciplina, y también de ciertas privaciones», revela, «tener éxito en este oficio implica olvidarse de sazones, cosméticos, cigarros y unas cuantas bebidas. 

«Si no están libres de contaminación los órganos sensoriales, no captan bien el olor, tampoco la coloración ni el sabor». Lo dice una que sabe dónde esconde el grano su aroma. «Este viene de La Tagua», dictamina, al instante de acercar la nariz a un recipiente con el producto; «este, de Yateras… de Maisí; … y este otro de Imías». Ella es la sabiduría en el oficio, aunque no se jacta de eso; Francisca es de olfato finísimo, pero no de nariz levantada.

Su afán de aprender y enseñar la ha llevado a otras latitudes. ¡Ay de la muerte!, habría infartado si en esos trances se le hubiera ocurrido preguntar por la que desde hace 32 años preside un cdr en el Guaso: «está en México, en curso de catadores… en la Universidad de Leipzig, Alemania, ampliando saberes; o compartiéndolos en Bélgica, en Japón, en Ecuador».

«Anda por La Habana, formando catadores de Cuba, Corea del Norte, Burundi, Panamá, Nicaragua… por el Alma Mater guantanamera, en la formación de ingenieros agrónomos».

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Las palabras de Francisca me llegan sabias, naturales, cristalinas como un riachuelo. La corriente de su conversación me arrastra a Brasil, Perú, Colombia, México, África, Nicaragua. Recorro el Cinturón Mundial del Café, palpo el clima, contemplo el paisaje, la altura...

El monumento a las víctimas de Hiroshima nos enmudece: «Pocas veces he sentido tanto dolor como en esa visita –confiesa ella–, fue muy triste, me pasó lo mismo cuando estuve en el campo de concentración de Auschwitz. ¡Quiera dios que no se repita jamás ningún crimen, pero lo están cometiendo otra vez contra Palestina!». 

El instante en que su pecho acogió el título de Heroína del Trabajo de la República «fue emocionante, lo recibí también en nombre del colectivo al que pertenezco». Del asunto no dice más, pero se desdobla en elogios hacia las otras y otros que lo merecieron en esa ocasión, y habla de los creadores de las vacunas anti-covid19: «Ellos nos salvaron».

¡Qué sencillez la de esta cubana! Suertudas Cuba y la Asdrúbal López. Dichosos Guantánamo y el café. Suertuda la suerte misma; Francisca la edificó con generosidad y desvelo.  

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